El mejor día de Edith Windsor
Demandó al Estado tras la muerte de su pareja
El Supremo no habría reconocido los derechos de los cónyuges homosexuales de EEUU si no fuera por Edith Windsor, cuyo empeño inició hace cuatro años el proceso que ha llevado a los jueces a derogar este miércoles la ley que definía el matrimonio como una unión entre un hombre y una mujer.
El detonante fue una carta que Edith recibió unos días después de la muerte de su esposa Thea Spyer en 2009. El fisco le reclamaba unos 300.000 euros en impuestos por las dos propiedades que tenían en común: un chalé en los Hamptons y un apartamento en el Village neoyorquino. “Si Thea fuera Theo, no habría tenido que pagar esa cifra”, dijo entonces. “Es una injusticia terrible y un error que es necesario corregir”.
Así fue como Edith (83 años) presentó la denuncia que ha llevado al Supremo a reconocer los derechos de los cónyuges homosexuales estadounidenses, que a partir de ahora recibirán el mismo trato que los heterosexuales en cuestiones de impuestos, herencias, pensiones o inmigración. No fue un camino fácil para la lesbiana neoyorquina, que emprendió su lucha en solitario al rechazar el caso una organización a favor de los derechos de los homosexuales de la ciudad.
“¡Vámonos a Stonewall a celebrarlo!”, dijo Edith este miércoles al conocer la noticia en referencia al histórico bar del Village neoyorquino donde estallaron los disturbios que fueron el preludio de la revolución homosexual. La acompañaban su abogada Roberta Kaplan y el collar de perlas que lució el día de su boda en un hotel junto al aeropuerto de Toronto en el verano de 2007.
Entonces el matrimonio no era legal en Nueva York y Edith se llevó a su prometida a Canadá para sellar su unión antes de que fuera demasiado tarde. Thea sufría esclerosis múltiple desde 1977 y sus médicos decían que estaba a punto de morir. Hasta entonces ambas habían albergado la esperanza de poder casarse en Nueva York, en cuyas calles se habían conocido y en cuyo registro de parejas de hecho se habían apuntado en 1993.
Un gran amor
Edith nació en la ciudad unos días antes del desplome bursátil de 1929. Thea era la hija de unos judíos holandeses que habían llegado a Nueva York huyendo de la II Guerra Mundial. Ambas se conocieron a principios de los años 60 en el restaurante Portofino y se prometieron junto una playa de los Hamptons en 1967. No hubo anillo de pedida sino un discreto broche de diamantes que Thea le entregó con la rodilla en tierra en un aparcamiento. Edith enseguida dijo que sí.
Durante décadas aquel broche fue un código secreto para evitar preguntas incómodas en el trabajo. Edith tenía un puesto importante en la firma informática IBM y Thea temía que su opción sexual fuera un obstáculo para su carrera. “En aquellos días era imposible ser abiertamente homosexual”, recordaba Edith hace unos meses durante una entrevista con la radio pública NPR.
El diagnóstico de la esclerosis múltiple de Thea fue un mazazo para la pareja pero no trastocó la relación. Edith dejó su trabajo para cuidar de su prometida, cuyo deterioro fue avanzando hasta su fallecimiento hace cuatro años. Edith aún recuerda el día en que decidieron casarse. Acababan de decirles que a Thea le quedaba un año de vida y ella le preguntó a Edith si aún quería ser su esposa. Así fue como volaron a Toronto con dos padrinos y cuatro madrinas y contrajeron matrimonio en el salón de un hotel.
“El matrimonio es una cosa mágica”, decía Edith recientemente al recordar lo que sintió el día de su boda. “No me refiero a los asuntos de dinero sino al matrimonio. Simboliza un compromiso y un amor como ningún otro en el mundo”. Thea falleció a los 21 meses y Edith sufrió un infarto unos días después. Los médicos lo atribuyeron al impacto emocional por la pérdida de su esposa, cuya imagen aún preside el salón del apartamento que ambas compartieron durante décadas en Nueva York.
Allí fue donde Edith recibió la noticia este miércoles y donde descolgó el teléfono para conversar con el presidente Obama, que le dio la enhorabuena desde el Air Force One. Unos minutos después, Windsor explicó sus sentimientos durante un encuentro con los periodistas: “Los niños que nazcan hoy crecerán en un mundo sin una ley discriminatoria y aquellos niños que son gays serán libres para crecer y amar y contraer matrimonio. Si tenía que sobrevivir a Thea, ¡qué forma más gloriosa de hacerlo!”. En la solapa derecha de su chaqueta negra brillaba el broche de diamantes que selló su compromiso hace medio siglo.