Niños femeninos. La homofobia esta en las aulas
Artículo publicado en LA JORNADA
El “maricón” del salón, el “jotito”, crece repudiado por sus maneras “de niña” y tiende a interiorizar ese rechazo. Es señalado porque transgrede los roles de género y rebasa los límites de lo “natural”. En un estudio realizado en hombres homosexuales, el investigador de la UAM, Luis Ortiz, constató que el rechazo hacia lo femenino persiste incluso en hombres gay que asumen su orientación sexual.
En un salón de primaria se escuchan carcajadas. Rodrigo sólo tiene un fuerte sentimiento de vergüenza mientras su mochila resbala de su espalda y cae al suelo. Su compañero de la banca de atrás cortó los tirantes, situación que resultó cómica para todos los demás. Este incidente no fue el primero. Desde primer grado había recibido insultos como “jotito” o “maricón”; para el tercer año más de un compañero lo había empujado o le había quitado cosas; en cuarto, varios de sus compañeros lo acorralaron en los sanitarios para burlarse porque “se había equivocado de baño”; para quinto, lo identificaban como el “putito” del grupo.
¿Qué hace diferente a Rodrigo de los demás niños? Es un niño femenino en sus comportamientos y ademanes. Es notorio para sus compañeros y maestros, para sus familiares y vecinos e incluso para los desconocidos. El trato que recibe va desde la lástima hasta la franca violencia. Pocas muestras de comprensión y empatía ha encontrado. Alguna maestra intentó regañar a los niños que lo agredían haciéndoles ver que “el pobre Rodrigo no podía ser de otra forma”. Su padre platicó con él en tono serio para convencerlo de que era necesario que cambiara su forma de caminar, el tono de su voz, la forma en que se peinaba, la manera en que movía las manos e incluso su forma de mirar.
La situación de Rodrigo es familiar para muchas personas, ya sea porque tuvieron experiencias similares o porque fueron testigos de ellas. Una primera justificación del maltrato hacia los niños femeninos puede ser: “el niño tiene que aprender a ser hombre y los hombres no se comportan así”. Esta respuesta es un reflejo de los estereotipos de género, es decir, de la creencia de que lo “natural” es que los hombres sean masculinos y las mujeres, femeninas.
Cuando se dice que algo es “natural” significa que es producto de nuestra biología. Cuando un comportamiento es producto de la biología se presenta de la misma forma en todos los tiempos y espacios. Pero la realidad no es esa. Por ejemplo, en algunos países europeos los hombres se despiden con besos en las mejillas y en la India es “natural” que los hombres se tomen de la mano en la calle. En México, estas conductas son “femeninas”.
La realidad desafía nuestra creencia de que lo masculino es “natural”, pues la definición de lo que es masculino es artificial en el sentido de que somos nosotros como sociedad (y no nuestra biología) los que lo definimos. Entonces, no hay ningún factor anatómico o fisiológico que impida que un hombre tenga conductas que artificialmente llamamos “femeninas”; lo mismo aplicaría a las conductas masculinas en las mujeres.
La condena a la transgresión
Aclaremos algo: no todos los hombres homosexuales son femeninos y seguramente algunos hombres que son femeninos no son homosexuales. Esto no descarta el hecho de que, con frecuencia, un hombre femenino es un hombre homosexual. Así, en investigaciones realizadas en Estados Unidos de América se ha observado que los niños femeninos tienen más probabilidad de ser homosexuales en la vida adulta que los niños que no son femeninos.
En general se asocia a la homosexualidad con la transgresión de los estereotipos de género: los homosexuales son pensados como varones femeninos y las lesbianas como mujeres masculinas. Existen dos problemas en esta asociación. El primero es erróneo, pues se aplica como una regla general (“todos los homosexuales son femeninos”), cuando existen muchas excepciones. Y el segundo, más importante, es que la asociación está permeada por evaluaciones negativas. Las ofensas y el maltrato que ha recibido Rodrigo son producto de un juicio que considera que está mal desviarse de las normas socioculturales. Palabras como “jotito”, “mariquita” o “putito” no describen un comportamiento, sino que buscan denigrar al que lo realiza.
La asociación de la homosexualidad con la transgresión de los estereotipos de género es reproducida a través del lenguaje (sobre todo en chistes y albures) y los medios masivos de comunicación. Hay que señalar que el carácter devaluatorio de esta asociación es más marcada en el binomio homosexual–varón femenino que cuando se trata del binomio lesbiana–mujer masculina. Por ejemplo, en los medios de comunicación masiva es frecuente observar escenas en las que se humilla, ridiculiza y agrede a un varón por ser femenino e implícitamente es homosexual, pero no es común ver en la misma situación a una mujer masculina. Entre los varones existen juegos y señas con connotaciones sexuales en los que está implícito que el varón que es penetrado adopta un rol pasivo (femenino) y es homosexual; juegos similares no existen entre mujeres.
Temor perenne de la violencia
Para los hombres homosexuales la infancia puede ser una de las etapas donde experimentan mayor violencia, y no debido a su orientación sexual, sino a que son niños femeninos. En un estudio que realizamos con hombres homosexuales de la ciudad de México se observó que 34 por ciento había sufrido insultos verbales debido a que eran niños femeninos (de los 6 a 11 años de edad); por el mismo motivo al 30 por ciento le habían pedido que cambiara, 22 por ciento había sido objeto de humillación o burla, al 8 por ciento lo habían golpeado y al 5 por ciento le habían robado o dañado algún objeto de su propiedad. En el mismo estudio se encontró que, en la vida adulta, los hombres homosexuales percibidos como femeninos son objeto de violencia con mayor frecuencia que los hombres homosexuales que se perciben masculinos. Estas diferencias no se observan entre mujeres masculinas y mujeres femeninas.
En los hombres homosexuales, la forma en que se perciben a sí mismos puede ser afectada por la violencia que reciben, pues aprenden la evaluación negativa del vínculo homosexualidad-transgresión de los estereotipos de género. Una primera reacción es, progresivamente, dejar de tener comportamientos y ademanes que consideran femeninos. En la investigación observamos que de la niñez a la vida adulta el porcentaje de sujetos que se percibían femeninos disminuía (de 16 a 4 por ciento), mientras que lo opuesto ocurría con la proporción de individuos que se percibían masculinos (de 26 a 41 por ciento). Una explicación a este cambio de comportamiento y apariencia para apegarse al estereotipo de género es que con ello reducen la posibilidad de experimentar violencia y discriminación.
Otro aspecto en que puede influir la violencia que reciben los varones homosexuales es en la forma en que perciben su entorno y, en específico, las reacciones de las personas con las que interactúan. Lo que hemos observado es que los varones homosexuales que son femeninos, en comparación con los que son masculinos, perciben que tienen mayor probabilidad de ser víctimas de violencia en el futuro. Es decir, los homosexuales que, a pesar de las presiones del entorno, mantienen comportamientos femeninos, viven de manera crónica con el temor de ser agredidos.
El reto
La típica asociación entre homosexualidad y transgresión de los estereotipos es producto de un hecho estadístico: muchos homosexuales (pero no todos) son varones femeninos. Se trata de una excesiva generalización. Es primordial comenzar a plantear que es injusto considerar como algo negativo a la transgresión de los estereotipos de género. Una interrogante central es ¿qué hacer para aceptar que la feminidad en los hombres y la masculinidad en las mujeres no es mala ni buena, sino parte de la diversidad humana? Estamos acostumbrados a pensar de manera dicotómica: hombre-mujer, femenino-masculino, malo-bueno. Nos es difícil aceptar que la realidad está llena de matices.
Afortunadamente, podemos aprender de los niños y niñas, en quienes la socialización es incipiente. Además de inculcar en ellos el respeto a la diversidad como un valor imprescindible para la convivencia, podemos crear ambientes que les permitan expresarse sin temor a ser censurados por normas arbitrarias y autoritarias.
Si el lenguaje es una de las formas centrales en que se aprende y reproduce el trato denigrante a la transgresión de los estereotipos de género, también puede ser una forma de aprender e implantar nuevas normas para la convivencia social. Podemos cuidar que nuestro lenguaje no reproduzca las evaluaciones negativas o que consideran “desviaciones” a la feminidad en los varones. Por el contrario, busquemos orgullo y dignidad en las diferentes manifestaciones de la transgresión a normas arbitrarias que esconden la verdadera naturaleza humana.
*Profesor investigador del Departamento de Atención a la Salud de la Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco. lortiz@correo.xoc.uam.mx