Madrid orgulloso, Madrid libre
La ciudad cierra sus calles para celebrar como nunca la diversidad sexual en una fiesta histórica: un millón de personas se reúne en la capital del WorldPride
Por Enrique Gimbernat, que respondió con argumentos en 1978 al director de un hospital que había pedido públicamente que el programa La Clave no abordase el “tema de los homosexuales” al tratarse estas “aberraciones” de “una gran equivocación, cuando no un verdadero delito”. Por Daniel Zamudio, hijo de una vendedora y un obrero al que su madre dijo “cuídese” y acabó torturado salvajemente y muerto después de que cuatro asesinos le hiciesen una esvástica en el pecho con un cristal. Por Ramón, el vecino de mi calle, en Pontevedra, que de madrugada se sentaba escondido en un banco del parque de las Palmeras por si alguien quería ponerse a su lado, y así fue envejeciendo bajo los árboles. Por Amalia y por Cinthya, que tuvieron que ser amigas durante 20 años por miedo, y nunca se atrevieron a vivir juntas porque era un pueblo demasiado pequeño y su amor un escándalo demasiado grande. Por millones de rostros anónimos, aquí y allá, que siguen creciendo bajo unos marcos sociales construidos bajo un sustantivo discriminatorio (“la normalidad”) que los sitúa automáticamente al otro lado, expuestos al señalamiento, la persecución o la violencia. También, en sus círculos sociales, a la condescendencia del bienintencionado que, sin quererlo, no hace más que colocar su sexualidad bajo un foco.
Madrid fue la capital de la diversidad sexual, de la libertad y de la tolerancia; de una sociedad sacudida por su pasado y desacomplejada ante el futuro. Madrid, a esas horas de la tarde, fue el centro de un mundo que cambia poco a poco pero al que aún le quedan demasiados países siniestros a los que dar luz y justicia. Un griterío inmenso, una felicidad desbordada en todos los idiomas. Más de 50 carrozas en medio de una muchedumbre colapsaron la ciudad en una fiesta que se ha incrustado de tal forma en su ADN que este año, el primero de la historia en el que se celebra el EuroPride y World Pride al mismo tiempo, ha pedido a París el título honorífico de ciudad del amor. Lo es como no lo fue en las grandes películas de Hollywood; lo es como lo es ahora y será en las películas de futuro. Si tiene una ventaja el Orgullo es que se celebra como se quiere. Rita y Leticia llegaron a Madrid a esto: “Estamos aquí porque nadie nos conoce”. María y Luisa, que suben por la calle Reina, por otra distinta: “Somos de Madrid, vivimos aquí. Tenemos muchas razones por las que no nos debería gustar esto, razones políticas sobre todo por su deriva y demás. Es un gran acto de consumo, se han arrimado por interés tantos… Pero luego miras alrededor y piensas: si todavía sigue tanta gente insultando, tanta gente intolerante, entiendes que, con sus defectos, esto es necesario. Mientras moleste, hay que hacerlo”.
A pesar de los intereses en reducir el Orgullo a imágenes sin contextualizar, a presentarlo como una suerte de folclore exótico en vía pública para convertirlo en lo que los homófobos creen que es, lo cierto es que el desfile representaba en todas sus versiones la reivindicación de todas y todos. Si España se hubiese congelado en 1983 y se derritiese ayer en el Paseo del Prado, todos creerían estar viviendo algo irreal; si la España que se hubiese congelado fuese la de los años 50, esto sería directamente algo imposible. Pero ahí estuvimos y ahí estamos, aún entre muchos muros. Y no es poco. Lo que decía ayer Estefanía, una mujer de 36 años que esperaba el desfile como la cabalgata de los reyes, era que estaba en Madrid para “pasárselo bien”. Carlota, su novia de 25, que llegó el jueves desde Castellón, venía por la fiesta. Por Alcalá en dirección a Gran Vía un grupo —con gorros de paja de arcoíris, chicos de la mano, una pareja de lesbianas rezagada— caminaba con bolsas para un botellón en el centro en algún lugar “donde no nos pillen”.
Se ocuparon masivamente, entre cánticos y carteles, las calles que una década antes estaban llenas de gente temerosa de que se acabase la “familia tradicional”, y en el Orgullo se demostró que lo tradicional es el amor y la tolerancia, venga de donde venga y vaya hacia donde vaya. Por los que no pudieron verlo, por los que lo vieron y lo pelearon, y por los que aún viven sin poder decirlo.