LA HETEROSEXUALIDAD ES UN PROBLEMA, POR ENRIQUE ALPAÑÉS
Sí, has leído bien. No se trata de un titular con gancho para llamar tu atención. La heterosexualidad es, efectivamente, un problema. Un problema social grave que limita la vida de millones de seres humanos. La aseveración es dura, chocante, quizá suene un poco alarmista, sensacionalista incluso, pero adquiere un poso de seriedad al ser pronunciada por Óscar Guasch, sociólogo e historiador de la Universidad de Barcelona y autor de la Trilogía de la sexualidad (editorial Anagrama).
Las palabras de Guasch se entroncan en una corriente de pensamiento que pone en duda el modelo ‘heterocentrista’ creado en las sociedades occidentales. “No es solo discriminación”, asevera el sociólogo, “son detalles, cosas que no se cuestionan nunca. Imagínate que estamos en los estados federados (en el siglo XIX). Nadie se plantea si la esclavitud está bien o mal, y quien lo hace, lo hace desde un punto de vista condescendiente”. Este heterocentrismo se basa en lo que se espera de un hombre, (heterosexual, por supuesto) y de una mujer (muy hetero y poco sexual). Hombres machos, mujeres delicadas. “Una mujer sola, con minifalda, tomándose un gin-tonic en un bar a las tres de la mañana, ¿qué es?” pregunta Óscar Guasch sin esperar respuesta. “Un hombre que está con los amigotes y rechaza irse de putas cuando los demás lo hacen, ¿qué le llaman? Calzonazos”, se responde en esta ocasión “Eso, eso es el orden heterosexual”.
En su último videoclip, Hard out here, Lily Allen critica el papel de la mujer en la industria del pop con guiños (o puñetazos) a artistas como Azealia Banks o Robin Thicke. Pero Allen también ironiza sobre el papel de la mujer en la sociedad. “Si te hablo de mi vida sexual me llamarás puta. Los chicos solo hablan de sus zorras y nadie monta un escándalo”, espeta la reina del pop británico bajo toneladas de Autotunes. Sin saberlo, Allen está reivindicando el mismo discurso que Guasch. Pone en entredicho un mundo de mujeres sumisas y frígidas regido por hombres valientes y promiscuos. Es algo más que machismo, es la exageración de los roles sexuales, el absolutismo de la heterosexualidad.
“Creíamos que íbamos a cambiar algo, pero al final nos dimos cuenta de que no”. Iván Prado habla sin derrotismo, más bien con realismo pragmático. Sabe que queda mucho por hacer. Prado alcanzó cierta notoriedad el año pasado cuando fundó, junto a su compañero de pupitre, Rodrigo Rodríguez, el blog armarios en las aulas. Se trataba de un trabajo escolar que reflexionaba sobre la homofobia en los institutos basándose en encuestas y entrevistas a alumnos y profesores. Alejandro (nombre ficticio), un profesor de 33 años, afirma en el blog que hay dos tipos de homofobia: “la interiorizada, que llevamos en nuestro propio lenguaje, donde el insulto ‘maricón’ es el más usado en muchos casos como una simple broma (…), y la homofobia radical violenta, la que hace la vida imposible a aquel que se intuye, o se sabe, que es homosexual, una homofobia que comienza con dejar a esa persona aislada, transformarla en objeto de burla y muchas veces utilizarla como forma de afianzamiento del radical… En otras palabras: para uno afirmar su carácter y su hombría (porque en muchísimos casos el ofensor es un varón)”.
Ivan Prado está de acuerdo con esta última afirmación “normalmente los que más insultan son los más heteros, los más populares, los líderes”. En la misma línea recuerda que los insultos no se profieren cuando se produce una muestra de afecto hacia alguien del mismo sexo, (algo que rara vez se da en un ambiente tan hostil como el instituto) sino cuando no se siguen los estereotipos pensados para el hombre heterosexual “por no jugar al fútbol, ir con chicas…”. El rechazo entonces no viene tanto de las preferencias sexuales de una persona, sino por no repetir los códigos de conducta que se esperan de cada sexo. Volvemos a las mujeres sumisas y frígidas y a los hombres valientes y promiscuos.
Este rechazo, más por comportamiento que por sexualidad, es el que hace que los homosexuales reproduzcan los códigos de conducta heterosexuales. Tener “pluma”, ser promiscuo, ser “camionero” está mal visto, también, en los círculos homosexuales. El “buen gay” es el que no molesta, el que se adapta a los cánones de una sociedad heterocentrista. “Los psicólogos definen a los homosexuales por una atracción sexual, pero desde la sociología hacemos otras diferenciaciones”, aclara Guasch. “Puedes ser heterosexual aunque te atraiga tu mismo sexo, reproduciendo los mismos códigos, los mismos patrones”. Una pareja monógama, -“aunque sea pura fachada, con unos cuernos bien escondidos”- responsable sexualmente y que eduque a sus hijos en los valores de la heterosexualidad.
Muchos dicen que el 15M ha muerto, pero sus estertores han dejado organizaciones y movimientos que se encuentran muy vivos. El ejemplo más claro es la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Otro, menos visible, es la asociación Transmaricabollo, un colectivo LGTB contrario al “heteropatriarcado y neoliberalismo neocolonial”. Lleva actuando desde aquellos primeros días en los que otro mundo parecía posible. Y ellos siguen pensando que lo es. Con charlas, manifestaciones como el Orgullo Indignado, o reivindicaciones que entroncan con un movimiento que parecía aletragado. Uno de los colectivos de la asociación Eskalera Karakola tiene postulados similares al defender el feminismo desde una óptica homosexual. También hay publicaciones, como Una Buena Barba o Pikaramagazine que se dedican a desmontar y analizar la teoría de género. ¿Qué significa ser hombre? ¿Qué conlleva ser mujer? La teoría queer lleva años preguntándoselo, más bien cuestionándolo.
“Vivimos en una sociedad determinista que crea fronteras como si fueran cosas acabadas”, reflexiona Guasch, “pero no lo son, son procesos”. Esta manía de etiquetar todo en compartimentos estancos nos viene heredada de la sociedad industrial, pero en la era del conocimiento en la que estamos inmersos las costuras se le quedan pequeñas y se empiezan a rasgar.
“Antes sabíamos qué era una mujer, ahora hay mujeres biológicas, mujeres operadas y mujeres con pene, y el Estado las reconoce como tales a todas”, asevera Guasch. Los compartimentos ya no son estancos. “Todo es dinámico, no existen categorías estables, nada lo es. Antes el matrimonio era para siempre, el trabajo era para siempre”. Esta teoría podría entroncarse con la modernidad líquida defendida por Bauman pero Guasch va un paso más allá. “No es líquida, es gaseosa. No hay donde agarrarse; lo mismo pasa con los derechos humanos, la política, la organización…”
“Cuando era acosada de pequeña, insultada, perseguida hasta casa y a veces atacada físicamente, era por mi expresión de género. Tenía comportamientos mucho más femeninos de los que la mayoría de la gente consideraba aceptables en un chico”.
Laverne Cox, una de las protagonistas de la exitosa serie Orange is the new black, se confiesa así en una entrada de su blog en The Huffington Post. En él analiza cómo la sociedad heterocentrista utiliza los mismos prejuicios para marginar a las mujeres y a los transexuales.
“En la sociedad del patriarcado, no podemos realmente hablar sobre la erradicación del sexismo sin hablar de erradicar la homofobia”, asevera. Homofobia, transfobia y machismo forman, en realidad, parte de un todo. Un problema que nace de la obsesión con ser normal, con encajar en los estereotipos del absolutismo heterosexual. Por eso, por ello, la heterosexualidad es un problema. Y no afecta solo al colectivo homosexual. Nos afecta a todos.