LA MATERNIDAD Y LO TRANS…
Artículo publicado en ALTERSEXUAL
Por Frieda Frida Freddy
Transfeminista (y lesboterrorista) de a pié
El día que me enuncié Trans fue el día que ví y sentí claramente que no necesitaba, ni me era vital, ser mujer u hombre para existir. Más aún, identifiqué plenamente que no deseaba serlo y anclarme en una de las dos categorías sociales, porque nunca me había sentido feliz y a gusto en ninguna de ellas. Me autonombré Frieda porque soy más femenina que masculino, y porque comprendo que masculinidad y feminidad son sólo dos polos de adoctrinamiento que nada determinan, y mucho menos tendrían que “definir” ese “ser hombre” o “mujer”, que se conoce en nuestro mundo social. Escogí pues este nombre por el potente diptongo que para mí representa el puente por la dicotomía de género, mi transitar entre Frida y/o Freddy que son el pasado al que se me condenó: Chico o chica. Y del que escapé…
Así que ahora soy libre, soy Trans. No transgénero ni transexual. Verán. Se tiene la idea generalizada que ser trans es de fijo, digamos, nacer A y cambiar a B, o nacer B y querer ser A. Es decir, nacer biológicamente ‘hombre’ (por el pene que el sexo ha señalado) y querer ser socialmente una mujer. O viceversa. Nacer biológicamente ‘mujer’ (por la vulva que asigna el sexo) y desear vivir socialmente como hombre. Y sin duda que eso es una gran parte, pero no lo es todo.
Lo anterior es transgredir-traspasar una categoría de género porque nunca hubo allí pertenencia ni identidad con la que se les asignó mediante los roles; es rechazar una construcción social que se impuso a partir de una división hecha por un rasgo genital, y desde luego que eso es transgresor, pero tal práctica sigue estando dentro de un código binario. Y con esta afirmación no pretendo descalificar ni agredir a quien haya hecho todo lo posible para cambiar totalmente su cuerpo y/o modificar apariencias, desde hormonarse hasta pasar por cirugías y actualmente se sienta cómodo o cómoda con lo que es o como se ve, ya que el sólo hecho de desafiar el género y transitarlo completamente de A a B, o al revés, me parece digno de todo el respeto y la admiración rebelde.
Pero yo no quiero eso para mí. Yo además de transgredir-transitar (y no quedarme), quiero dinamitar al género. Mi lucha diaria es contra la dicotomía de género, contra la sujeción. Para eso hago transfeminismos. No quiero aprisionarme en el género, ni en sus roles, ni alcanzar sus estereotipos. Yo deseo ir y venir, fluir, como fluye mi propia sexualidad (en el sentido más amplio, no reduciéndola al mero acto sexual); mi sexualidad que está viva, y vive conmigo. ¿Por qué voy a sujetarla? ¿Por qué voy a sujetarme? No he de hacerlo. No estoy obligada.
No voy a encarcelarme en una dicotomía de género, o en alguna orientación sexual. Yo voy y vengo. Por eso me digo Trans de transformación a la idea hegemónica, Trans de transitar la heteronorma, Trans de transgresión al género y todo lo que éste conlleva. Trans de transgredir el mandato, abortar la órden. Nací A y no voy a ser B, pero que la A se joda. Podemos ser X ó Z, H ó T, o mezclas, o lo que se nos hinche la gana. Incluso a veces quedarnos un rato en B y luego botarla, por ejemplo. O ser monstruas. O ser no siendo.
Y para quienes a estas alturas del texto, ya están pensando en que estoy confundida y en realidad soy queer, lo repito, yo soy Trans, y para la deconstrucción-destrucción de la dicotomía de género voy a poner además de mi discurso, mi cuerpo. Voy a implantarme unos senos, para eso estoy ahorrando. Unos senos por decisión política, por acto performativo. No esos senos grandes y redondos, “con los que no tuve la fortuna de nacer”, para llegar a ser cien por ciento femenina, y por ende “mujer” (como lógicamente se cree), sino más bien quiero esos senos para confundir, para salir al espacio público tan normado y transgredirlo, aterrar. Ni siquiera estoy interesada en adelgazar y comprarme vestidos estilizados, o blusas de amplio escote; mi acto también será post-travesti.
Con la operación de senos mi cuerpo será además de un campo expropiado al sistema (que antes me lo robó con sus mandatos), un arma de destrucción simbólica. De modo que lo que busco con la cirugía no es alcanzar un modelo de belleza patriarcal, sino ser una performance viviente que va por el mundo y lleva el terror Trans a todos los espacios, las calles, las ciudades. Esta es mi libre decisión y elección, como lo es la que toma la mujer de sexo-género concordantes y heteronormados cuando decide ser “madre”.
¿Pero qué pasa entonces con ambas decisiones tomadas libremente y que conciernen a un cuerpo propio, dentro de una misma sociedad, un mismo mundo social?
Pasa que cuando yo enunció ser Trans y menciono la decisión de modificar mi cuerpo, el mundo me ve como apestada, como demente, mientras que a la mujer embarazada la ve como triunfadora, como si se tratara del máximo logro de la vida. A ella se le otorga un reconocimiento social y a mí el escarnio público. A ellas se les eleva a un pedestal social y las empiezan a cuidar tan frágil como si fueran a romperse, mientras que a la mayoría de lxs transexuales, trans, y transgénero les rompen la estima y los lazos sociales, les echan de sus casas y la sociedad cierra sus puertas en casi todos los espacios públicos.
Cuando una mujer decide y elige libremente embarazarse, parir y criar, el mundo entero la llena de elogios, buenos deseos, bendiciones, dulzura, felicitaciones, no se cansan de alabarla, mientras que a la gente trans que también ha decidido y elegido libremente hacer algo con su cuerpo y un proyecto de vida, las burlas no cesan, ni los insultos, las invisibilizaciones, los chistes, las miradas reprobatorias, o las agresiones verbales y hasta físicas.
En la mujer embarazada las familias y amistades y la sociedad en general, se toman la tarea de procurarla y cuidarla, las mandan al médico y el Estado las recibe gratuitamente mediante el sector salud con chequeos prenatales, y las activistas hasta abogan por ellas alto a la violencia obstétrica. Pero de los altos y violentos índices de natalidad nadie dice nada.
En ese mismo tenor, cuando la persona trans ha empezado a hormonarse o está por hacerse una cirugía, las familias y amistades y la sociedad en general se han reducido, le han enjuiciado, y el Estado las recibe con el psiquiatra, a quien tendrán qué convencer de su propia decisión de transitar. El sector salud las recibe también, aunque la mayor de las veces con desprecio y maltrato, manejándoles como tontxs y no escuchando sus sentires, sino sólo inyectándoles las hormonas o dándoles medicamentos (cuando los hay), en una posición de: pues si no quieres ser hombre, ¡toma, sé mujer! O viceversa. Todo de golpe y porrazo, siendo poco claros con las reacciones secundarias de bajar o subir testosterona o estrógenos en niveles acelerados. Y eso en escasas ciudades donde hay legislaciones que lo permiten. Si no las hay, lxs trans tendrán que pagarse todo solas, como puedan. Tendrán que costearse los tratamientos y cirugías completas, y si no tienen dinero ahí está el aceite de cocina o el anticongelante para coches para hacer crecer un poco glúteos o senos. Acá cada quien aboga y sobrevive por sí misma, a pesar de los informes anuales de las activistas, donde anuncian su preocupación por los derechos sexuales de todas y cada una de las personas en el mundo y proclaman “los avances”.
Cuando yo decido y elijo ser Trans, todxs me diagnostican sin ser médicos: tengo “disforia de género”, estoy enferma de la mente, y loca. Lo dice la ciencia y lo publica la OMS en su lista de enfermedades mentales. Nadie habla de la violencia cultural, ni la cultura de la violencia, contra mi persona y mi libre decisión, porque lo que yo hago es “anormal”, “claro está”, mientras que lo que hace la embarazada es no sólo “normal” sino además “lo más natural del mundo”. Así el panorama a grandes rasgos. Y no me estoy victimizando con estas analogías. Más adelante aclararé el punto.
Lo que la embarazada está haciendo en realidad (por más libre y elegida que sea la decisión) es seguir reforzando y reproduciendo un sistema heteronormativo, un régimen heterosexual que no es orientación como tanto se nos ha dicho, sino un régimen ordenador del mundo social, controlador de cuerpos y de vidas; lo que ella está haciendo es seguir unas rígidas normas aprendidas que a otras iguales biomujeres como ella las estigmatiza y frecuentemente las condena como “mujeres a medias, incompletas, o malas mujeres”, porque no “se realizan nunca mediante la maternidad”.
La decisión libre y elegida de la mujer embarazada traspasa lo personal e impacta desfavorablemente el afuera. Fortalece un mundo social que a mí, como a mucha otra gente disidente sexual, incluso a ella misma, nos está matando, literalmente (feminicidios, transfeminicidios). En ese mismo sentido, lo que yo hago con mi decisión libre es joderme en la heterosexualidad y otras ficciones políticas, en imposiciones sociales, en el régimen heterosexual, destruirlo, deconstruirlo, porque ese sistema simplemente no es normal ni natural.
¿Pero por qué el Estado costea el embarazo, aún en mujeres no inscritas en el sector laboral, en todo el mundo? Porque le conviene, es una inversión a corto plazo para este modelo global de producción-consumo. Le conviene para seguir reproduciendo el modelo de familia y sacar de ahí más mano de obra barata en el mercado laboral y la producción en masa; sirve además para mantener a la gente educada, normada, callada, pasiva y apática, bajo la telenovela del amor romántico y el “vivieron felices para siempre”. Y ya después Familia y Estado, en unión, mantendrán más fácilmente controladas-oprimidas las disidencias sexuales, planeando captarlas para normarlas, desarticularlas o exterminarlas.
En el modelo producción-consumo también se maquila Familia, que no es el único agente socializador, pero sí el de mayor peso. Ese modelo rector de la moralidad, la buena conciencia, la coerción, la dominación, la represión, la violación de derechos humanos básicos y de las garantías individuales, ese modelo del chantaje emocional-sentimenal y económico. La familia, hoy día reproducida a la par por los homosexuales misóginos y machistas, y por las lesbianas patriarcales, es un modelo opresor que funciona de formas muy visibles como golpes, insultos y maltratos, hasta formas delicadas y sutiles como: “hijx me lo tienes que contar todo y decirme cada paso que des porque somos familia y nos tenemos confianza, ¿verdad? O el: yo sólo te vigilo y te ordeno porque te quiero y me preocupo por tí, todo esto es por tu bien, te respeto. Le llaman “educación”. Y con ella violando severamente la privacidad de cada miembrx que por un lazo de sangre no significa que sea un objeto de propiedad. Pero eso sí, estas formas irán siempre disfrazadas de mucho cariño, abnegación, buenas intenciones y preocupación porque por eso existe el “amor de familia”.
Hay una negación consciente de que la familia (como el Estado) da órdenes y castiga a quien no las cumple, su irracional poder autoconcebido les hace pensar que tienen toda la autoridad para hacerlo. Las familias controlan, asfixian, a veces lentamente, a veces en pocos pasos y de manera expedita. Y es evidente que el Estado no dejará de producir familia, pero las personas sí podemos dejar de hacerlas, y no estarlas sólo cambiando de nombre: familias diversas, nuevas familias, otras familias, dos mamás, dos papás, madre soltera. No veo a ninguna lesbiana poniéndoles vestidos a sus “niños”. Sí veo a mucha embarazada llamando princesa al feto “mujer”, o “mi rey”, que se mira en el ultrasonido, por ejemplo.
Esa misma negación consciente les alcanza hasta para cubrir que los derechos sexuales y reproductivos también fueron un instrumento que el Estado “firmó y reconoció” para darle a toda esta diversidad sexual heterosexuada (que no disidencia) lo que estaban pidiendo y así mantenerles un tanto a raya para que ya no estuvieran “molestando” más. Habría que ver esa parte manipuladora de un aparato de gobierno, como el Estado, que ha dado más que pruebas suficientes de lo mezquino, controlador, corrupto, chantajista, despótico y traidor que es.
Pero dejar de hacer familias es algo sencillamente impensable para la mayoría de gente en el mundo, ¿qué más harían sino sólo lo que le han interiorizado muy bien en sus cabezas desde que nacieron? ¿Pero qué hay de toda esa gente que se dice feminista, y habla y habla de su preocupación sobre la violencia de género y la violencia contra las mujeres? ¿Esa gente que tanto cita a Foucault y la historia de la sexualidad en volumen uno, dos, y tres, y no se saca de la boca el biopoder y la biopolítica, y hasta duerme con la foto de Simone de Beauvoir sobre la cabecera de su king size? Su heterocentrismo se les mira desde la luna a la tierra. Sus discursos contradictorios evidencian por sí mismos su falta de compromiso para dejar de hacer lo que en resumidas cuentas agrede y estigmatiza a esa misma gente que pretende apoyar. ¿Le vamos ganado al heteropatriarcado capitalista?
Hacer feminismos institucionales, reproduciendo familias y pidiendo cosas al Estado que es la figura paternal (macho protector, padre benefactor), es simplemente la primera de las grandes contradicciones. Pero insisten en jactarse totalmente concientizadas y deshteropatriarcalizadas, hablando de la igualdad de género, ancladas para no variar en una dicotomía carlcelaria. Criando solamente niños y niñas. Y se llenan de paridad, y cuotas, insertando a grandes mujeres librepensadoras y hacedoras, dentro de un sistema podrido que termina sujetándolas, llenándolas de su peste, y obligándolas a trabajar bajos sus formas y reglas. Porque no es la falta de capacidad, sino el modelo en sí. Pero se niegan a aceptarlo. Se ofenden si alguien lo menciona. No les basta las evidencias diarias en las calles y los espacios públicos. Es más importante llenar el informe, comprobar los gastos de la beca con erario, y la selfie que puedan hacerse en los encuentros internacionales. Que al cabo “con eso poquito que se gane, ya es un avance”, dicen.
Así que como leerán, mis anotaciones no son para victimizarme rogando al Estado que deje de tratarme como ciudadana de cuarta categoría, yo en lo personal no quiero nada suyo, ni les estoy pidiendo tampoco a las feministas activistas institucionales que me arropen “maternalmente” en mi renacer Trans. Mi transfeminismo es anarco, radical y autogestivo. En todo caso sólo como un lindo detalle estoy sugiriendo que el Estado debería dejar de costear los embarazos y lo que implican. Quien quiera un hijo que se lo pague, que lo costeé desde la sola planeación de su propia idea y libre elección. Que sea su propio lujo. Que se dejen de usar los impuestos de otrxs tantxs trans para tales efectos , porque ya estuvo bueno hasta de pagar económicamenre por la transfobia que se recibe. O que por lo menos la que quiera ser “madre” se pase también con el psiquiatra para que explique el por qué de su decisión, que convenza a la ciencia y a la OMS del por qué tiene la certeza y la seguridad de poder parir y criar y formar una nueva persona. Su sólo argumento de un compromiso total, protector y procurador, anclado en un rol de género inventado, no es suficiente. Es mera seguridad romántica arraigada al régimen heterosexual. Creer que todo lo va a poder con mucho amor y “cuidados”, es sólo lo que le hicieron creer.
Finalmente, para cerrar acá mis disertaciones, quiero aclarar algunas cosas, ya que una de las deficiencias del sistema educativo escolar tienen que ver precisamente con la comprensión de la lectura, y yo estoy muy cansada de que se vaya por ahí diciendo que yo dije, de modo pues que este texto como han leído es completamente antimaternal, sí, pero yo en ningún renglón he dicho que dejen de embarazarse y parir. Lo que yo estoy haciendo acá es una feroz crítica para señalar lo que nadie parece querer decir por miedo a sonar políticamente incorrectx y empañar su currículum profesional, o que se les tache de violentas, de no ser sororarias o dejar de serlo, y así perder el viático, la alianza, ser expulsada de la colectiva, sacada de la ONG, caer mal o dejar de recibir los saludos “fraternos y sonrientes” de otrxs compañerxs.
Yo lo que digo con este texto, hablando de las que deciden, eligen-desean la maternidad y formar familias, es que se deje de esparcir por el mundo el cotilleo de que un embarazo y ser madre, y hacer familia, es la ostia, y lo más de lo más, porque también con el habla y la lengua y las percepciones propias regadas al vapor se siguen alimentando-construyendo ad infinitum los roles de género en lo societal.
Lo que yo digo es que dejen de contar el cuento rosa y dulce, y de comprar la familia de cajita feliz mac donalds, y asuman honestamente las atroces responsabilidades sociales que implican gestar, parir y criar, en un contexto tan capitalista y heteropatriarcal, como el arriba descrito, y que sepan de una vez que su decisión libre y elección no se queda en la pareja, ni en las cuatros paredes de su guarida de amor, ni en la mujer sola o acompañada que decide hacerlo, un embarazo traspasa el hogar y colabora directamente con el sistema que nos jode en conjunto.
Yo Frieda, lo que digo, es que dejes pues de respetarme con la lógica de: “yo no tengo ningún problema con la gente trans”, desde tu aplastante posición de normalidad. Y de que crían para formar sólo hombres y mujeres, omitiendo desde el mismo nacimiento la intersexualidad, y después en la socialización del género a la transexualidad, bajo el yugo heterosexual, ¡ahí te encargo!
Porque somos lxs trans que la dicotomía de género no pudo normar. Estamos aquí, y no vamos a callarnos, ni guardarnos en ningún calabozo sólo para que tus hijitxs no se espanten y/o “contagien” de algo.