¿Quién nos curará ahora el mariconismo?

14342110195899

Querida alcaldesa:

Madrid, como un candelabro loco de brazos impares, siempre tuvo alma de travesti. En lo que a Franco le sollozaban un réquiem y le echaban el farallón de mármol en el nicho de los Caídos, Chueca estrenaba rebelión y pintalabios. Cuando entonces, el Madrid mariquita se hizo a la calle con erecciones como cirios, mientras los señores de UCD, que iban a la cosa de las Cortes como trajeados a las prisas en la cuarta planta de Galerías Preciados, miraban sin mirar aquella algarabía.

Los gays, que antes fumaban a Lorca y al poco ya fumaban Malboro ‘light’, le cogieron pronto el vicio a la revolución. Hartos de trasnochar en armarios y calabozos con la turba de proxenetas y maleantes, se organizaron en federaciones llenas de siglas que pregonaban el Orgullo de la carne y el pescado. Pero lo que fuera en los albores una reivindicación de derechos elementales, de matrimonios igualitarios, de sexos desenvueltos, fugaces, soberanos, transmutó al paso de los tiempos en mil carrozas de tangas efervescentes. En una juerga sin remedio donde Alaska, Leticia Sabater y otras mitologías se daban baños de espuma ante la multitud embelesada. En un negocio desaforado de gintonics y gastrobares ‘requetechic’ donde el ‘lobby’ se repartía la millonada. Y los supervivientes de la vieja guardia, que se dejaron los huesos a aullidos y a hostias en las mazmorras de la Dictadura, ya si eso que se queden en casa.

“Me volvía loca ponerme los zapatos de tacón de mi madre”, dijo Paloma San Basilio, nuestra Harvey Milk de Chamberí, en el pregón de 2013

Lo vino advirtiendo Paloma San Basilio en el pregón del Orgullo -el gay, no el minero-, cosecha de 2013. Transcribo: «Me volvía loca ponerme los zapatos de mi madre. Sumergirme en sus preciosos tacones de aguja. Aprendí muchas cosas con ella: cómo pintarse los labios, cómo hacer empanadillas…Aprendí por ejemplo a jugar a las cartas cuando se juntaba con sus amigas y, después, interrumpían la partida para cambiar los naipes por los pasteles y las ensaimadas».

A lo Harvey Milk de Chamberí, Paloma se reivindicaba a brochazos de nostalgia como una más del colectivo, como la mariquita más marica del mariconerío maricón. Pues es bien sabido que los homosexuales van todo el día a la carrera como tribus trashumantes de gitanos, devorando empanadillas -de atún, por los oligoelementos- sobre sus tacones precipitados de Louboutin. Palabra de activista.

La fiesta efébica del Orgullo, venía yo diciendo, es una telaraña de patronos de discoteca y gerifaltes de carrozas que un día prefirieron la pasta a la protesta. Bajo el palio de todos esos chicarrones de porcelana que danzan a Leviatán en los vapores de julio, y que encalan Madrid como querubines de Churriguera, los organizadores se lo llevan caliente. Hasta 110 millones facturó la cofradía de Chueca en los fastos de 2012; y mientras compañías aseguradoras o marcas de refrescos chispeantes instalaban sus ‘stands’ en las postrimerías de la Gran Vía, algunas ONG que batallan contra el sida en la penumbra vieron peligrar sus casetas por falta de ‘cash’.

Al menos nos quedaba Pedro Zerolo, al que algunos fabularon hace años como un gran alcalde. Pero el cáncer se le puso bravo un martes de madrugada, pues los lunes no están hechos para marcharse, y nos quedamos un pellizco más huérfanos. Al sepelio, con la bandera del arcoíris por mortaja, acudieron políticos de todas las guerras. Y llovió tanto en Madrid, quizá por despedirse, que Ana Botella se apeó de la política con chubasquero y bajo un paraguas. Hasta pronto, Pedro. Y pregúntame por allí arriba, a Dios o a quien tú gustes, quién nos curará el mariconismo ahora que la señora de Aznar se nos fue por la salida de emergencia.

@javierrcid

Si tiene alguna sugerencia para esta sección envíe un correo electrónico a: querida.alcaldesa@elmundo.es