La carta de un niño catalán de ocho años a quienes le acosan por pintarse de princesa

Los monitores de un campamento le animaron a escribirla. “Siento que no tengo amigos y no me gusta”, escribió

la-carta-de-un-nino-catalan-de-ocho-anos-a-quienes-le-acosan-por-pintarse-de-princesa

Manuel, un niño de un pueblo de Cataluña, participó en un pintacaras en su colegio en 2012, cuando tenía cuatro años. Mientras sus compañeros reclamaban que les maquillasen de león, de superhéroe o de calavera, él pidió que le pintaran de princesa. A partir de entonces, un grupo de niños de su clase empezaron a acosarle, cuenta por teléfono a Verne su madre, Natalia.

Tanto su nombre como el de su hijo son ficticios, ya que han pedido mantener su anonimato para proteger al menor. El rango de insultos, añade, iba de “maricón” a llamarle con el equivalente femenino de su nombre. El niño, que ahora tiene ocho años, lleva la mitad de su vida sufriendo este tipo de acoso por parte de chavales de su misma edad. De ahí esta carta (arriba puedes ver la imagen de la original, en catalán):

Hola

Os voy a explicar lo que me molesta y me enfada. Que os burléis, que digáis cosas feas, que uséis palabras bonitas como insulto, que escribáis cosas feas de mí y sobre todo que os riais de mí.

Todas estas cosas me hacen sentir mal, triste, enfadado y solo.

Siento que no tengo amigos, ni amigas y no me gusta.

Querría ser amigo vuestro y que me tratéis bien. Me ayudaría a sentirme mejor.

Este caso se ha hecho público después de que el Observatorio contra la Homofobia de Cataluña lo presente como ejemplo de cuánto sufren “muchísimos niños”, dice por teléfono el portavoz, Eugeni Rodríguez, que ha facilitado la carta a Verne. Con el asesoramiento de esta ONG, la familia de Manuel ha llevado el caso hasta el Síndic de Greuges, el Defensor del Pueblo de Cataluña.

El acoso al que estaba sometido Manuel llegó a un punto “insoportable”, según Natalia, el curso pasado. “Los niños que se metían con él pintaron cosas por el colegio. A finales del primer trimestre hablé con su profesora. Me dijo que no había percibido nada”, añade.

“Entonces comenzaron los ataques de ansiedad. Un día, incluso pintaron en el polvo de mi coche la palabra maricón”, dice la madre, que elevó su queja a la dirección. “No sirvió de nada (…) Finalmente, mi marido y yo tomamos la decisión de cambiarle de colegio” dice. Sin embargo, Manuel volvió a encontrarse con sus acosadores este verano, durante un campamento urbano.

“Los monitores sí se dieron cuenta de la situación que mi hijo estaba sufriendo. Le animaron a que escribiera una carta para expresar cómo se sentía. Lo hizo en casa, él solo. Después, la leyó ante sus compañeros, entre los que se encontraban los agresores”, cuenta Natalia. La atención de los monitores detuvo los ataques: “Fue una gran ayuda. Para él, expresarse así fue toda una liberación (…) Además, en el nuevo colegio le tratan genial. Nadie se mete con él. Ya no sufre ataques de ansiedad”.

“Hay que parar estas situaciones”

En julio, durante el campamento urbano, la madre del niño de ocho años se puso en contacto con el Observatorio. “Nos parece una auténtica vergüenza que se puedan seguir dando este tipo de actitudes”, indica el portavoz de la ONG. “En estos casos, los centros suelen optar por el cambio del centro para el niño que sufre acoso. Creemos que no debería ser así. Los agresores salen de rositas”, dice.

Rodríguez cree que se ha producido un incumplimiento de la Ley contra la Homofobia, aprobada por el Parlamento de Cataluña el año pasado. En el artículo 12, esta norma regional establece que “debe velarse porque la diversidad sexual y afectiva, la identidad de género y los distintos modelos de familia sean respetados en los distintos ámbitos educativos”. “La Administración de la Generalidad debe garantizar el desarrollo de lo establecido por el presente artículo”, prosigue el documento. Una vez que se pronuncie el citado Síndic de Greuges, equivalente al Defensor del Pueblo, la familia decidirá si recurre a la justicia ordinaria.

No es la primera vez que la carta de un niño trasciende a los medios de comunicación. “Los que van a religión hacen excursiones sin nosotros. Además, ven películas, van a ordenadores, a jugar al paintball… Es un soborno de la iglesia”, indicó Lucas, un niños de 12 años de Alcalá de Henares (Madrid), en una carta dirigida al director de EL PAÍS.