“En el País Vasco se desvanece el mundo del macho”
Asier Altuna aspira a la Concha de Oro con ‘Amama’, crónica del fin de la cultura del caserío, en la que apuesta por la sabiduría heredada de generaciones anteriores. Rodada en euskera, la película está protagonizada por Iraia Elias y Kandido Uranga.
BEGOÑA PIÑA
SAN SEBASTIÁN.- Asier Altuna firma la crónica del fin de la cultura del caserío en el País Vasco y al mismo tiempo apuesta por no dejar que se pierda toda la sabiduría “que nos conecta con nuestro antepasados”. Aprovechando la teoría que defendía Jorge Oteiza de ‘las 80 abuelas’ (80 generaciones que suman la memoria tradicional), el cineasta se pregunta en su película “si vamos a aprovechar toda esa herencia para seguir mejorando como personas”.
Con Iraia Elias, que debuta aquí en el cine, y Kandido Uranga en los papeles principales, el director y guionista cuenta una historia familiar, desde la que muestra el enfrentamiento de un mundo austero y violento dominado por los hombres y otro, nuevo, más sensible y vital, que “es el cambio de ciclo hacia lo femenino”.
¿Hay que romper o no con las tradiciones?
El tema es que, aunque haya que romper con ellas porque no tienen ya sentido en un mundo que ha cambiado, hay que tener en cuenta toda la sabiduría. Esa es la idea del personaje que interpreta Iraia Elías, la hija. Hacer una película es una forma de hacerme preguntas a mí mismo y ahora me pregunto si toda esa sabiduría, esa herencia, la vamos a mantener para seguir mejorando como personas.
¿La cultura del caserío ha desaparecido, entonces?
El caserío, como forma de vida, de ser, que ha sido, se ha acabado. Lo que no ha desaparecido es la idea de las ochenta abuelas (la sabiduría de 80 abuelas que te preceden).
Con el final de esa forma de vida en Euskadi, ¿se acaba también un dominio machista?
El padre aquí es un personaje mudo, es el macho autoritario, y es el que ve que todo su mundo se desmorona. Y ese cambio se da a través de la sensibilidad, de los rasgos femeninos. Las mujeres del caserío no caen en su juego, en su mundo de violencia. Él, también por un acto de sensibilidad, cambia. En el País Vasco hay un cambio de ciclo hacia lo femenino, se desvanece el mundo del macho.
Su película también habla del apego a la tierra en la que nacemos…
Todos somos muy parecidos. La tierra te hace más de una forma o de otra, pero todos tenemos elementos comunes que se pueden ver en China, en Soria o en el País Vasco. Esta es una historia de familia que es universal, el padre que no habla con la hija… Una soriana te contaría lo mismo de su padre. Hace poco leí ‘Porca tierra’, de John Berger, y descubrí frases que yo mismo había metido en mi guion. “¿Para qué sirven las máquinas? Para acabar con nosotros”. Son historias muy conocidas, cercanas, sobre todo en el entorno rural. Por otro lado, creo que todos tenemos un campesino dentro.
En Amama cada personaje decide su destino, ¿ese es el gran cambio que se ha producido?
Sí, hace una generación tu destino lo decidían los demás. El gran paso es que eso se ha roto y los que decidían no tienen ya el poder que tenían, el poder de decidir qué iban a hacer los hijos. Yo fui educado para ese destino, así que vivo con contradicciones. Eso crea un peso…
¿La crisis no ha alentado una vuelta al caserío de jóvenes que no encuentran oportunidades?
La vuelta se da con cuentagotas. Es una cuestión de concepto, el ocio no existe en el caserío y eso hace demasiado complicada la vuelta.
Debutó con una comedia (Aupa Etxebeste!), luego hizo un documental (Bertsolari), ahora con Amama tira por un nuevo camino…
Hasta ahora he hecho películas de mundos que conozco muy bien. Amama también, porque yo he vivido en un caserío hasta los 18 años. Por eso a veces miro el caserío de una manera romántica, aunque reconozco las cosas que no son nada positivas de esa vida. Es el cine que me sale de dentro. Tomo postura.
¿Se nota el apoyo del Festival de San Sebastián al cine vasco?
El Festival de San Sebastián lleva conociéndonos y cuidándonos mucho tiempo. Desde los cortos, ellos conocen nuestro trabajo y eso da confianza. Nosotros no les hemos pasado el guion de la película, pero ha habido un seguimiento, porque ellos están pendiente del cine que se hace en el País Vasco.
Además de participar en el certamen, ¿en qué se traduce este apoyo?
Bueno da mucha confianza y eso permite que el cine que se haga sea también un poco de festivales, no solo cine comercial.
Ganó el Premio de la Juventud en San Sebastián en 2005, ahora aspira a la Concha de Oro, ¿qué significa para usted?
Es un lujo estar en la sección oficial del festival. Además, como esta es una película pequeña es fundamental para que se abra al público, el festival es como un altavoz para que la gente vaya al cine.