La vida invisible de los prostitutos
«Condones, lubricantes, folletos VIH, dónde hacerse la prueba, dónde saber si tengo gonorrea, qué pasa si me detienen, dónde se puede solicitar un abogado gratuito…». Toda esta enumeración habita la mochila de Iván Zaro, su «despacho portátil», las herramientas con las que, desde hace 12 años, patea las calles madrileñas con un único objetivo, que los hombres que ejercen la prostitución en la capital conozcan sus derechos sociales y sanitarios. Acaba de publicar el libro La difícil vida fácil (Punto de Vista Editores), un volumen que recoge su experiencia como trabajador social y 12 testimonios sobre prostitución masculina.
Tras las páginas hay historias como la de Eddie, brasileño de 28 años que llegó a España con 22, creyendo que le esperaba una vida mejor, «estable y estudiando». No fue lo que se encontró. «La persona que me recibió en España, brasileño también, acabó cogiéndome el pasaporte, me introdujo en las saunas y me fui adaptando a esa vida. Cuando me devolvieron el pasaporte, ya estaba dentro».
Sin embargo, la de Eddie es hoy una historia de éxito, y fue precisamente conocer a Iván lo que fomentó el punto de inflexión hacia un nuevo camino. A día de hoy continúa ejerciendo la prostitución, sobre todo a través de internet, en páginas web como telechapero.com, pero también se está formando.
«Estudio desde casa un curso técnico en desarrollo de ONG, siempre quise estudiar y quiero hacer Trabajo Social», relata a EL MUNDO. Pero aún no tiene la tarjeta de residencia en España y, además, tuvo que superar una enfermedad, justo cuando el protocolo sanitario español viró y las personas sin papeles dejaron de tener asistencia médica.
«Para mí era una especie de proxenetismo, el Estado le estaba obligando a prostituirse para poder pagar unos medicamentos tan caros, todo lo que Eddie ganaba era para la medicación, no tenía ni para el alquiler ni para nada», sostiene Zaro. «Tuve que gastar mucho dinero, unos 2.500 euros y, psicológicamente, aún no estoy recuperado», prosigue Eddie.
Zaro conoce la realidad de la prostitución desde mucho antes de que comenzara su andadura como trabajador social especializado en el asunto. «Crecí en el madrileño barrio de la Concepción, donde vi muchas cosas desde bien pequeño. Mi abuela tenía una vecina arriba que era prostituta, y he visto a la señora Conchita discutir y reír con su hija, que también ejercía. Para mí, la prostitución no era algo ajeno», relata.
A Eddie lo conoció «en su momento más delicado, su problema de salud era urgente, acuciante, y se le cerraban todas las puertas;en los hospitales le decían que se fuera a su país» y le acompañó «en todo el periplo de exigir, reivindicar y denunciar públicamente la violación de derechos humanos».
Es más, Zaro reconoce que «en la prostitución masculina la inmigración juega un papel fundamental». «La gran mayoría son extranjeros aunque los españoles, a consecuencia de la crisis económica, cada vez tienen mayor representatividad. Los clientes también son mayoritariamente masculinos, aunque también hay un sector femenino en la clientela», resume.
Se acuerda de este Iván, con mochila al hombro de sauna en sauna y también por algunos locales nocturnos, el poeta Luis Antonio de Villena, que presentó el pasado día 19 este compendio de historias y que ha escrito el prólogo que les da pie. «Le recuerdo repartiendo condones cuando acuciaba el sida…», comienza a rememorar el escritor.
«Iván suele emplear el término trabajador sexual, no prostituto. Cuando me pidió el prólogo del libro sólo puse como condición que la profesión se reflejara en él con dignidad y respeto. Y así es como Iván lo ha hecho», avanza.
«La prostitución ejercida por hombres es muy diferente de la que ejercen las mujeres. En el caso de ellas, se repite la figura del chulo que, al mismo tiempo que protege, explota. No lo he visto en el caso de los hombres», cuenta.
Se acuerda de Villena de antaño, cuando los trabajadores sexuales masculinos en España «eran españoles, pobres en su mayoría que se prostituían, en la calle y en algunos bares, y porque necesitaban dinero» practicaban la prostitución. «La expresión que empleaban es ‘me hago una chapa’, dinero que empleaban, por ejemplo, para invitar a su novia», relata. También Zaro menciona en su libro esta expresión, «me hago una chapa», de la que, recuerda Villena, deviene el actual término chapero, para referirse a los trabajadores del sexo.
Sin embargo, según detalla Zaro, es el término gigoló, su estereotipo, el que hace daño. «Mantener este estereotipo es machista y trasnochado, supone perpetuar la aprobación de un rol hipersexual sólo y exclusivamente si eres hombre y heterosexual. Sin embargo, cuando nos referimos a una mujer y a personas LGTB sexualmente activas, parece que la mirada se torna más oscura, se tiende a pensar más en el lado perverso o, aun peor, en el paternalismo de creer ‘que sólo valen para eso’ o ‘no dan para más’», amplía.
También apunta este trabajador social convertido en escritor que «la sociedad se sorprendería al conocer que, en la prostitución masculina, los casos de víctimas de trata con fines de explotación sexual son anecdóticos. Es más bien una forma con la que hacer frente a las necesidades económicas aunque de manera inestable».
Su libro muestra lo invisible: el caso de un niño huérfano de 12 años, edad en la que se inicia en la prostitución, la Puerta del Sol de Madrid como epicentro de la prostitución masculina, los picos -pocos- en los que muchos hombres se acuestan por dinero con otros, las saunas -65 en España dirigidas sólo a hombres-, la prostitución a través de internet -cada vez mayor-, los locales de ocio… Las últimas páginas están reservadas a la esperanza, y ofrecen el caso de tres personas que consiguieron abandonar la espiral de la prostitución.
Hombre con hombre, más estigma
Dice Iván Zaro, el trabajador social que ha hecho posible el libro, que la prostitución masculina tiene un mayor estigma que la femenina porque «hablamos de hombres con hombres. No es lo mismo subrayar tu rol viril, porque culturalmente en España un hombre que va de putas es viril y macho». También desmiente Zaro la idea «de que las mujeres no usen prostitutos». «Se cree que las mujeres pueden follar siempre con quien quieran y es mentira. Pero si son clientes de prostitución no pueden decirlo. Es una sexualidad mermada».