No hay nada que curar; no es una enfermedad, desviación ni trastorno. Esta es la respuesta unánime de los colegios de psicólogos españoles y de los colectivos gays, compartida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la comunidad científica internacional, que tacharon la homosexualidad de su lista de enfermedades en 1990 y 1973, respectivamente.
Sin embargo, y en contra del mandato de los colegios oficiales de psicólogos, en nuestro país aún hay quienes se empeñan en seguir vendiendo la idea de que hay remedio para la homosexualidad: que los gays pueden ser curados. Lo llaman terapia de reconversión; hoy han desechado los tratamientos con impulsos eléctricos, pero han desarrollado otras técnicas igual de dañinas, a juzgar por los resultados.
“Modificar una conducta siempre pasa por la premisa de que el individuo quiera cambiar”, asegura a Público Leandro Roldán, secretario del Grupo de Psicólogos Evangélicos (GPE) y miembro de su junta directiva. “Si alguien no está contento con su sexualidad puede pedirnos ayuda, e intervendremos de diferentes formas: escuelas y terapias, psicoanálisis, interpretación de sueños…”
En términos similares se expresa un trabajador del centro Enterapia Psicología, de Vigo, que también dispensa este tipo de tratamientos. “Un paciente vino con un sufrimiento muy grande. No puedes imponer nada a nadie, pero si acuden a nosotros lo hacemos”, defiende.
Sin embargo, ninguno de los dos es capaz de aportar pruebas que demuestren que estas terapias sean efectivas, más que “su experiencia”, su palabra de que en que algunos casos han conseguido este objetivo. De hecho, ante la pregunta de si no sería más fácil y positivo fomentar que sus pacientes aprendiesen a aceptar su homosexualidad, el trabajador de Enterapia defiende que “puede que fuera más fácil y puede que no”.
“Es un trastorno desde el momento en que la persona se sienta incómoda. No vamos imponiendo que dejen de comportarse como sea. Si la persona se siente trastornada o incómoda buscará ayuda, por eso hablamos de trastorno”, justifica Roldán. “Si una persona tiene impulsividad a cometer actos violentos, reacciones hacia sus vecinos o su pareja y busca ayuda en ese sentido, si se lo podemos ofrecer lo hacemos. Si una persona cree que su vivencia como homosexual no es correcta, no es feliz y busca ayuda, se la damos”, insiste.
En la misma línea, sostienen que no pueden hacer una estimación de los costes de estas terapias: “Las tarifas las ajustamos a los honorarios que estipulan los colegios de cada comunidad, y siempre depende del número de sesiones; pueden ser tres, cinco o veinte”. “Depende de si hay una conducta establecida o son sólo tendencias, si hay una relación permanente con una pareja que hay que romper, es algo relativo”, asevera Roldán, que cifra el coste aproximado de una sesión en 60 euros.
“Hacemos terapia breve, que suele estar en torno a 10 sesiones, pero lo de breve suele ser sólo una forma de hablar en estos casos”, asegura el trabajador de Enterapia. Ambos esgrimen que si los tratamientos van mal o no funcionan —a su juicio o en opinión del paciente— los detienen, pero no pueden asegurar que estos tratamientos no tengan efectos adversos, como denuncian las asociaciones y colectivos LGTB y varias personas que los han experimentado en carne propia. “Lo que les hacía daño era sentir como estaban sintiendo, el trabajo que se hizo fue favorable”, defiende el empleado de Enterapia.
Al otro lado del ring, los colectivos de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales (LGTB), pero también la mayoría de expertos, alertan del peligro de estas terapias. “No se puede curar ni sanar algo que no se considera trastorno ni enfermedad mental”, afirma Juan Manuel Peris, psicólogo y director del Grupo Les-Hom, especializado en atender a los colectivos LGTB.
“En la mayoría de los casos el problema es que se enfrentan a un entorno hostil que les provoca miedos, temores e incertidumbres: no es el hecho de su orientación”, explica Antonio Fuertes, catedrático de Psicología Evolutiva en la Universidad de Salamanca. Para Fuertes, no hay ningún tipo de evidencia de que estas sesiones tengan algún efecto, no hay nada que curar en lo que a la orientación sexual se refiere, y plantear que lo que les ocurre a estos pacientes es que padecen una enfermedad “no puede hacer otra cosa que no sea provocar más daños”.
“La base de estos intentos y deseos de hacer terapia de reconversión tiene su origen en el prejuicio hacia la homosexualidad: o silenciamos o intentamos reparar lo que no hay que reparar”, razona.
Peris defiende la misma tesis y va un paso más allá a la hora de criticar estos tratamientos y a quienes los aplican: “Esta gente también tiene un beneficio económico importante, se aprovechan del dolor para hacer dinero. Se consideran procedimientos no éticos, porque no puedes aplicar un tratamiento a alguien si le vas a hacer más daño. Están reafirmando la homofobia interiorizada, no presentan datos de la legitimidad de los tratamientos, que sólo incrementan la frustración [de quienes los reciben]”, asegura el también trabajador del Programa de Información y Atención a Homosexuales y Transexuales (PIAHT) de la Comunidad de Madrid.
A su juicio, el motivo por el que algunas personas se someten a estos tratamientos es que tienen ideas homófobas interiorizadas: “Si se han educado en ambientes homófobos, han interiorizado esas creencias”, razona. “Pero la postura de la psicología es ayudar a las personas a cambiar el sufrimiento. Si tienes problemas con la comida, si eres bulímica, el psicólogo te ayuda a dejar de sufrir para que puedas comer con normalidad, no te quita la comida. Estos dicen que lo que te hace sufrir es la homosexualidad y quieren cambiártelo. ¿Si tuvieran un paciente heterosexual que sufriera por ello, le aplicarían el tratamiento?”, cuestiona.
La FELGTB, COGAM, la Federación Andaluza Arco Iris, COLEGA, Triángulo y el resto de colectivos consultados por este diario también se han mostrado muy críticos con estos tratamientos, insistiendo en su premisa de partida: no hay nada que curar en la homosexualidad y lo único que estas terapias pueden provocar son daños.
“Afronté la terapia de shock con electrodos”
Alberto Rodrigo sufrió en carne propia las consecuencias de estas terapias en 2004, cuando se puso en manos de Exodus International —hasta 2013, la mayor organización dedicada a estos menesteres— para curarse. Hoy, Exodus lleva un año cerrada, sus impulsores han reconocido el error y han pedido perdón por el sufrimiento causado, pero en muchos casos los daños en sus víctimas persisten.
De familia cristiana, Rodrigo se sometió a terapia por presiones de su entorno, pero también por sus propias convicciones. “Porque estaba adoctrinado. Me estaba afectando a mi salud el no ser natural”, recuerda. Sin embargo, los efectos no tardaron en notarse y no fueron los esperados: “Me creó una gran angustia y ansiedad, no podía dormir, tenía síntomas como que se me hinchara la cara, no tenía infección ni nada, pero somatizaba”, asegura.
“El tratamiento fue largo. Afronté sesiones terapéuticas en las que reforzaban la idea de que la homosexualidad era una enfermedad, de que podía reconducirlo. Me sugirieron cosas tan absurdas como comprar revistas deportivas para que me aficionara a estas actividades, o tirar mi ropa interior de slips para que me comprara calzoncillos largos, de los de toda la vida. Como esto no funcionó, me propusieron la terapia de shock con electrodos: cada vez que tu cuerpo se estimula viendo imágenes eróticas gays recibes una descarga”, explica.
Años después, Rodrigo reconoce que recurrir a estos tratamientos fue un error, que no tuvo más remedio que aceptarse. “Tuve que hacer trabajo de aceptación y resolverlo porque estaba en peligro mi vida. De todas las personas con la que he conseguido hablar, no he oído a ninguna que se haya podido curar. Hay gente que se ha mantenido con una represión total. En España no conozco gente que haya pasado por la terapia con electrodos, pero en EEUU conocí a varios y estaban destrozados psicológicamente; habían desarrollado enfermedades como la fatiga crónica o la fibromialgia”, defiende Rodrigo, que hoy dice haber aceptado su orientación sexual.
El caso de Ángel Llorent es similar, en ciertos aspectos. A los 17 años tuvo un intento de suicido y su vinculación con la Iglesia Católica y posteriormente con la Evangélica le hicieron identificar la homosexualidad como un problema.
“Estuve 20 años en una iglesia conservadora fundamentalista y las cosas no fueron bien. A lo largo de los años vi que la cuestión de la homosexualidad no se curaba, no se iba. Consulté a un psiquiatra de la comunidad, uno reconocido, no un curandero, y empecé las terapias. Él me confirmaba que no era gay, sino que había tenido un problema relacionado con mis padres, en una infancia donde mi padre no estaba y mi madre estaba demasiado. Adopté esa idea y empezamos a trabajar con esta premisa; que la culpa no era mía, que no era gay, que lo que tenía se podía curar, que podría ser un heterosexual normal, casarme, tener hijos”, recuerda.
Hace apenas 11 años (tiene 47), Llorent se puso en manos de otro psicólogo —”uno bueno”— para que reparara los daños infligidos por estas terapias, pero la mente es difícil de curar , y reconoce que algunos de estos daños todavía persisten. Nunca cumplió su objetivo de convertirse en heterosexual, pero esto dejó de ser un problema.
“Después de pasar por medicaciones y terapias reconductivas vi que seguía teniendo los mismos pensamientos y sensaciones, y al final la cosa fue tan rápida como decir ‘basta, no van a avanzar en el tema de mi sexualidad’. Dejé esta confesión y una persona me explicó que la fe y la homosexualidad no eran incompatibles”, rememora.
Hoy sigue manteniendo su fe, pero pertenece a otra confesión que acepta su orientación sexual y ha comenzado un proyecto para levantar una iglesia “muy inclusiva”. “Salí del armario y no me he arrepentido de nada, ha sido una liberación y una reafirmación de lo que soy y de lo que tengo que hacer”, sostiene.
“La homosexualidad no se puede cambiar. La puedes reprimir, hay mucha gente que vive reprimida, y yo la reprimí. Es una condición natural tuya, biológica, y no hay forma de luchar contra ella aunque tu ambiente te empuje a ello. No hay cura porque no hay enfermedad, y si mucha gente supiese que hay otra alternativa a pasar por estas terapias no las afrontaría”, zanja.
Sanidad dice “no poder hacer nada”
El Ministerio de Sanidad asegura que la existencia de estas terapias no entra en su ámbito de actuación, sino en el de los colegios de psicólogos de cada comunidad autónoma. “Nos parece mal, pero no podemos hacer nada”, defiende el gabinete de comunicación del ministerio que dirige Ana Mato.
Las declaraciones de Sanidad refuerzan la idea sostenida por los expertos y las víctimas con los que ha conversado este diario: es necesario crear un marco legal para evitar que se sigan impartiendo estas terapias, como lo hay en varios estados de EEUU —de donde provienen las ideas de estos sanadores—. “Van a continuar haciéndolo hasta que no haya una ley punible”, denuncia Llorent.
“Si el paciente no denuncia, al ser ámbito privado es difícil actuar”, sostiene Peris, que recuerda que estas terapias apenas se publicitan —aunque sea posible encontrarlas desde cualquier buscador— y que las vinculadas a las distintas iglesias se articulan en una “red oculta”.”El colegio de psicólogos no puede actuar sin denuncia. Ha venido gente rebotada, con daños por haber recibido esos tratamientos. Si denuncian a un paciente por mala praxis el colegio puede actuar, incluso puede inhabilitar a estos profesionales”, añade.
El Vaticano se niega a aclarar si considera la homosexualidad una enfermedad
En palabras del catedrático Fuertes, la religión juega un papel especialmente relevante e importante, pero no es el único elemento a tener en cuenta. “Hay otras posiciones conservadoras extremistas que no están vinculadas a la religión, pero la religión católica y protestante siguen diciendo que la homosexualidad es anormal”, recuerda.
“Ahí está la carga ideológica: consideran mala la homosexualidad”, denuncia Peris. “La mayoría de las religiones estiman denigrante la homosexualidad: sólo conocen una forma positiva para el ser humano de relacionarse, en base a sus esquemas”, lamenta.
Fuentes de comunicación de la Santa Sede insisten en que no tienen una respuesta a la pregunta de si el Vaticano considera que la homosexualidad es una enfermedad. Se niegan también a dar indicaciones sobre quién puede dejar clara la postura de la Iglesia Católica al respecto. “Sobre este tema, no comments”, responden de manera airada.
En la misma línea, la Conferencia Episcopal se remite a la documentación publicada en su web, e insiste en que no puede dar otra respuesta a la pregunta.
“Piensan que cuatro versículos de la Biblia se pueden interpretar como que la homosexualidad es un pecado” critica Llorent. “En esta sociedad machista y heterosexista se crea una imagen equivocada. Ante eso, el individuo siempre quiere cambiar y siempre hay quienes quieren ser los salvadores de estas almas”.