Diego Neira, el primer transexual recibido en audiencia por el papa
El autor de ‘El despiste de Dios’ proyecta una fundación que luche por la igualdad
La magnificencia de la basílica de San Pedro contrasta con la humildad de la iglesia de San Antón, pero sus caseros han abierto las puertas de ambos templos a la palabra deDiego Neira (Plasencia, 1966). Jorge Mario Bergoglio departió una larga hora y media con él, convirtiéndose en el primer transexual que fue recibido en audiencia por el papa. Elpadre Ángel apadrinó ayer su libro, El despiste de Dios (Tropo Editores), en un hospital de campaña que remienda las heridas de los desheredados.
“La obra no está dirigida a los gais o a los transexuales, sino a las personas que se sienten diferentes”, matiza Neira, acostumbrado a bregar con las barreras que han obstaculizado su camino hasta aquí. Un hombre feliz, menudo, que luce la perilla justa y no oculta su vanidad cuando posa ante el fotógrafo: “Agáchate un poquito, guapa”, le susurra a su novia, Macarena, que se quedó prendada de él hace tres años por su “corazón de oro”. Ella, auxiliar de enfermería, vive en Sevilla, aunque cuando están juntos son sol y sombra.
Diego hizo el tránsito “muy tarde”, a los cuarenta. Debió esperar a que se cumpliese el deseo de su madre, a la que le quedaba poco tiempo de vida. “Era mi bulldog y mi escudo. Estuvo trece años enferma, pero nunca quiso ser operada. Le aterraba el rechazo social y los quirófanos, por lo que me pidió que no diese el paso antes: Sé que no te voy a durar mucho, por lo que respétame mientras y luego ya haces lo que quieras”.
Cuando falleció, no tardó en tomar rumbo a Madrid. “Me hice una mastectomía porque lo primero que quería era quitarme el pecho”. Antes había tirado de vendajes y ropa holgada, evitado la piscina familiar para no enfundarse el traje de baño y coleccionado Madelmans, unos muñecos que rivalizaban con los Geypermans e impedían el paso de las muñecas a la habitación de los juguetes. “Escondía las partes de mi cuerpo que aborrecía y ni siquiera podía mirarme al espejo”.
Si la infancia fue difícil, “en la adolescencia todo saltó por los aires, porque empiezas a crecer para mal”. Diego no recuerda cómo se llamaba entonces: “Me duele demasiado, porque he necesitado muchos años para borrarlo de mi memoria”. Su familia, conservadora, siempre lo ha apoyado y él nunca cedió a las adversidades. “Mi fe ha sido inquebrantable y me ha mantenido en pie. He visto a Dios como un amigo y a la Iglesia como un puente hacia él, aunque no siempre ha cumplido mis expectativas”, afirma este católico que encontró una terapia en la escritura. Cuando las cosas venían mal dadas, en vez de descargar su frustración en los oídos de su madre, vertía las penas sobre el folio.
El encuentro con el papa le motivó a escribir el libro, en el que refleja su lucha para ser aceptado por la sociedad. “Podría haber sido un reproche, porque la Iglesia armada e histérica me ha hecho un daño brutal”, afirma Neira, quien prefirió que el volumen fuese un asidero para sus semejantes. “Es la humilde historia de una persona que lo ha pasado muy mal, pero que es consciente de que todo puede cambiar. Nunca hay que sentirse solo ni tirar la toalla”. Un hombre que vio la luz tras encontrarse con otro llamado Francisco: “Mandé un sueño a Roma pensando que no se iba a hacer realidad y, cuando me di cuenta, estaba sentado a su lado”.
A su regreso, Diego acaparó la atención de la prensa mundial: un transexual es recibido por el papa tras escribirle una carta. “Hay quien pensó que se trataba de una campaña demarketing”, sonríe este funcionario del Ministerio de Agricultura. “Para mí, en cambio, ha sido como rozar el cielo. Bergoglio es un hombre sencillo con unas ganas tremendas de que entre aire fresco en la institución. No me quiero morir sin volver a verle”.
También tiene otros dos deseos: “Crear una fundación que transmita el mensaje de que no somos diferentes” y casarse con Macarena, con la que ha sentado la cabeza después de picar aquí y allá: “Siempre tuve novias heterosexuales”, presume. “En el amor fui un bala”. Si todo va bien, la boda se celebrará el año que viene. “Tengo cincuenta añitos y ya va tocando”, ironiza Diego, quien rechaza la idea de tener hijos. “Tras pasar la crisis de quiero ser padre y no puedo, ahora no tengo tiempo para criar churumbeles”, sonríe a espaldas de un crucifijo.