La hija de Montse nació con genitales masculinos, pero se siente niña desde que tiene uso de razón y vive como tal con el apoyo de su entorno
Montse abre la puerta de su domicilio en un municipio guipuzcoano. (JOSE MARI MARTÍNEZ)
Bilbao
Que no me digas mi rey, que soy tu princesa”. Dicen que la naturaleza es sabia, pero un fallo lo tiene cualquiera. De hecho, la hija de Montse nació con genitales masculinos, aunque se siente una niña desde que tiene uso de razón. “Al principio pensaba que le gustaba imitar a su prima y no le prestaba mucha atención, la verdad”, confiesa su madre, que terminó por rendirse a la evidencia. “En vista de que era algo que sentía de dentro, la acepté tal como era. Yo quiero a mi hija y quiero que sea feliz”.
Montse abre la puerta de su domicilio, en un pequeño municipio guipuzcoano, y todo es alboroto. Como en cualquier casa con niños adonde llegan de visita dos extraños. El pequeño sigue con el subidón de su cuarto cumpleaños y no suelta el álbum de dibujos que le hicieron en la ikastola. La cría, de seis, corretea por el pasillo en pantaloncito corto y leotardos. El mayor, de doce, trata de calmar como puede a sus hermanos. Un déjamelo, no te lo dejo entre los más pequeños, otro las chamarras, que es la hora y suena el automático. Son las dos y cuarto. Una tía les llevará hoy al colegio.
Se ha hecho el silencio y Montse, generosa en sonrisas, se pone seria lo que tarda en contar cómo empezó todo y lo que sufrieron. Su hija se reivindicó como tal poco después de cumplir los tres años. “Empezó a decirnos que ella era una niña, no un niño. Se fue dando cuenta de las diferencias de aspecto físico y forma de vestir que había entre los chicos y las chicas y ella no se identificaba para nada con lo masculino. De hecho, esas navidades todos los regalos, el patinete, el maletín, fueron de Hello Kitty. Todo en color rosa y morado”, recuerda su madre.
Pese a que la cría pedía vestirse con ropa de niña, Montse no cedió. “Me negaba en rotundo porque pensaba que era un caprichito, un antojo. Solamente accedí al principio a que llevase diademas”. El primer día que fue a la ikastola con una, les dijo a sus compañeras: “¿Veis? Ya soy una niña. Llamadme Estela”. Fue el primer nombre que se puso. “Antes de decirle que tenía que elegir uno para siempre, se ponía uno cada mes. Su hermano solía entrar mucho en ese juego. Le resultaba gracioso escucharla hablar así”. Lo que ya no tenía ni pizca de gracia era oír los comentarios que otros niños hacían de ella. “Cuando salía a la calle, vestida de niño, con las diademas, le preguntaban: Y tu hermano, ¿por qué lleva diadema? ¿Qué es: un mariquita, un gay…? Le resultaba bastante violento. Había niños que eran muy crueles, mucho”.
Riñas por la ropa y el nombre
“Lo acepté, pero me costó un año de luchas y peleas con ella”
El sendero hacia los cuatro años estuvo lleno de espinas. “Empezó a ser mucho más insistente en que se quería vestir como una niña y en que la tratásemos siempre como tal. En casa la llamábamos por el nombre que quería un rato, pero yo no me hacía a tratarla en femenino. Que no soy guapo, que soy guapa. Cuando su hermano se enfadaba con ella y le decía: Jolín, eres tonto, ella le contestaba: Tonto no, tonta. Se pasaba todo el tiempo corrigiendo, todos los días y a todas horas”.
La batalla por la ropa empezó a convertirse en campal. “Una amiga mía le regaló un pijama con una falda. Era para estar en casa, pero algún día se lo dejaba poner para ir a la ikastola. Cuando llegaba a casa se resistía a quitarse la falda, se acostaba con ella, se levantaba con ella… Cuando llegaba el momento de salir a la calle y cambiarse de ropa, era llorar y llorar. ¿Por qué no me dejas que me vista como una chica? Que yo soy una niña“, revive Montse, que paradójicamente reñía con su madre por todo lo contrario. “Yo de pequeña jugaba a fútbol y mi madre se tenía que pelear conmigo para ponerme un vestido o una falda. Me decía: Tú eres una marimacho, siempre con los chicos, vete con las chicas. No era nada femenina”.
Tras “un año de peleas” con su hija y de “no saber qué hacer”, Montse se empezó a plantear la posibilidad de que la menor fuera transexual. “Me informé y asumí lo que me había estado negando durante muchos meses, porque yo le decía: Tú nunca vas a ser una niña, tú eres un niño, tienes pitilín. Parece que necesitas que alguien te haga un diagnóstico y te diga: Sí, estás en lo cierto, tienes una hija transexual y ya está. Acéptalo. Fue lo que yo hice, pero me costó un año de luchas y peleas con ella”. De la consulta de la pediatra salió reforzada. “Le comenté que lo que quería era ver a mi hija bien. Le hizo unas preguntas y me dijo que adelante, que si el entorno familiar, que es donde ella se siente protegida, lo aceptaba, iba a ser mucho más fácil y que no tenía por qué suponer un problema. Y no lo supuso”.
Respetada en el colegio
“Le pidieron pintar un muñeco de nieve y lo hizo con pelo largo”
Montse no quiso perder más tiempo. “Yo el cambio lo hice radical”. De un día para otro su hija se vistió de niña. De un día para otro sonrió, en vez de llorar. “Le compré cuatro trapitos y el primer día que fue de niña estaba feliz, feliz”, subraya su madre, desplegada de nuevo su amplia sonrisa, apartado del relato el peso que tenía encima.
En la ikastola todo fueron facilidades. “La andereño le cambió el nombre en la percha y en todos los sitios. El apoyo del profesorado ha sido al cien por cien desde el principio. No ha tenido ningún problema”. Ni siquiera con los baños, que son mixtos, ni en la extraescolar de gimnasia rítmica, a la que acude como una alumna más. “Hablé con la monitora con la verdad por delante, le dije que había nacido niño y me dijo: Ah, tú tranquila, y ¿qué? ¿Ella está a gusto, está contenta? Pues ella puede venir a mi clase igual que todo el mundo y ahí está”.
Dice Montse que su hija tiene “mucho carácter y una personalidad fuerte”, forjada quizás a base de luchar por su identidad. En el aula, de hecho, nunca cejó en su empeño. “Con cuatro años a la andereño se le ocurrió decir: Los niños a un lado y las niñas a otro y ella se fue con las niñas. Sus compañeras le decían: Que tú te tienes que ir para allá. Y ella: No, no. Yo soy una niña, pero si os lo digo todos los días. Cuando llegaba alguna universitaria de prácticas mi hija siempre se presentaba: Hola, me llamo tal, pero soy una niña, ¿eh? A la misma andereño a veces le decía: ¿Pero tú no me ves, que soy una niña? ¿Por qué me tratas como a un chico?“.
Puestas a volar su imaginación y las pinturas sobre la lámina, también marcaba la diferencia. “El año pasado le dijeron que dibujara un muñeco de nieve y ella lo dibujó con pelo largo. Las andereños no habían visto un muñeco así en su vida. Yo creo que ella remarca su lado femenino para que nadie se equivoque”, interpreta su madre.
Agradecida por el “punto de apoyo tan importante” que ha supuesto para ellas el colegio, Montse destaca la labor del profesorado, que se formó sobre diversidad sexual para, a su vez, educar a los alumnos. “Es muy fácil llegar a los niños de edad preescolar porque no están contaminados, son completamente puros. Tú les dices que es una niña, que es lo que siente en su corazón, que no hay que hacer daño y lo pillan al vuelo. No tienen malicia”. Los docentes también se reunieron con los padres. “Les pidieron respeto a la labor que iban a iniciar para educar a sus hijos y que se respetara tanto a la menor como a su familia”, explica Montse, que da a conocer su historia para ofrecer un ejemplo positivo, “porque siempre que se habla de este tema se saca lo malo”.
En el pueblo, donde “la noticia fue un boom y corrió enseguida”, la cría tampoco ha sufrido grandes contratiempos, aunque todavía hay quien la escudriña con la mirada. “Hay personas adultas que la miran de arriba abajo y la vuelven a mirar y la remiran. El otro día a una chica de unos 40 años, que me estaba poniendo enferma, ya le tuve que decir: ¿Qué? Todavía hay cosas que tienes que aguantar”, lamenta.
Aunque “nunca ha sido acosada ni maltratada por su condición”, la hija de Montse deberá sortear, a buen seguro, más de una piedra en el camino. “Las andereños dicen que va a ser un blanco fácil, pero también la niña o el niño gordito lo es. Si está segura de sí misma y tiene carácter, seguramente sabrá solventar las situaciones adversas que se le presenten”, confía su madre.
Ahora que la niña vive como cualquier cría de su edad y se pasa el día dibujándose a sí misma con vestidos largos y una melena hasta los pies, Montse no quiere anticiparse a los problemas que puedan surgir en la adolescencia. “Yo solo vivo el día a día, el presente. Cuando eso llegue ya me tocará preocuparme”, afirma. Pero su hijo, que “siempre ha sido muy responsable y muy maduro”, ya le anda dando vueltas. “Un día me preguntó: ¿Y si cuando tenga siete u ocho años te dice que es un niño? Digo: Pues si entonces dice que es un niño, le gustará ir de un lado a otro. Pero yo no lo creo”. De momento, la niña tiene pensado pedirle a Olentzero un juguete para pintarse las uñas con brillantina.