Dos bodas y un PP. De El Escorial a Vitoria
Aunque las bodas son un acontecimiento familiar, las hay que también pueden ser un acontecimiento político. Por definición, casi todas las bodas importantes son de cuento de hadas, según los cronistas de la cosa. Por azares del destino, dos bodas concretas nos permiten reflexionar sobre cómo ha cambiado el cuento de hadas en el PP. Dos bodas que han superado la intimidad de una ceremonia íntima para acabar siendo objeto de análisis político. Con los contrayentes como testigos.
Las dos bodas que se celebraron en el mes de septiembre con trece años de diferencia. En la primera los novios eran un hombre y una mujer. En la segunda, dos hombres. Tanto en una como en otra, los contrayentes y los invitados pertenecían a la plana mayor del PP.
El 5 de septiembre de 2002, Ana Aznar, hija del entonces presidente del Gobierno, se casó en El Escorial con Alejandro Agag, un emprendedor político de éxito. Al enlace asistieron los Reyes y mandatarios internacionales, lo que la convirtió casi en una boda de Estado. La boda de El Escorial ha pasado a la Historia del PP como el acontecimiento que precipitó el principio del fin del aznarismo. Fue la máxima expresión del poder de Aznar al mismo tiempo que la imagen de sus debilidades. Para infortunio de su familia, muchos años más tarde, su hija y Alejandro Agag se siguen casando casi todas las semanas en las televisiones, cuando el caso Gürtel cobra actualidad y se proyectan las imágenes en las que los cabecillas de la trama aparecen vestidos de gala llegando a la iglesia. El archivo de la boda Aznar-Agag es una mina de personajes imputados, tanto nacionales como internacionales. Las imágenes son un castigo, una penitencia impuesta al pecado de arrogancia.
La boda de Javier Maroto con su novio Josema también se ha celebrado en septiembre, trece años después. Un enlace muy distinto. Pero también con lectura política. Y con perdón de los pecados. La cúpula del PP encabezada por Rajoy ha ido a la boda de dos homosexuales no sólo para acompañar a los novios, sino también para hacer penitencia por su error político y de apreciación social. El PP se opuso frontalmente y sin piedad a la ley de matrimonio homosexual impulsada por Zapatero. La dirección popular creyó en 2005 que la sociedad española no había evolucionado y se equivocó. Muchas voces alertaron a Rajoy sobre el error de oponerse a la ley, pero el presidente del PP no les hizo caso y prefirió escuchar a los amigos de Rouco Varela. Recurrió la ley ante el Constitucional por considerar que el matrimonio sólo puede darse entre hombre y mujer para la procreación. El PP instigó los bajos instintos de su electorado para desgastar a Zapatero acusándole de hacer ingeniería social. Iñaki Oyarzábal, dirigente vasco del PP y amigo de Javier Maroto, nunca olvidará los groseros insultos que sufrió por las calles de Madrid de militantes del partido por su condición de homosexual.
A la boda de El Escorial asistió el aznarismo en pleno. A la boda de Vitoria acudió el marianismo en pleno. Si es que eso existiera. No hay duda de cómo ha cambiado el cuento. La boda de El Escorial fue clásica. La de Vitoria contemporánea. Rouco Varela ha sido sustituido como oficiante de la ceremonia por un concejal. Los chaqués de máxima etiqueta lucidos en el convite de Vitoria nada tienen que ver con los de la finca de El Escorial. Las canciones del Festival de Eurovisión han reemplazado a la música de órgano. Mariano Rajoy fue sentado en una mesa bautizada como Céline Dion y puede que preguntara quién es esa chica.
Mariano Rajoy es precisamente el enlace entre las dos bodas. Estuvo en la primera y en la segunda. El mismo Rajoy pero distinto. Rodeado ahora de jóvenes sin pasado censurable, modernos, tolerantes, abiertos y sin complejos.
Seguramente no lo pretendía, pero Javier Maroto se ha convertido en el vicesecretario que ha perdonado el pecado político del PP. Su declaración en defensa de la ley que permite a los homosexuales contraer matrimonio con todas las letras cierra una página del partido nada gloriosa. Por fortuna, Rajoy no tiene que tomar la decisión de retirar el recurso del Constitucional porque el tribunal ya dictaminó que la ley se ajustaba a los preceptos constitucionales. El líder del PP tampoco tiene que pedir perdón por sus pecados. Ya los ha purgado asistiendo con cara de satisfacción y alegría al enlace de su vicesecretario.