CLASE OBRERA Y HOMOSEXUALIDAD – Mi vida de obrero gay

Artículo publicado  por La izquierda diario

La historia de Rachid no es un caso aislado, su historia es la de millones de trabajadores y trabajadoras en la oscuridad. Asumir la sexualidad, cuando ésta no corresponde a la norma heterosexual, es un combate en todas las clases sociales.

Asumir la sexualidad no heterosexual es aún más difícil cuando uno es un obrero y que los patrones lo usan para humillarnos y mantenernos bajo su dominación. Desgraciadamente, la historia de las personas LGBTI en la clase obrera ha sido también la de la marginalización de sus luchas en las organizaciones del movimiento obrero.

Por ejemplo, la homosexualidad fue, para los partidos estalinistas hasta los años 1970, una « tradición extranjera a la clase obrera ». Sin embargo, como la historia de Rachid lo muestra, la clase obrera también es gay, lesbiana, bisexual, trans, intersexo, etc.

Esta es una historia de vida y de lucha de un trabajador inmigrante en Francia, contra un sistema que explota, que oprime, pero también que da confianza a todos los trabajadores y trabajadoras en su lucha de todos los días:

Mi padre vino de Argelia en 1947. Primero trabajó en las minas del Norte de 1947 a 1951, y después en la fábrica de Faure Electroménager. Se casó con mi madre en 1959, con quien tuvo cuatro hijos. Yo soy el segundo, nacido en 1961, un año antes de la guerra de Argelia. A los 16 ya sabía que era diferente de los demás.

A los 14 años tenía amigos en el barrio con los que nos acostábamos en el pasto durante el verano puesto que no teníamos dinero para ir de vacaciones. Todo el mundo piensa que a los 14 años uno se interesa por las chicas, pero yo miraba a los chicos. Mientras que mi hermano mayor miraba bajo las faldas de las chicas, yo me preguntaba: «¿Soy normal?». En mi cabeza me decía que tenía un problema…

En esa época yo era aprendiz de panadero. Iba a la escuela tres semanas, y después trabajaba tres semanas. Comenzábamos el trabajo a las cuatro de la mañana, en vez de a las seis. El patrón decía que había que cerrar la boca y los otros empleados también eran muy desagradables. A fin de cuentas, era tratado como un esclavo Trabajaba seis días a la semana ¡y ni siquiera recibía un salario!

Después de tres semanas de trabajo, me daban como «salario» dos pasteles y un brioche. Cuando regresaba a casa, mi padre estaba muy disgustado porque veía que su hijo, un hijo de inmigrante, se dejaba humillar en el trabajo.

Durante esos años no mostraba ningún signo de quién era en el fondo, aun cuando me atraía un chico del barrio. Cada vez que lo veía yo vibraba, pero no podía expresarlo por el miedo del «qué dirán». Las cosas se complicaron cuando entré a trabajar en la fábrica. Mi padre me hizo entrar en Porcher en 1979, tenía 18 años.

El sábado salíamos a discotecas con los chicos del barrio y, para mostrar que era como ellos, bailaba con chicas ¡Inclusive llegaba a besar alguna! Pero lo vivía mal, porque sabía que era diferente. Un día me miré en el espejo y me dije: «Soy maricón, ¿cómo voy a hacer?». Tenía mucho miedo con respecto a los otros, tienes 18 años, tienes miedo de tu futuro.

En la fábrica, cada vez que abría mi locker, me preguntaban por qué no tenía fotos de chicas desnudas, como todos los demás. En la clase obrera tenemos muchas de esas fotos. Un compañero del trabajo me decía: «¿viste a ese coño?» Yo no decía nada, no me interesaba, era totalmente indiferente. Me preguntaban en el trabajo: « ¿Qué tal el fin de semana en la discoteca? ¿Follaste mucho?» Yo decía que sí, que coqueteé mucho. Era imposible decir que era homosexual, sobre todo cuando venías de una pequeña ciudad como la mía.

Las cosas empeoraron cuando un colega empezó a decirme todos los lunes: «¿Cómo estas artaïl ?». Artaïl quiere decir maricón en árabe. Yo le respondía «¡cállate la boca! », pero me dolía, porque era la verdad e intentaba protegerme.

Fui a hacer mi servicio militar en Argelia de 1984 a 1986 y allí fue bien complicado. En el cuartel estaba rodeado de chicos muy guapos, ¡y yo resistía! Yo sabía que en el cuartel pasaban cosas, sabía que la homosexualidad estaba presente. Estaba todo el tiempo dividido entre el deseo y la abstinencia.

Durante el Ramadán, llegué a rechazar a un chico porque no quería que se supiese, y sin embargo ¡era muy guapo! Una vez que regresé a Francia tuve muchos empleos. Trabajé algunos años en un centro de comida rápida de Paris, y luego fui a Savoie para trabajar en la construcción de las instalaciones olímpicas durante dos años.

Finalmente, en 1993, conocí a alguien, un africano bisexual, y fue en ese momento que empecé a asumirme. Es ahí que mi vida sexual comenzó realmente.

Yo pienso que los obreros tienen también derecho a una sexualidad y derecho a la felicidad. La clase obrera ¡también tiene que ser feliz! Mirando hacia el pasado, lamento no haberme asumido más temprano, pero la situación no me lo permitía, sobre todo en una pequeña ciudad.

En mi familia comenzaban a preguntarse por qué no estaba casado, cuando todo el mundo ya lo estaba y tenía hijos, querían que haga como ellos. Empezaba a estar asfixiado por las preguntas y las historias de matrimonio, entonces decidí hacer mi “salida del armario”. Primero lo anuncié a mis hermanos. En esa época era muy delgado, parecía enfermo, es por eso que mi hermano tuvo miedo cuando le dije que tenía algo que anunciarle, pensó que iba a anunciarle una enfermedad.

Mi otro hermano, que es ferroviario, que es alguien muy sentimental, se puso a llorar diciéndome que siempre sería su pequeño hermano, pero que tenía miedo de las agresiones posibles (que en esa época eran corrientes) y de las consecuencias con la familia y el barrio. Mi padre falleció antes de mi “salida del armario”. Fue muy doloroso, pero estoy contento de no haberle dicho, no quería herirlo. Mis hermanos estaban de acuerdo, no sé cómo habría reaccionado.

En 2005 llegué a las cocinas de una universidad. El jefe parecía buena persona al principio y los colegas también. En 2007 todos sabían que era homosexual, y el jefe decía que no le molestaban pero no era verdad en el fondo, lo que pasó después lo confirmó. Me invitaba a su escritorio donde me mostraba imágenes pornográficas en su computadora para ver mi reacción, o a veces me empujaba sobre una colega diciendo «¡aprovecha!». Pero yo no decía nada porque era un trabajador precario. Era el maricón de servicio y todos me lo hacían saber. Todo esto porque era precario. Si no hubiese sido precario, ¡no me hubiese dejado tratar así! Y la dirección de la Universidad no hizo nada durante años. Era peor que la fábrica.

Un día, después de una primera asamblea general, una huelga se desata. Me encuentro con el jefe y le digo: «Buenos días jefe, ¿todo bien?» y me responde «¿Que tal, maricón?». Las máscaras habían caído… Se servía de mi precariedad y de mi orientación sexual para aplastarme. Me atacaba porque había decidido hacer huelga. Esta huelga contra la precariedad también sirvió para denunciar esta jerarquía.

Muchas personas sufrían en el servicio porque el jefe también era racista y sexista, tenía que irse. Al final, ganamos la huelga, obtuvimos los contratos que pedíamos y el jefe se fue. Desgraciadamente solamente lo cambiaron de servicio, todavía está por ahí, en algún lado.

La clase obrera tiene derecho a la felicidad. Tenemos que defender la diversidad entre los trabajadores, y ser feliz es importante. Hay mucho que hacer en ese sentido.

Traducción: Claude Scorza, Révolution Permanente, Francia