El sexo de los ángeles y la homofobia en la mirada
Dicen que el cartel navideño de los belenistas sevillanos ha conmocionado mucho a la ciudad porque en vez de encontrarse con un portal con su mula y su buey –que es lo clásico pese a que Benedicto XVI negara su presencia de manera infalible- lo han hecho con un Apolo parecido a Griezmann en el papel del arcángel San Gabriel y una explosión dorada a la altura de su bajo vientre de la que emerge una fálica giralda rematada con una azucena que, para pesadumbre del autor, no se ha visto como un símbolo de virginidad sino como otra metáfora mucho más prosaica y libidinosa.
Los críticos con la obra de Manuel Peña, un joven pintor hiperrealista barroco que pretendía sumarse al homenaje a Murillo en su 400 aniversario, han sido capaces de certificar a la vista del cartel que el San Gabriel que exhibe es claramente gay, una blasfemia incalificable para una ciudad –la que ellos representan- que aun lamenta el cierre de la Gavidia, la comisaría en la que en los estertores del franquismo eran apaleados los homosexuales y que ahora el Ayuntamiento quiere convertir en un centro deportivo.
Lo que en realidad revela el cartel no es un arcángel amanerado en pleno éxtasis sexual sino la enfermedad que sigue padeciendo una parte de la sociedad a la que la homofobia le comienza en la mirada. Es esa misma sociedad que comulga con que se prohíba a un hombre casado con otro hombre ser hermano mayor de una cofradía, la que niega una plaza escolar al hijo de una pareja gay, la que no se escandaliza porque haya párrocos que se sigan ofreciendo a sanar la homosexualidad o la que ha aupado a Sevilla a la cabeza del ranking en ataques al colectivo LGTBI según cifras oficiales del Ministerio del Interior.
En vez de lamentarse por la imaginación calenturienta de quienes creen que el ángel no es un ángel, la Giralda no es la Giralda y la azucena no es una azucena, el joven Peña debería congratularse de haber resucitado la enfrascada disputa que, sin llegar a ponerse de acuerdo, filósofos y teólogos mantuvieron en la Constantinopla del siglo XV a cuenta del sexo de los ángeles mientras los otomanos asediaban la capital hasta su capitulación.
El dilema no es ahora si el arcángel ha de ser representado como un macho alfa o como un afectado emisario del mismísimo Dios sino dilucidar si el siglo XXI ha llegado para todos o parte de la excursión se ha quedado en el XVII tapándose los ojos ante El rapto de Gamínedes de Rubens o escandalizada, como Isabel de Farnesio, ante el San Sebastián homoerótico de Guido Reni. En la bizantina Sevilla lo bizarro es pecado.