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El asesino de Pasolini se lleva los secretos del caso a la tumba

Pino Pelosi, homicida del cineasta e intelectual en 1975, muere a los 59 años de edad sin esclarecer todas las incógnitas que rodean el suceso de aquella noche

Pino Pelosi, en el lugar del crimen acompañado por la policía.

La tarde del 17 de noviembre de 1975, Pier Paolo Pasolinirecogió en la estación Termini (Roma) a un joven de 17 años. Le propuso comer algo e ir a Ostia a “magrearse” a cambio de 20.000 liras. Condujo hasta la playa y apagó el motor de su coche en un descampado. Una vez ahí, el joven cambió de opinión y rechazó tener relaciones sexuales. Salió del automóvil, Pasolini le persiguió, le golpeó con un bastón -algo que nadie que le conociese pudo creer- y este se defendió dándole una paliza brutal. A continuación se subió en el Alfa Romeo, y en la huida atropelló al cineasta, escritor e intelectual, reventándole el tórax y abandonándole muerto en el suelo. Esta fue la primera versión que contó Giuseppe Pino Pelosi, también conocido como la Rana, el único testigo presencialde uno de los grandes misterios en la historia del crimen italiano, que ayer, a los 59 años, se llevó a la tumba todos sus secretos cuando falleció a causa de un cáncer.

Aquella noche, una patrulla de los carabinieri dio el alto a Pelosi cuando conducía a toda velocidad y en contradirección por la carretera de Ostia. Primero admitió haber robado el Alfa Romeo GT 2000 del cineasta. Poco más tarde, encontraron el cadáver de Pasolini y no tuvo más remedio que confesar el crimen. Sin embargo, como relató la sentencia de 1976, siempre estuvo claro que lo había cometido “en compañía de desconocidos”. En el coche había aparecido un jersey de una tercera persona, Pelosi apenas tenía manchas de sangre y era difícil pensar que hubiera podido propinarle una paliza de aquel calibre sin la ayuda de nadie. Pero, al fin y al cabo, aquello era un asunto entre homosexuales, como vino a justificar la democracia cristiana, que reinaba en Italia en aquel periodo, en boca de Giulio Andreotti: “Se lo ha buscado”. El presunto asesino cumplió solo cinco años de cárcel, pero en 2005 decidió cambiar su versión.

El nuevo relato, construido ya por un Pelosi enganchado a las drogas y que entraba y salía de los centros penitenciarios por robos y asaltos, señaló que aquella noche habían practicado sexo oral en el interior del coche. Luego, Pelosi se bajó “para orinar” y aparecieron tres desconocidos, “de 45 o 46 años, con acento del sur, calabrés o siciliano”. “Uno de ellos, con barba, me golpeó y me amenazó a mí y a mi familia si hablaba; los otros dos sacaron al señor Pasolini del coche y empezaron a golpearle con una violencia inaudita”. Según su versión, le insultaban gritándole “fetillo”, “cerdo comunista” y “maricón”. “El pobre gritaba mientras le masacraban”, dijo Pelosi. Luego desaparecieron en la noche y Pelosi, asustado, arrancó el coche y atropelló sin querer a Pasolini. Pero la versión nunca convenció ni a la familia ni a sus allegados.

¿Por qué cambió su historia? Pelosi adujo que había mentido inicialmente por miedo a las represalias. Su familia también confirmó que vivía aterrado por lo que poría sucederles si hablaba. Pero al cabo de poco las sospechas apuntaron también a un conocido criminal apodado Johny el Gitano y a los hermanos Borsellino, dos militantes sicilianos de extrema derecha a quienes un infiltrado de la policía oyó jactarse de aquel crimen. Ambos murieron en los años 90 enfermos de Sida.

Servicios secretos, una brigada fascista o un crimen común. Hay distintas teorías. Una historia de crimen que se precie en Italia no sería tal si no aparecen la Democracia Critiana, la Banda della Magliana o Marcello Dell’Utri, amigo íntimo de Berlusconi encarcelado por asociación mafiosa. Pero la única persona que conocía la verdad de lo que sucedió aquella noche de hace 42 años ya no podrá hablar . El abogado de la familia Pasolini, Nino Marazzita, lo ha querido recordar hoy. “Pino Pelosi nunca quiso contribuir para que se llegara a la verdad sobre la muerte de Pier Paolo Pasolini. Se llevó desgraciadamente el secreto a la tumba”.

El asesinato de Pasolini: el secreto que atormenta a Italia

Pino Pelosi con la policía en el sitio exacto de la muerte del cineasta y poeta Pier Paolo Pasolini ANSA

Se llamaba Giuseppe Pino Pelosi y, probablemente, su nombre no le suene de nada. El mundo entero le conocía por otra cuestión: por ser el único condenado por el salvaje asesinato del cineasta Pier Paolo Pasolini el 2 de noviembre de 1975. Pelosi era entonces un chaval de 17 años del lumpen romano. Hoy, con 59 años, también a él le ha llegado su hora: enfermo de cáncer, ha fallecido esta noche en el hospital Gemelli de Roma después de caer en coma.

Con su muerte El Rana, como se le conocía en los bajos fondos romanos, se lleva a la tumba un secreto que desde hace casi 42 años atormenta a Italia y al mundo entero: la verdad sobre el asesinato de PPP. Porque la única certeza que rodea a ese crimen es que aquella noche, en un descampado en Ostia a pocos kilómetros de Roma, el cineasta fue brutalmente masacrado.

La autopsia reveló que recibió una paliza inmisericorde, que incluyó una violentísima patada en los testículos que le provocó una gigantesca hemorragia interna y tantos golpes en la cabeza como para generarle también una hemorragia externa necesariamente mortal. “No es que saliera simplemente sangre, hubo auténticos chorros”, escribieron los forenses en su informe. Después, fue arrollado bajo los neumáticos de su propio coche, un Alfa Romeo plateado, lo que le reventó varios órganos internos y dejó su cuerpo reducido a un amasijo. Hasta tal punto que Maria Teresa Lollobrigida, la señora que descubrió su cadáver, pensó en un primer momento que se trataba de un montón de basura.

Aquella fatídica noche, las vidas de Pino Pelosi y de Pasolini se cruzaron en un bar cercano a la estación Termini de Roma frecuentado por chaperos. El cineasta iba a bordo de su flamante coche e invitó al joven a dar una vuelta. Pelosi accedió y, juntos, acudieron a cenar a una trattoria próxima a la Basílica de San Pablo. Posteriormente, pusieron rumbo a Ostia, a 30 kilómetros de la capital italiana. En concreto, hacia una base de hidroaviones que allí había.

Al llegar al lugar, siempre según la versión de Pelosi, Pasolini habría intentado mantener relaciones sexuales con él. Él se habría opuesto y habrían forcejeado, emprendiéndola a patadas y bastonazos contra el intelectual y, posteriormente, arrollándolo con su propio coche. Sin embargo, a lo largo de los años Pelosi cambió varias veces su versión sobre lo sucedido.

Siempre existió la sospecha de que el de Pasolini había sido en realidad un asesinato político y Pelosi, un chivo expiatorio. El intelectual se había convertido en un personaje profundamente incómodo para el poder, al señalar constantemente sus tropelías y abusos. Y qué mejor para silenciarle que tratar de desacreditarle con un crimen de trasfondo sexual y convencer a Pelosi de que cargara él solo con toda culpa ya que, al ser menor de edad en la época del asesinato, le caería una condena suave, como efectivamente ocurrió: 9 años y 7 meses de cárcel. El 18 de julio de 1983, con 25 años, obtuvo la libertad condicional.

A partir de ahí se dedicó a ir de vez en cuando a platós de televisión, a escribir su autobiografía y a conceder entrevistas en las que a veces dejaba caer que él no había sido el único responsable de la muerte del cineasta y, a veces, incluso insinuaba que él ni siquiera había participado en la misma. Pero nunca nada concreto. Sólo veladas alusiones, turbias menciones. Como cuando afirmó que en el asesinato de Pasolini habían participado tres personas, dos de ellas con acento siciliano.

Volvió varias veces a la cárcel por otros delitos e, incluso, regresó al lugar del crimen en una de las salidas de prisión en régimen de libertad condicional. Fue en 2008 de la mano de una cooperativa dedicada a la reinserción de ex presidiarios. Junto con un puñado de éstos, limpió el jardín que fue creado en el lugar donde PPP fue asesinado. “Estar aquí hace que se encoja el estómago”, aseguró entonces.

En los últimos años gestionaba junto a un socio un bar en el barrio romano de Testaccio. El bar se llama Zi Elena.

El crimen de Ostia

Un reciente filme de Federico Bruno, condenado a las carreteras secundarias, es la mejor explicación de la muerte de Pasolini.

Federico Bruno durante el rodaje de una de sus películas

Federico Bruno durante el rodaje de una de sus películas

En la noche del 1 al 2 de noviembre de 1975, el cineasta y escritor italiano Pier Paolo Pasolini fue asesinado en un descampado de Ostia, el puerto de Roma. A la mañana siguiente, un adolescente de 17 años, Pino Pelosi, confesó ser el responsable de la muerte. Según su declaración, Pasolini le había invitado a subir a su coche en los alrededores de la estación Términi y, una vez en el vehículo, le habría hecho proposiciones obscenas que provocaron la violenta reacción del joven. Homosexual muere asesinado. El relato con moraleja era tan sencillo y fácil de digerir por el gran público que esa versión de la muerte de un intelectual que se había convertido en el tábano del poder en Italia rápidamente se dio por buena.

Cuarenta años después, una película de Federico Bruno, Pasolini, la verdad oculta, propone una lectura distinta, indigesta y turbadora, del asesinato. Es un filme biográfico, rodado en blanco y negro y con un reparto que cuenta con actores tanto profesionales como sin experiencia, a la manera pasoliniana. El protagonista, Alberto Testone, tiene un asombroso parecido con el cineasta.

Bruno, director, productor y guionista del film, ha realizado entre 1998 y 2008 cinco películas en España, donde trabajó con Carlos Saura y rodó un documental sobre el actor Francisco Rabal.

En las dos absorbentes horas que dura su nueva película, Bruno acusa al Vaticano, a la Democracia Cristiana, al neofascista Movimiento Social Italiano, a los servicios secretos y a la policía de connivencia con la Mafia y el crimen organizado para deshacerse de un hombre que, además de la desafiante reivindicación de su homosexualidad, lanzaba arengas contra la clase política italiana desde su columna en el Corriere della Sera y amenazaba con dar a conocer oscuros secretos de Estado en una novela que estaba a punto de publicar, Petróleo, sobre la muerte del presidente del ENI (Ente Nacional de Hidrocarburos), Enrico Mattei, en 1962.

Pasolini, la verdad oculta se vio por primera vez en España el 8 de octubre pasado en la Filmoteca de Madrid. El filme reconstruye el último año de vida del director de títulos tan célebres como Accattone (1961), El Evangelio según Mateo (1964), oEl Decamerón (1971) y que por entonces ultimaba el montaje de su película más pesimista e insoportablemente dura: Saló o los 120 días de Sodoma (1975).

Tomando como base una novela del marqués de Sade, Pasolini sitúa en la república fascista de Saló una parábola sobre la capacidad destructiva del poder donde un Presidente, un magistrado, un obispo y un duque abusan de un grupo de jóvenes de ambos sexos a los que humillan, torturan y finalmente dan muerte por el puro placer que produce el ejercicio del poder.

La obra, póstuma, se estrenó en París por problemas con la censura en Italia. Es, según Bruno, una pieza clave para entender la trama asesina. Semanas antes del asesinato se produjo en la sede de Technicolor el robo de unas bobinas de la película. Bruno sostiene que los autores del hurto llamaron al director de Salóofreciéndole devolvérselas en un descampado junto a la playa de Ostia, adonde este acudió con Pelosi. Tras el robo estaba la mano de los servicios secretos que habían preparado la emboscada.

Una vez allí, el ragazzo di vita que sirvió de cebo fue agredido junto a Pasolini por un grupo de matones que apalearon con saña al escritor y pasaron por encima de su cuerpo varias veces con un Alfa Romeo similar al suyo. El cadáver quedó irreconocible. Pelosi, amenazado de muerte, huyó del escenario en el coche de Pasolini, pero unos policías ¿casualmente? estacionados cerca del lugar, lo detuvieron inmediatamente. Para salvar la vida, el joven se autoinculpó. Como era menor de edad, fue condenado a nueve años y medio de cárcel, de los que cumplió siete. Hoy es vendedor de bollos en un bar de Roma.

“En casos como este hay tres niveles de implicación: el que toma la decisión, el logístico y el ejecutivo”, explica Bruno. El primer nivel lo forma el poder, elestablishment o lo que en Italia se llama Il Palazzo. Tanto las esferas eclesiásticas como la derecha italiana deseaban la muerte de Pasolini, según esta interpretación, o por las informaciones que poseía o por dar un escarmiento y una advertencia. La logística la pusieron los servicios secretos y mandos de la Policía.El brazo ejecutor fue la mafia de Roma, que envió a sus sicarios a hacer el trabajo sucio.

En las horas siguientes, en el domicilio del cineasta se produjo un robo atípico, el del capítulo 21 del manuscrito de Petróleo, desaparición que la prima de Pasolini, Graziella Chiarcossi, denunció para retractarse tres días después. La investigación judicial rechazó analizar el automóvil de Pasolini y lo devolvió a la familia mientras Pelosi tuvo como defensor a Rocco Mangia, famoso abogado de la derecha que un joven marginal no hubiera podido pagar. Después, el silencio.

Ferrara y compañía

Una película, Pasolini (2014), de Abel Ferrara, protagonizada por Willem Defoe, ha recreado también las últimas horas del intelectual, pero con una asepsia que induce a dar por buena la versión oficial o a concluir que nunca se sabrá toda la verdad. También se ocupa del mismo asunto La macchinazione, dirigida por David Grieco y con Massimo Ranieri como protagonista, que tiene previsto su estreno en febrero en Italia.

Para construir su explosiva acusación, en la que se ha permitido “licencias poéticas” en la reconstrucción de los niveles superiores de la trama -la iglesia y la clase política-, Bruno se ganó la confianza de Pelosi. Este le aseguró que Pasolini y él se habían conocido en la estación Tiburtina cuatro meses antes del asesinato y no esa misma noche. Pelosi se ha retractado públicamente de su confesión inicial, pero nunca ha dado los nombres de sus cómplices. El cineasta también entrevistó a antiguos delincuentes que conocieron a Pasolini y que le aseguraron que en los ambientes de la Mafia callejera era vox populi que su asesinato se había hecho por encargo. ¿De quién?

Para Bruno, la negativa de las autoridades judiciales a reabrir el caso -se iniciaron y cerraron cuatro investigaciones en 40 años- y la desaparición años después del vehículo de Pasolini -cuyo análisis habría desmontado la versión inicial- son muestras de que Il Palazzo no va a investigarse nunca a sí mismo. Como prueba adicional de lo incómodo de su tesis, Bruno aduce las dificultades que encuentra para que la película salga de los circuitos alternativos de cine, pues las distribuidoras comerciales en Italia hasta ahora se han negado siquiera a verla y la prensa guarda el mismo silencio.

En su esfuerzo por dar visibilidad a su denuncia, Bruno presenta el 2 de noviembre en el escenario del crimen su modelo para una escultura de homenaje a Pasolini,mal recordado por un monumento desabrido, erigido con desgana en un parque descuidado, casi fuera del alcance de la vista.

Pasolini, la verdad oculta, se podrá ver de nuevo en la Filmoteca de Madrid en varios pases a partir del 10 de diciembre.

Canto a la vida desde los suburbios

LITERATURA  40 aniversario de la muerte de Pasolini

Pasolini escogió para sus novelas a unos muchachos que se desenvolvían entre el delito y el deleite, ubicados allá lejos, más lejos que Eritrea, en el fin del mundo: los suburbios inalcanzables

Pier Paolo Pasolini

Pier Paolo Pasolini. GETTY

Las primeras novelas, acaso las más potentes, de Pier Paolo Pasolini tenían dos protagonistas esenciales: los muchachos y el paisaje subproletario de las afueras de Roma.

Condenados a vivir de la picaresca y el delito, rodeados de brutalidad, obligados a la brutalidad, expresándose con brutalidad, tanto en Muchachos de la calle como en Una Vida violenta nos encontramos con una realidad que esquiva el precioso ascensor social mediante el cual las autoridades competentes y el dinero de la posguerra italiana convencían a las clases bajas de que sus mejores hijos acabarían ascendiendo a fuerza de trabajos forzados y merecimientos.

Por debajo de esas clases bajas todavía había mundo: un sótano al que no llegaba el ascensor social y donde por tanto regían las leyes de la selva. Esa selva estaba a tiro de piedra de las luces de la gran ciudad, a no muchos kilómetros de donde se hacían negocios en un país que pretendía levantar la cabeza después de los años de fascismo y la destrucción de la guerra.

A aquellas barrios malos no iba a llegar ninguna inversión que mejorara las vidas de quienes allí se apilaban. Pero los barrios malos tuvieron a un poeta que al menos les dio presencia a través de unos héroes cuya única pretensión era devorar la vida y hacerlo rápidamente: habían visto a demasiados viejos decrépitos como para desear siquiera adaptarse, entre otras cosas porque nadie iba a darles una oportunidad de adaptación.

El poeta era Pier Paolo Pasolini, marxista convencido que echaba en cara a sus compañeros ideólogos que no vieran que debajo de la clase obrera todavía había una capa más, la de los desahuciados a quienes nadie iba a prestarles la menor atención.

Escogió para sus novelas a unos muchachos que se desenvolvían entre el delito y el deleite, ubicados allá lejos, más lejos que Eritrea, en el fin del mundo: los suburbios inalcanzables. “Y en el corazón del suburbio, un partido de fútbol“, escribía Pasolini en uno de sus Poemas con forma de rosa. Porque también allí, junto a la decrepitud ambiental, el no tener qué comer, las excursiones al otro mundo, al mundo de la gran ciudad, para conseguir algún botín, se presentaba de vez en cuando la felicidad en forma de partido improvisado.

Pasolini, que consideró pronto que había dos iglesias, la iglesia marxista y la católica, y a ambas había que serle infiel porque no hacían sino pertrechar dogmas que no ayudaban a vivir, sino a mandar cómo había que vivir, cantó con audacia y lenguaje tosco, el lenguaje del ambiente que retrataba, esos lugares que estaban tan cerca y tan lejos del milagro de la recuperación económica. Los lugares a los que el milagro no llegaba, y la gente a la que se le prohibía creer en milagros.

Pasolini contra Pasolini

El cine “no consumible” del italiano, desde ‘Accatone’ a ‘Saló o los 120 días de Sodoma’, se hace fuerte en cada una de las infinitas contradicciones que propone.

Pasolini durante el rodaje de 'Teorema'

Pasolini durante el rodaje de ‘Teorema’. EL MUNDO

En una ocasión Michelangelo Antonioni dijo de Pasolini que cayó “víctima de sus propios personajes”. En la oración fúnebre que le dedicó delante de su cuerpo aún tibio, Alberto Moravia confesó haber soñado con su amigo días antes. En la pesadilla, pues eso era, el poeta de los desheredados corría y detrás de él se abalanzaba “algo que carece de rostro”. El escritor creyó primero ver a Italia entera en esa amenaza y, luego, menos catártico, se imaginó el destino necesario de una vida acosada; acosada por la propia vida, por la muerte.

Semanas antes de su brutal asesinato en la playa de Ostia un día como hoy de hace 40 años, se estrenaba ‘Saló o los 120 días de Sodoma’, una adaptación desesperada del Marqués de Sade que, a la vez, quería ser la metáfora desangrada de un tiempo, el suyo, convertido en un callejón sin salida; una evidente y salvaje formulación de lo más parecido al deseo de muerte. “Sólo en el momento de morir nuestra vida, hasta entonces impredecible, ambigua y errática, adquiere sentido”, manifestó el propio Pasolini en una entrevista de 1967.

Pasolini fue un hombre empeñado no en resolver sus contradicciones, sino en hacerlas suyas, en habitar en ellas y desde ellas definirse. Sin ser católico, jamás abandonó la esperanza de la gracia. Quiso ser comunista y no le dejaron por homosexual, por ‘depravadamente’ libre. Marxista y, sin embargo, luchador desaforado contra los estrechos márgenes del pensar dialécticamente impotente. Revolucionario a pesar de la crisis de una clase trabajadora seducida sin remedio por el sueño del consumo. Entregado a vivir por pura y paradójica coherencia con su muerte.

Una escena de 'Saló o los 120 días de Sodoma'

Una escena de ‘Saló o los 120 días de Sodoma’

Su cine, como no podía ser de otro modo, vivió desde el primer fotograma en la contradicción de ser el cine de él, de Pasolini, de un escritor que renovó la literatura italiana al dotarla de la carne y el sonido dialectal de la vida; de un novelista que salió a encontrar la herida de la calle; de un ensayista que jamás se conformó con el sonido triste de la academia; de un poeta simplemente; de un cineasta que a fuerza de negarse como tal acabó por ser el más libre de todos ellos.

Cuando se refería a su trabajo como director de cine siempre lo hacía desde la distancia de saberse diferente, de desearse de otra manera a los estándares de un arte entonces en plena revolución. Al referirse a ‘Teorema’, su controvertido retrato de una burguesía inane, hablaba de ella como un ensayo escrito. “Es una parábola, pero no didáctica, sino problemática. Y dicha problematicidad, de hecho, está presente en la película, que no presupone soluciones, que no ensaya nada; simplemente plantea problemas, hace consideraciones, propone observaciones… Deja un problema sin resolver”.

De la misma manera, cuando hablaba de su manera de componer los planos, de proponer la puesta en escena, jamás se refería al propio cine, sino a la pintura. “Mi gusto cinematográfico”, decía, “no es de origen cinematográfico, sino figurativo.Lo que tengo en la cabeza como una visión, como campo visual, son los frescos de Masaccio, de Giotto (que son los pintores que más amo, junto a algunos manieristas como Pontormo)… Por eso, cuando mis imágenes están en movimiento, están en movimiento un poco como si el objetivo se moviese por el cuadro; concibo siempre el fondo como el fondo de un cuadro, como un escenario, y por eso lo ataco siempre frontalmente”.

En definitiva, como él mismo gustaba decir, se negaba hacer cine para que fuera simplemente cine, cine para entretener el placer de la mirada. Defendía el cine a la altura de la misma poesía. “La poesía”, insistía cada vez que tenía ocasión, “no se consume. Dicen que el sistema se lo come todo, que lo asimila todo. No es cierto, hay cosas que el sistema no puede asimilar, no puede digerir. La poesía es inconsumible… Lo mismo vale para el cine: haré cine cada vez más difícil, más árido, más complicado, y quizá incluso más provocador para que sea lo menos consumible posible”.

Totó y Ninetto en un momento de 'Pajaritos y pajarracos'

Totó y Ninetto en un momento de ‘Pajaritos y pajarracos’.

Cuando el austriaco Michael Haneke se refiere a la influencia de Pasolini en su trabajo, habla, fundamentalmente, de esto último. No se trata simplemente de medir la capacidad para el ‘shock’ de ‘Funny games’ frente a ‘Saló…’ (la obra más apreciada por el austriaco). La idea es rescatar al cine de la mercadería de la imagen como bien de consumo. Y para ello es básico que el espectador se sienta agredido. Sólo existe la posibilidad de un cine como obra de arte, como espacio desde el que abrir un frente de resistencia.

Y así fue siempre. Sus primeros trabajos de principios de los 60, ‘Accattone’ y ‘Mamma Roma’, se construyen desde la necesidad, paralela al fuego de sus primeras y más celebradas novelas, de acercarse a la realidad. Se dice que poetiza el neorrealismo de Vittorio de Sica y Rossellini en el que hace pie y que, entonces, consumía todas las miradas. Pero, a poco que se preste atención, no se trata tanto de poetizar en el más laxo de los sentidos como de subrayar hasta alcanzar la sangre; de hacer más real lo real.

Sus personajes, con esa Ana Magnani convertida en santa madre de todos los desamparados, de todos los dioses desnudos; sus criaturas, decíamos, adquieren desde el primer segundo el carácter de arquetipos a la vez sagrados y profundamente carnales; eróticos incluso. Como en los cuadros de Caravaggio lo divino se funde con lo pagano en una justa y doliente reivindicación de la piel. Y siempre en un terreno extraño que irrita a la que vez que entusiasma.

Cuando, acto seguido, el poeta ofreciera su particular lectura de la vida de Jesús, el rey de los desheredados, los extremos de la más íntima contradicción hicieron que ‘El evangelio según Mateo’ fuera igualmente reivindicada por el furor marxista que por la devoción cristiana. El Cristo de Pasolini, como él mismo, vive incapaz de entender lo eterno sin tocar el corazón de lo efímero. Como en su poesía, cada nombre, por excelso que se pretenda, aparece siempre acompañado por un adjetivo que lo degrada, lo hiere: impuro aire, paz mortal, odiada pureza… Y así.

Una escena de 'Pocilga'

Una escena de ‘Pocilga’.

Cuando el 1966 rueda ‘Pajaritos y pajarracos’, convierte en imagen el primero de sus ensayos. Explícitamente, el cuervo marxista pone sobre la pantalla la primera de sus “parábolas incómodas”. En la escena final en la que Ninetto y Totó se comen al pobre pájaro, en realidad, comulgan con él y el ideario revolucionario adquiere, por el milagro de la transubstanciación, la realidad de la carne y la sangre. Amén.

Después, a un ritmo de película por año, Pasolini siente la necesidad de ofrecerse él mismo en sacrificio a unos espectadores demasiado cómodos en su existencia de proletarios con coche. Eso o de burgueses entretenidos en el juego de demolición de su propio sistema de creencias. Todo falso, todo impostura. En un movimiento que bien se podría llamar dialéctico, se lanza a analizar su tiempo desde la doble óptica del pasado de los clásicos y, a la vez, de la urgencia presente de la crítica.

De ese tiempo, en los años que va de 1967 a 1969, los mitos de ‘Edipo’ y ‘Medea’ se conjugan con el ácido de su cine más esquinado, crítico y demoledor. Aquí, ‘Teorema’ y ‘Pocilga’. No se trata tanto de alegorías como, ya se ha dicho, parábolas sin solución que quieren hacer de las contradicciones que las soportan su único sentido.

Quizá de la insoportable tensión de estas últimas propuestas naciera la necesidad de la ‘Trilogía de la vida’: ‘El Decamerón’, ‘Los cuentos de Canterbury’ y ‘Las mil y una noches’. Tres películas que celebran la libertad del deseo, el placer de la libertad desde la seguridad que da desprenderse de la urgencia de la actualidad. El tiempo haría que el propio Pasolini renegara de un trabajo que acabó por imitarse mal, convertido casi en un subgénero pornográfico.

Willem Dafoe en la película de Aber Ferrara 'Pasolini'

Willem Dafoe en la película de Aber Ferrara ‘Pasolini’.

Pocos de los que celebraron esta última y libérrima propuesta del director parecieron caer en la cuenta del giro cada vez más acusado hacia algo parecido a la desesperación. Los héroes de Pasolini ya no están en la Italia de ‘Muchachos de la calle’ sino muy lejos, en eso que con condescendencia se da en llamar Tercer Mundo. La esperanza reside sólo en los últimos, en aquellos definitivamente arrinconados.

Desengañado, su último trabajo en el que iguala consumo con nazismo, haciendo coincidir a Dante con Sade y a la figura de Musolini con los modales blandos de una Europa moribunda, es ya el testamento de un hombre que ya sí es capaz de anticipar su propia muerte. “Sólo en el momento de morir, nuestra vida cobra sentido”, dice.

Recientemente, Abel Ferrara se detenía en ‘Pasolini’ en los últimos días del poeta.“El fin no existe. No queda otra que seguir esperando. Algo sucederá”, le dice en la película el personaje interpretado por Riccardo Scamarcio a Ninetto Davoli. Se lo comenta sobre unas escaleras que no parecen llevar a ninguna parte. Y ahí, sin más, sin otra revelación que el más doloroso de los cansancios, se acaba la lírica, profunda y triste película.

La cinta recorría tan sólo unos días; los que desembocaron en su brutal asesinato en la playa de Ostia el 2 de enero de 1975. En la pantalla se escenifica el improbable encuentro de lo vivido y lo soñado. Los personajes de Pasolini se mezclan, discuten y se esconden detrás su autor. Quizá son lo mismo. Ferrara se esfuerza no tanto en contar nada como en reproducir o intuir la simple sensación de la muerte; quizá el fantasma sin rostro del sueño de Moravia; tal vez el propio Pasolini acosado por sus personajes. Pasolini contra Pasolini.

Incómodo Pasolini

Pier Paolo Pasolini, rodando ‘Accattone’

Pier Paolo Pasolini, rodando ‘Accattone’. / Reporters Associati

La teoría más estrafalaria sobre el asesinato de Pier Paolo Pasolini la expuso hace diez años su amigo el pintor Giuseppe Zigaina, que defendió en un libro la posibilidad de que el poeta y director de cine hubiese planificado su propia muerte. A su juicio, habría sido una «imitación de Cristo» llevada al extremo, la creación de «un nuevo mito de muerte y renacimiento», un martirio voluntario del que Pasolini había ido avanzando misteriosas pistas en distintos lugares de su producción artística. La hipótesis de Zigaina tiene que ver, sin duda, con el aire ‘pasoliniano’ que tuvo el trágico final del intelectual italiano, en el que aparecían algunos de los elementos que habían vertebrado su vida y su obra. Pero, a la vez, esa ocurrencia tan loca permite hacerse una idea de los ojos con los que muchos contemplan hoy aquel crimen: cualquier explicación, incluso las abiertamente desquiciadas, parece más creíble que la versión ratificada en su momento por la Justicia.

Los hechos que hoy cumplen cuarenta años se desarrollaron de una manera que, ciertamente, tuvo cierta consistencia cinematográfica, de película muy negra y terriblemente dura. A las diez y media de la noche del 1 de noviembre de 1975, Pasolini recogió a un chapero en la estación ferroviaria de Roma Termini y se lo llevó a «dar una vuelta» en su Alfa Romeo Giulia GT 2000: se trataba de Giuseppe Pelosi, conocido como Pino ‘la Rana’, un chaval de 17 años con antecedentes por pequeños delitos. El director, que no era precisamente inexperto en el mundo de la prostitución masculina, invitó al joven a cenar unos espaguetis en una ‘trattoria’, mientras él se bebía una cerveza, y después siguieron juntos su ruta hacia Ostia, la parte costera de la capital italiana. A la una y media de la madrugada del 2 de noviembre, una patrulla de ‘carabinieri’ emprendió la persecución de un Alfa Romeo que circulaba a gran velocidad y en sentido contrario: su conductor y único ocupante era Pelosi, que trató de escapar corriendo pero fue detenido. Cinco horas más tarde, una vecina de Ostia encontró lo que, en principio, le pareció un montón de basura. Se trataba del cadáver deshecho de Pasolini, que había sido apaleado y después atropellado varias veces con su propio coche. Tenía varios huesos rotos y los testículos machacados.

Pelosi explicó que había matado a Pasolini porque pretendía sodomizarlo con un palo. Nadie se creyó que, con sus hechuras de adolescente, hubiese podido apalear a la víctima sin sufrir ningún rasguño y sin siquiera mancharse, de modo que el juez Carlo Alberto Moro, hermano de Aldo Moro, lo condenó por homicidio voluntario «en concurso con desconocidos». Esa puntualización sería eliminada después por la corte de apelaciones, que dejó a Pelosi como único responsable del crimen. La investigación fue una de esas chapuzas apresuradas tan características de la Policía italiana, que convierten el país en un campo abonado para vistosas teorías de la conspiración: hubo pruebas que se dejaron a un lado (en el coche había un jersey que no pertenecía ni a la víctima ni al asesino) y otras que se dañaron durante el proceso (el vehículo se quedó bajo la lluvia y, después, los agentes lo estamparon contra un poste cuando lo llevaban al juzgado).

Los amigos de Pasolini, como la periodista Oriana Fallaci, plantearon desde el principio que el intelectual había sido víctima de un complot y convirtieron su asesinato en un emblema de la inmundicia moral que reinaba en el país: eran los años de plomo, un periodo de caos, extremismo político y confabulaciones siniestras que estuvo salpicado de atentados terroristas, muchas veces sin esclarecer. «Pelosi y los otros fueron el brazo que mató a Pasolini, pero los que autorizaron este acto son legión; en realidad, toda la sociedad italiana», clamó el escritor Alberto Moravia, íntimo del asesinado. «Ha sido una ejecución pública, para que todo el mundo vea y aprenda», concluyó la periodista y política Maria-Antonietta Macciocchi.

Pasolini pasea por una barriada de Roma junto a Ninetto Davoli, que fue el amor de su vida

Pasolini pasea por una barriada de Roma junto a Ninetto Davoli, que fue el amor de su vida. / R. C

A lo largo de su carrera, Pier Paolo Pasolini se había ganado tantos enemigos que se hace casi imposible enumerarlos: siempre fue un hombre esencialmente incómodo, inconformista y ajeno a los rebaños ideológicos. Por supuesto, la ultraderecha lo detestaba, y los cachorros fascistas habían convertido en una tradición las protestas violentas en los estrenos de sus películas, pero también los suyos, los comunistas, solían quedarse descolocados ante sus opiniones heterodoxas y transgresoras. En ese sentido, resultó particularmente significativa su postura ante las revueltas estudiantiles de 1968, donde se puso del lado de los policías: eran, según escribió en un poema memorable, los «hijos de los pobres» apedreados por los «hijos de papá». Pasolini lo mismo alertaba sobre el consumismo como nuevo totalitarismo, que investigaba los lazos entre el poder y la mafia: en el momento de su muerte no estaba en el ojo de un huracán, sino de al menos tres, por el robo de varias bobinas de su controvertida película ‘Saló o los 120 días de Sodoma’, por sus explosivos artículos sobre las conexiones criminales del Gobierno y también por la novela que estaba escribiendo, ‘Petróleo’, con preocupantes implicaciones para el Ente Nacional de Hidrocarburos.

La bomba de Pelosi

El cadáver del poeta y director de cine estaba destrozado. A la derecha, Pelosi entra en los juzgados

Pasolini pasea por una barriada de Roma junto a Ninetto Davoli, que fue el amor de su vida. / R. C.

Giuseppe Pelosi salió en libertad en 1983 y esperó veintidós años antes de hacer su gran revelación: en 2005, en una entrevista con la RAI, afirmó que los asesinos fueron en realidad tres hombres a los que él no conocía, que hablaban con acento siciliano y que arremetieron con palos y cadenas contra Pasolini, mientras le llamaban «sucio comunista». Añadió, además, que los tres sujetos le habían amenazado con hacer daño a sus padres si contaba algo, así que había esperado a que ambos falleciesen para desvelar lo ocurrido. Se retomaron las pesquisas y la Policía científica halló el ADN de cinco personas en la ropa de la víctima, pero, a falta de correspondencias que permitiesen identificarlas, el caso se ha archivado en mayo de este año. El abogado Stefano Maccioni, que representa a un primo de Pasolini, ha emprendido una campaña para que no se abandone la investigación: hace un mes, ha planteado la petición de que se cree una comisión parlamentaria dedicada a este crimen, que ya suma casi diez mil firmas en internet. «Yo creo que algún día podremos saber quiénes y por qué mataron a Pasolini. Llevo casi seis años tratando de responder a estas preguntas», explica el letrado a este periódico. Maccioni, que se refiere a Italia como «el país de la verdad póstuma», se muestra convencido de que el caso está rodeado de intereses oscuros: «No es una casualidad que Pasolini fuese asesinado de aquella manera, ni tampoco que se haya querido hacer creer que intentó ejercer la violencia carnal sobre un menor. Durante muchos años esto ha enfangado la memoria y el valor artístico de Pasolini».

El propio poeta escribió en 1972 que la muerte es algo así como un montaje cinematográfico que da sentido a la vida: «Selecciona los momentos verdaderamente significativos y los coloca en sucesión, haciendo de nuestro presente infinito, inestable e incierto un pasado claro, estable, cierto». Se podría pensar que, en su caso, el montaje ha resultado fallido, una traición al material acumulado a lo largo de su biografía, pero también es defendible la tesis contraria: a través de su asesinato sin resolver, Pier Paolo Pasolini sigue cumpliendo ese papel que siempre asumió con gusto, el de cuestionar el fondo turbio de la conciencia nacional italiana.

 

Pasolini berriz aurkitua

pier paolo pasolini

Genero beltzeko pieza gogoangarriren batzuk idatziko ziren 1975eko azaroko lehen egun haietan Pier Paolo Pasoliniren hilketaren berri emateko. Horikeriaz zipriztindutako kronika eskandalizatuak. Gertakariak, bere hartan, osagai aproposenak eskaintzen zituen hartarako: Erromako aldirietan, Ostia inguruan, hala moduzko eremu bat… Domu santu gaua… Hiltzailea, hamazazpi urteko mutiko bat, txaperoa, Pasolinik ordu batzuk lehenago topatua… Zuri-beltzeko argazkietan, Pasoliniren gorpu masakratua.

Hori gertatu baino lehen, bizpahiru pintzeladaz zirriborratua geneukan Pasoliniren erretratua: homosexuala zen; komunista, baina partidutik egotzia, eta film eskandalagarriak egiten zituen, inolako erreparorik gabe. Beti izaten da aztiagoren bat, eta Pasoliniren hilketatik bi urtera, pasarte hau irakur zitekeenZeruko Argia-n:

«Fenomeno psikologiko berezi bat gertatzen da askotan: pertsona edo gauza batekiko identifikazioa. Alegia, pertsona horrekin bat egiten dugu, sinbolo bihurtzen dugu eta berari buruz arras subjektiboak gara harrez gero. Sentimentaloi, gutxienik, sarri gertatzen zaigu. Nik behintzat, Pasolini ere sinbolotzat dudala aitortzen dut». (Pasolini, azaroan hil zuten, Joseba Sarrionandia, 1977-11-13).

Sarrionandia, beraz, Pasolini aldarrikatzen, bizpahiru pintzeladaz baino gehiagoz osatutako erretratuaren bukaeran.

San Telmo Museoan uda osoa eta aste pare bat gehiago ere egin ditu Pasolini Roma erakusketak. Bartzelonako Centre de Cultura Contemporània-k ekoitzia —Alemania, Frantzia eta Italiako beste kultur erakunde batzuekin elkarlanean—, hau bai zinez Pasoliniren bizitza eta figura poliedrikoaren deskubrimendua.

Hor dago Pasolini zinemagilea, bere musa Laura Bettirekin, bere aktore fetitxe Ninetto Davolirekin, Bertolucci bezalako lankide adiskideekin; ez galtzekoa bera eta Ana Magnaniren arteko elkarrizketa, Mamma Roma (1962) filmatu zuten garaian. Hor dago kontzientzia sozial eta politiko sakoneko gizon, artean gaztea, telebistarako elkarrizketa arrunt bat Erroman bizileku duen langile auzoaren deskripzio eta analisi bihurtzen duena.

Eta nolanahi ere, zinema Pasoliniren ertz bat besterik ez da; ezagunena bai, baina ez landu zuen bakarra. Adibidez, pintatu ere egiten zuen gizonak.

Idazteari dagokionez, berriz, beste deskubrimendu bat: friulerari egin zion ekarpena. Ama zuen Friulikoa, Susana Colusi, maistra. Friulik bere hizkuntza propioa du, baina Pasolini hartan idazten hasi zenean, batere prestigiorik gabeko dialektotzat zeukaten friulera —edo furlana— Italian.

«Zeren faszismoak —nire harridurarako- ez zuen ametitzen Italian tokiko berezitasunik eta burugogor traketsen hizkuntzarik egon zedin». (1943, Corriere del Ticino).

Hizkuntzari herri bat zegokion, herri zapaldu bat. Prejerapoeman (1944), herri horren alde egiten dio erregu Pasolinik Kristori: «Gure lurra kanpotarren esku egon da/ eta preso egin gaituzte beste lurralde batean./ Gazteak eta zaharrak jipoitu egin dituzte plazan,/ gure neskatxei ohorea kendu diete».

1945ean friuleraren akademia sortu zuen Pasolinik lagun batzuekin —Academiuta di lenga furlana—, eta haren ikurraren ondoan pasarte hau ezarri zuten: «Friulik, bere historia antzuarekin eta poesiarako irrikarekin, bat egiten du Proventzarekin, Kataluniarekin, Grisoiekin eta hizkuntza erromantzeko beste Aberri Txiki guztiekin».

Rittrato di Pasolini liburuan azaltzen ditu aurreko horiek Luigi Martinelli irakasleak, Pasoliniren biografia intelektual oparoa marraztuz. Eta hala ere, Pasolini hil zuteneko berrogeigarren urteurren honetan, oraindik haren hilketa argitu gabe dagoela konstatatzeaz aparte, bizpahiru pintzeladatako estereotipoa gailenduko da hedabideetan.

¿Quién fue el verdadero asesino de Pasolini?

José María García López, autor de ‘Pasolini o la noche de las luciérnagas’

José María García López, autor de ‘Pasolini o la noche de las luciérnagas’. / R.C.

Pier Paolo Pasolini, director de cine, escritor, dramaturgo, poeta, ensayista, es uno de los genios indiscutibles y más controvertidos del siglo XX. Comunista y homosexual confeso en tiempos donde ambas identidades eran peligrosas, Pasolini murió brutalmente asesinado en 1975, al parecer, a manos de un tal Pelusi, el único acusado y condenado por el crimen. Pero ¿se debió su muerte a un conflicto entre chaperos que se fue de las manos o tuvo más que ver con el intento de callar una voz demasiado crítica con los entresijos del poder?

A su muerte, Pasolini escribía un libro, ‘Petróleo’, en el que investigaba una trama que ya había costado la vida de dos personas: Enrico Mattei, un político de izquierdas que luchaba contra la injerencia de las grandes empresas petrolíferas en Italia, y Mauro de Mauro, un periodista de investigación. Además de todo esto, hay que destacar la afiliación comunista del cineasta, en un tiempo en el que el fascismo y la mafia estaban determinados a impedir la pujanza del partido en la política italiana.

Con esta urdimbre, José María García López crea una inquietante novela, ‘Pasolini o la noche de las luciérnagas’ (Nocturna), en la que una criminóloga y un profesor intentan esclarecer la verdadera causa de la muerte del escritor, lo que termina por convertirse en una obsesión que les lleva a sumergirse en el complejo mundo que habitaba: su obra literaria y cinematográfica, su relación con artistas e intelectuales de la época, su controvertida posición política, su pederastia confesa, su compleja relación familiar, esa lacerante creencia católica de la que nunca se libró, un miedo constante a acabar como finalmente acabó… y, sobrevolándolo todo, una conspiración política y mafiosa que Pasolini denunciaba en ‘Petróleo’, su obra inconclusa y que servirá de hilo conductor a los investigadores para intentar buscar la verdad que nunca salió a la luz.

Porque la investigación de la muerte del director de cine nunca quedó totalmente esclarecida o, al menos, no solo fue responsabilidad de quien acabó en la cárcel por ella. Tanto es así que en 2010 se habló de un capítulo desaparecido de ‘Petróleo’, que, según los expertos, conduciría directamente a los asesinos del propio Pasolini. Y en 2014, finalmente, se reabrió el caso de asesinato para que fuera investigado según los parámetros científicos actuales.

José María García López, filólogo y habitual colaborador en publicaciones periódicas con artículos sobre cine, teatro, arte y actualidad, es autor de varios libros de poesía con los que ha obtenido diversos galardones, entre ellos el premio Rafael Alberti por su obra ‘Memoria del olvido’. Ha publicado hasta la fecha siete novelas.

Año Pasolini, 40 años de la muerte del autor italiano

Por encima de todo poeta, poeta de la vida, del cine o del pensamiento. La obra de Pier Paolo Pasolini 40 años después de su trágica muerte, que se cumplen este año, está más viva que nunca como muestran las reediciones y la película de Abel Ferrara sobre el autor italiano

pasolini

Pier Paolo Pasolini

.El 1 de noviembre de 1975 Pier Paolo Pasolini murió en un descampado de la localidad costera de Ostia, cercana a Roma, como consecuencia de un tremenda y violenta paliza que, según la versión oficial, le fue propinada por el joven Pino Pelosi con quien iba a mantener relaciones sexuales, quien en un primer momento se declaró culpable y cumplió pena de cárcel, pero luego se retractó.

Aunque otras versiones dicen que fue una emboscada y que fue golpeado y atropellado por un grupo organizado, que fue un complot. Y es que el poeta, narrador, cineasta, pensador, crítico o pintor, nacido en Bolonia el 5 de marzo de 1922, era uno de los mayores iconoclastas.

Así, 40 años después de su muerte, el autor de películas como “Teorema”, “Decameron” o “Saló o le 120 giornate di Sodoma” es objeto y referente en todos los frentes en el llamado Año Pasolini.

Uno de los creadores que más ha trabajado desde el lado de las tinieblas, el cineasta Abel Ferrara (Nueva York, 1951) que ha estrenado su esperada película “Pasolini”, protagonizada por Willem Dafoe.

Y otro plato fuerte y sugerente en el Año Pasolini lo constituye la publicación de una antología de ensayos inéditos, radicales y trasgresores del escritor sobre la cultura contemporánea, que bajo el título de “Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas”, publica Errata naturae.

El libro ofrece un documento único, la última entrevista hecha a Pasolini pocas horas antes de su muerte y que él mismo definió como «un testamento intelectual y espiritual», y en la que dice: «mientras nosotros estamos aquí hablando puede que haya alguien en el bar planeando liquidarnos».

«Lo que no habla tanto de una premonición como de la estricta lucidez de quien ha tocado ‘la vida violenta’ y conoce verdaderamente su lugar en el mundo», advierte Raúl Ruiz, editor de Errata nature

En el libro se amplía y se muestra otras de las grandes facetas de este creador único, la de ensayista y visionario, y en él habla de la violencia, la guerra, la cultura, la educación o la televisión.

Pero, además, acaba de aparecer, editado por Nórdicas Libros, en edición bilingüe “La religión de mi tiempo”, su principal obra poética desde 1957 a 1971, con traducción de Martín López-Vega, quien asegura en el prólogo que es imposible leer la poesía de Pasolini como una manifestación separada del resto de su obra.

«La poesía es con todo, el sistema nervioso de toda su producción, el laboratorio donde todas sus ideas se decantan y quintaesencian para luego disolverse en las distintas formas narrativas», dijo. Al tiempo que recuerda que Pasolini «solo podía encontrar la felicidad en la libertad…, un imposible en cuya búsqueda valía la pena perder la vida…».

El eterno Pasolini con Ferrara

Pier Paolo Pasolini no solo fue un cineasta genial. «Un corazón como el suyo, una mente como la suya, una persona como la que era, con el alma que tenía, es eterna», afirma Abel Ferrara, cuya última película, «Pasolini», es un retrato del lado humano del realizador italiano y donde narra los últimos días de su vida.

Lo hace mostrando escenas cotidianas junto a su madre, con sus amigos, cuando escribe las historias que desea convertir en guion y también en sus ligues nocturnos por Roma, en concreto el que le llevaría a la muerte en la playa de Ostia el 2 de noviembre de 1975 por una paliza y un atropello, en circunstancias no esclarecidas hasta el momento.

Willem Dafoe presta su rostro anguloso a un Pasolini que en este paso a la gran pantalla adolece de la fuerza, de la rabia y de la pasión que caracterizaron al cineasta boloñés, siendo la frialdad e incluso pasividad las características de su interpretación.

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40 años después de su muerte, el autor de películas como «Teorema», «Decameron» o «Saló o le 120 giornate di Sodoma» es objeto y referente en todos los frentes en el llamado Año Pasolini.