“La disforia de género es como estar con un grupo de gente que no te cae bien”
Alba Palacios es jugadora de Las Rozas C.F, un equipo de Preferente femenino. Las aspiraciones de este humilde equipo pasan por ascender de categoría y Alba, que hace las veces de central, lateral o extremo, lleva tres goles. De momento, son las líderes de la división.
La vida de Alba, de 33 años, no sería noticiosa si no fuese porque hace dos años empezó un proceso de cambio de sexo que está cercano a finalizar. Aún no tiene nuevo DNI, pero la Federación madrileña de fútbol expidió un permiso especial para que pudiese competir con mujeres.
Hasta hace nada, Alba era Álvaro y, de puertas para fuera, nadie podía presagiar el cambio. Tenía trabajo, pareja, una buena relación los padres, un equipo donde jugar los domingos y desfogarse… Pero un buen día decidió acudir a un psicólogo para intentar resolver una cuestión de llevaba arrastrando toda la vida: desde que era pequeño, pensaba que tendría que haber nacido mujer. Ella insiste en que por suerte, nada de eso que era el eje central de su vida social ha cambiado.
Ya sea división de élite o en campos embarrados, lo cierto es que Alba se ha convertido en la primera mujer trans federada en una liga de fútbol en España. ¿Y qué se siente al ser la primera persona en hacer algo?: “Me considero tan simple que no me lo creo. Tampoco me creo que sea referente, aunque luego te vengan y te digan que sí”, dice Palacios.
“Yo creo que es una enfermedad—la disforia de género—, porque es algo que te pasa sin que tú lo puedas asimilar. Sé que suena muy bruto, pero es como el cáncer. El cáncer es una célula que se desarrolla diferente y no eliges que te pase eso, pues con esto igual”, asegura Alba, queriendo ser bien entendida y evitando las polémicas en todo momento. “Tenía todo en mi vida, ser transexual no es una opción. Hacer ese cambio y tener el miedo de perderlo todo… A ver quién tiene las narices de hacer esto”, remarca. Sin embargo, pese a iniciar el proceso ya en la treintena, asegura que desde los siete años sentía incomodidad con su sexo.
Dice que los médicos del Hospital Ramón y Cajal nunca pretendieron que tomara medicación psiquiátrica, porque la mayor parte de esos tratamientos solían acabar en suicidios. Aún sin ese tipo de terapias, Alba comenta bajando la mirada que sí intentó quitarse la vida en el pasado. Fue al empezar su tratamiento hormonal cuando su cabeza y su cuerpo empezaron a estar en sintonía.
Del mito de jugadora frustrada a la sencilla realidad
Alba se ha convertido en la gran protagonista de su liga, totalmente amateur, en la que ninguna jugadora puede vivir del fútbol. Ha pasado por muchos medios nacionales y dice que, para hacer callo, se lee todos los comentarios que ponen donde hablan de ella. Un ejercicio kamikaze si conoces la falta de sensibilidad de Internet: “Al principio me dolía pero me hago más fuerte”.
Además, se toma con humor la manera en la que se ha contado su historia: “Dicen que he tenido una carrera frustrada y exageran todo. Yo tengo trabajo y es lo que me da de comer”, cuenta con franqueza. Lo ha vivido como una cosa más. “La gente se cree que lo único que tenía era el fútbol y que era mi obsesión”, dice riéndose. Lleva nueve años en su trabajo y aún tiene pendiente el cambio de nombre, entre otras cosas, de sus títulos formativos. La vida no es solo fútbol.
Alba cuenta que, pese a que pueda parecer ciencia ficción, hay cosas que se han dado demasiado bien para los malos presagios que ella tenía. Las instituciones, el ambiente, el entrenador… Todos vieron con buenos ojos que participase y los casos de transfobia han sido escasos. ¿Alguien se imagina si la situación fuese a la inversa? Una persona trans queriendo jugar con hombres no parece un escenario dulce para aquel que tenga que plantarle cara.
“El fútbol masculino es muy machista. Nunca me atreví a decir nada cuando estaba en un equipo de hombres. Solo se lo dije a mi entrenador y a dos compañeros: uno se mareó y decía que no se lo creía y el otro se lo tomó bien pero no me volvieron a llamar. Me llevaba muy bien con ellos antes”, dice Alba con cierta resignación.
Es algo innegable que el ambiente de los vestuarios masculinos, por norma, no son lugares fáciles para alguien diferente: “No salen los gais, y te digo que hay gais, pero en un equipo masculino solo se habla de cuantas tías te has follado, de lo guay que eres…”, dice la jugadora.
Igualmente, pese a que su equipo aceptó su situación con total naturalidad, hubo equipos que pretendieron que no jugase en la liga: “Hay dos equipos que no querían que jugase en la liga. Se quejan de mí y al partido siguiente pierden 4-0. A ver qué excusa ponen ahí”, dice Alba. “Hay equipos que se han quejado y dicen que es imposible pararme físicamente”, algo que le molesta especialmente, dado que lo ha pasado mal con el proceso de hormonación. De cualquier jugadora se diría que es mejor que el resto; de ella se dice que es porque es trans.
Lo mejor de Alba es lo claro que se explica. Ya sabe que cualquiera puede leer lo que ella dice y prefiere colaborar en visibilizar la causa trans. Su manera de explicar lo que siente una persona con disforia de género es muy fácil de transmitir: “Es una sensación parecida a cuando estás con un grupo de gente que no te cae bien”.
El tratamiento, la vida en familia y la operación final
Sin embargo, asegura que apenas habla de este tema con su familia. Y pese a que dice que cada cuál tiene que ser libre para sentir o hacer lo que le plazca, ella prefiere guardar un perfil conservador en su día a día: “No me siento parte del Orgullo. Lo de las plumas y tal no me representa, aunque la verdad, a mí me da igual lo que haga la gente”, dice Alba. Dice que se ve más como votante de centro-derecha, aunque no quiere saber nada de Vox. La política tampoco es una de sus obsesiones.
El tratamiento de hormonas ha sido tan fuerte que ha perdido siete kilos de masa muscular en apenas medio año. Aún le queda la operación visualmente más importante, pero desde hace un tiempo Alba ya se siente una mujer. Todo gracias a la química. “Todavía no me desnudo completamente con mis compañeras, porque no me siento bien con mi cuerpo”, dice la jugadora. Y no es ninguna insconsciente, así que no niega el peligro de la operación, así como su propio miedo: “A mí me acojona muchísimo. El peligro es que se pasen y te penetren hasta el recto, así que tendrías que llevar bolsa hasta que cicatrice”.
El toque de ironía final lo pone ella, que de la noche a la mañana ha pasado de ser un hombre a una “dulce flor del jardín”. Ha notado mucho el cambio en el trato ahora que es mujer. Nunca es tarde para sufrir micromachismos en tus propias pieles. La vida es demasiado corta para afrontar sin sorpresa los giros de 180 grados, pero por suerte no todo se ha transformado, y ella podrá desfogarse como toda la vida, jugando al fútbol los domingos.