‘Carmen y Lola’, el primer amor lésbico entre gitanas conquista Cannes
Carmen y Lola no es exactamente una película. O sí, pero de otra manera. Es más, resulta más fácil definirla por lo que no quiere ser que por lo que es. Y es ahí, en la indefinición, donde encuentra su sitio; en ese espacio entre la realidad y el sueño, entre la tradición y la más elemental de las libertades. Lejos de las fronteras. Es una historia ficticia, pero con actores tan reales que ni siquiera son actores. Es casi un documental, pero perfectamente consciente de que sólo la imaginación da sentido. Trata sobre la más prohibida de las pasiones y, sin embargo, en la pantalla todo resulta obvio y necesario. Digamos que todo ocurre por primera vez. La directora, Arantxa Echevarría, debuta y, por supuesto Rosy Rodríguez (Carmen) y Zaira Morales (Lola) también. Lo que se cuenta, obviamente, es un primer amor contra todo.
“Recuerdo”, dice la directora, “que todo empezó por un artículo que leí en un periódico. Hacía cinco años que se había aprobado el matrimonio homosexual y una pareja de mujeres hablaba de su relación por primera vez. Eran gitanas. La foto del reportaje estaba tomada desde atrás. Sólo se le veía la espalda. Y pensé: ‘Y si diéramos la vuelta a la página, ¿qué veríamos?’. Esta película responde a ese deseo”.
Y así es. La película avanza siempre pendiente de sus pasos; consciente del terreno delicado, quizá simplemente revolucionario, que pisa. Ellas, las actrices que no lo son, se dan vida a sí mismas, pero no del todo. De hecho, toda la primera mitad de la cinta se comporta como un documental y traza el terreno de un mundo de vendedores ambulantes, ceremonias “de pedida” y ritos “en el culto”. Sólo y siempre pendiente de cada detalle. Hasta que, poco a poco, con cuidado, la cinta se despega del suelo para alcanzar el otro lado, ese que Echevarría quiso retratar desde el primer momento.
“Estaba yo más atenta al asunto que tratábamos, que no deja de ser delicado, un tabú, que las propias Zaira y Rosy. Una de ellas, ni siquiera se molestó en saber cómo acababa la película. Iban al rodaje, se aprendían sus papeles y seguíamos. Día a día”, comenta la directora. Y, en efecto, esa inmediatez, esa sensación de vida, inunda cada segundo de película. “Para que se besaran, me tuve que besar yo primero delante de ellas con una amiga”. Todo a la vista, todo más real que la propia realidad.
“Yo sí creo en el cine social, sí creo en la capacidad del cine para enseñar realidades que han de ser cambiadas. Al fin y al cabo, el cine no es más que deseo”, afirma rotunda la directora para marcar el terreno, para situar su trabajo exactamente en el sitio que toca. La idea, en definitiva, no es otra que dar la vuelta a lo oculto, a lo triste, a lo real. La idea es ver qué hay en el otro lado de la página. Carmen y Lola, una película resplandeciente, una película que se niega a ser definida. Puro deseo.