Lidia Damunt: “Faltan mujeres en el indie, y sobre todo, lesbianas”
La cantautora murciana afincada en Suecia va por libre. Lo muestra en ‘Telepatía’, su último disco, para el que se ha querido despojar de artificios y usar solo tres poderosas armas: voz, guitarra y letras puntiagudas.
Han sido un par los conciertos que ha tenido que cancelar en tierras gallegas por culpa de los incendios. Por respeto, dice, porque la gente no está como para que vengas a cantarle con tu guitarrita. El instrumento principal de Lidia Damunt sale de ella: su voz, sus dedos rasgando las cuerdas, sus letras despeinadas. ‘Telepatía’ es el último disco que ha publicado la artista de origen murciano y residente en Suecia. Para las generaciones musicales venideras es una referente del movimiento riot grrrl patrio. La Kathleen Hanna española la han llegado a llamar, aunque ella lo niega y tira, entre risas, más para el underground. Prefiere ir por libre.
Muestra este nuevo trabajo como una forma de conectar con personas, conectar mentes: “Las canciones de ‘Telepatía’ surgen de una temporada de mi vida en la que he estado aislada viviendo en el campo sueco. Aunque no estaba sola del todo, tenía la necesidad de contar un montón de cosas”, dice, en una ruidosa cafetería de Madrid a la que ha llegado refugiándose de la lluvia en bomber y zapatillas. Lidia Damunt ha aprendido que desnudos -como sus temas- nos parecemos más de lo que pensábamos. “Pongo mucha carne en el asador y bastante intensidad en mi música. Las canciones están hechas solo con una guitarra y mi voz, y si las hiciera más largas, creo que achicharrarían al que las oyera”.
Simplificar el mensaje para que llegue y cale, pero sin pretender dar lecciones a nadie, es a lo que juega en su quinto álbum. Algo que vemos pronto, ya el tercer corte de ‘Telepatía’ al que ha llamado ‘La caja’ y que se escucha como una invitación en toda regla a romperla: Este cuerpo está cansado/de vivir tan encerrado/dentro de esta caja grande que se llama patriarcado.
Bolleras como tú
Desde que cambió Madrid por el país nórdico su vida transcurre en otro idioma y sus canciones en castellano salen más “disparadas”, como ella misma reconoce. Un ejemplo: ‘Bolleras como tú’: “Hay muchos recuerdos en este disco, incluso algún punto nostálgico. Siempre he pensado que sería guay escuchar esa palabra, ‘bollera’, en una canción, porque nunca la he escuchado en ninguna”. Quizá se usa muy poco, y no solo en la música. “Hay quien me dice que le parece muy fea la palabra ‘bollera’, que es más correcto decir ‘lesbiana’, pero yo vivo en mi nube bolleril”, se ríe, y se lanza: “En el indie hay muy pocas mujeres y muchas menos lesbianas. Faltan mujeres, por eso se habla poco del tema. Pero pasa lo mismo en el mainstream”.
Aunque sus canciones hoy huyen de metáforas y llaman abiertamente a abolir la prostitución o incluso a amar con libertad, cuando le preguntaban si uniría sus fuerzas a las críticas contra el apoliticismo del indie, respondía: “¿Es que ahora solo se puede bailar cumbia y reguetón porque el indie tiene raíz anglosajona?”. La cantautora murciana se aleja de las vueltas teóricas que se le quiera dar a la música, y más si se decide atacar a un estilo concreto porque se pretende ver como más auténtico que otro.
Yo no soy tu ‘bitch’
“Yo hago música y no teorías sociológicas: esas que se las invente otra persona”. Tampoco comparte las justificaciones sociológicas de quien defiende, por ejemplo, la cumbia por ser un género pretendidamente antiimperialista o por alejarse del sonido anglosajón. Sus escuchas privadas van más allá de prejuicios: algo de indie, un poco de rock y trap, también. Del feminista, como el que hacen Las VVitch, o del de Bad Gyal, la nueva sensación del género que dio el gran salto desde Youtube hasta el escenario del Sónar Día.
“A mí me gusta el trap pero hay muchas canciones que no podría recomendar a nadie porque son súper machistas. Siempre tengo que reconocerlo con la boca pequeña”. Le llama la atención la cadencia más lenta de los ritmos traperos, más bailables que el hip hop o la cumbia. Prefiere mover la cadera con Sia que con el reguetón y relajarse con música clásica. Admite que para escuchar ciertas canciones es necesario apagar la mente pero rechaza el papel de ir de “policía del feminismo” en la música.
La apariencia de ‘típica tía’ y las ‘riot grrrls’
“Vivimos en un mundo patriarcal con miles de cosas machistas, y si pretendes solo bailar canciones feministas, al final no bailas. Yo opto por desconectar el cerebro a veces y dejarme llevar porque lo importante es saber qué tú no eres así, aunque todos tenemos cierto deje del machismo que hemos mamado como sociedad”. Y como sociedad, se suelen mirar con cierta admiración los logros de los países nórdicos. ¿Cómo irá el termómetro del machismo en Suecia? “Quizá donde vivo ahora, allí en Suecia, hay un pelín menos de machismo. Se ve por ejemplo en que no existe el acoso callejero, aunque seguimos sufriendo diferencias de salarios o agresiones sexuales”.
Lidia Damunt formó, junto a otras integrantes suecas, un grupo de rock llamado Arre arre con el que llegó a recibir una nominación a los Grammys suecos. Algo que sorprendió mucho a la artista porque, según cuenta, en España jamás las hubieran tomado en serio. “Sobre todo por nuestras pintas, porque ninguna de las cuatro teníamos la apariencia de la típica tía que tienes que tener a veces en la música”.
De cualquier apariencia que se supone que debe tener una mujer fue, precisamente, de lo que huyeron las riot grrrls: un movimiento feminista ligado a la música punk y a la estética grunge salvaje de los noventa nacido en Estados Unidos. Bratmobile, Huggy Bear o Bikini Kill, con Kathleen Hanna como frontwoman, fueron algunas de las bandas más representativas de una escena que tomó color y cariz propio en el Estado al alejarse del punk y acercarse a otros estilos apoyados por sellos como Subterfuge o Elephant Records.
En aquellos noventa, Lidia Damunt formaba parte de Hello Cuca, una banda inspirada por todo lo que oliera a riot grrrl. “Nunca nos hemos autodenominado como unas riot grrrl a la española, la verdad”. Aunque sí influyeron en la escena posterior donde se incrementó la presencia de los denominados grupos de chicas sin que consiguieran ganarse del todo -ni ellas ni ninguna- una etiqueta, la de riot, que tampoco buscaron.