Dos hombres en situación de transexualidad narran sus vidas

Dos hombres en situación de transexualidad narran qué ha supuesto esta peculiaridad en sus vidas

ares piñeiro y xabier lozano

Ares Piñeiro y Xabier Lozano

ARES Piñeiro López es uno de los tantos hombres que viven en Bilbao. Al igual que a muchos vascos, le gusta la buena comida, pasar tiempo con los amigos y sobre todo el fútbol -si bien confiesa que no es del Athletic-. “También me encanta el squash, pero por un problema de rodilla últimamente no he pisado mucho la pista”. Después de todo, los 43 años empiezan a pesar. Se levanta a las 8 de la mañana, toma un café y marcha a trabajar. En general, la vida de Ares no dista demasiado de la de cualquier otro bilbaino, salvo porque Ares no ha sido siempre su nombre: antes tenía uno socialmente considerado como femenino.

Nacido en 1972, los médicos clasificaron oficialmente a Ares como mujer en base a los genitales y ello condicionó su vida durante su juventud: juguetes “para niñas”, ropa femenina, color rosa, etc. Pero él, desde el primer momento, se sintió hombre. “Mi madre dice que empecé a insistir y a pedir un pitilín por Reyes sobre los 4 o 5 años”. Aun así, se lo tomaron a broma y lo dejaron pasar. Después de todo, que un niño pudiera haber nacido con vulva parecía tan inimaginable que ni siquiera se lo llegaron a plantear. “Era otra época y de aquella no se conocía ni siquiera la palabra transexualidad, no hablemos ya de lo que significa”.

Sin embargo, la identidad sexual reside en el cerebro y no es fruto del libre albedrío y mucho menos de los genitales. “Puedes luchar contra ti mismo, contra el mundo entero o darte cabezazos contra la pared hasta abrirte la cabeza, pero si tu cerebro dice que eres hombre o que eres mujer, no hay manera de cambiarlo”. Todo ello al margen del resto del cuerpo y de cómo uno sea clasificado sexualmente por el resto de la sociedad. Y movido por esta inamovible condición de sí mismo, Ares continuó luchando para que le reconocieran como el hombre que es.

Entre otras cosas, esto hizo que Ares no tuviera una buena experiencia en el colegio. “Se metían bastante conmigo, así que cuando lo hacían yo respondía pegando, lo que me metió en algunos problemas”. Pero los años pasaron y este santurtziarra siguió en sus trece y, según fue creciendo, se dio cuenta de que los Reyes Magos no existían y que ni su pitilín ni su deseado scalextric llegarían por arte de magia. “Así que, a los 16 años, dejé los estudios y me puse a trabajar”.

Independizarse económicamente le ayudó a emanciparse y ello le abrió un mundo de posibilidades: “Pude comprar mi ropa, mis cosas y tener la vida del hombre que soy desde que he nacido y que seré hasta el día que me muera”.

No obstante, a Ares les faltaba algo: dar el paso definitivo. “Es muy complicado, porque siempre está presente el miedo a perder la relación con la familia, entre otros muchos problemas”. Y así transcurrieron los años hasta que hace una década, a sus 32, ya no pudo más: “Tenía que hacerlo, así que fui a casa y solté que iba a empezar con el proceso de transición”.

En un principio, Ares se lo contó a su madre y a su hermana. Ellas se lo tomaron bien, ya que lo sabían desde que había nacido y solo estaban esperando a que lo dijese. “Aseguraron que me apoyarían en todo lo que pudieran y solo me pidieron una cosa a cambio: que no se lo contara a mi padre, porque le iba a dar un infarto”.

De origen gallego, Ares explica que su padre estuvo viviendo 23 años en Venezuela -“un país muy machista”- y que, además, era una persona muy religiosa y practicante. “Era tan puritano que cuando yo era pequeño, si salía en la tele un beso o una teta, la apagaba directamente, y a día de hoy todavía nunca le he visto en calzoncillos por casa”.

Pero Ares sentía que no podía vivir engañando a su padre y por ello, durante una comida en casa de sus padres, en la que estaban su hermana, su sobrino, su madre, su padre y él, no pude contenerse y pronunció las palabras: “Tengo que decirte algo”. Recuerda que inmediatamente se hizo un silencio sepulcral en la mesa, porque todos sabían lo que iba a venir. “Aita, soy un hombre, y si no soy hombre no soy feliz y me quiero morir”. Entonces su padre se levantó y le dio un abrazo al tiempo que respondía: “Aquí estoy para lo que necesites y siempre vas a tener mi apoyo”. Paradojas de la vida, Ares asegura que al final el que casi se desmaya fue él, ya que se esperaba la reacción opuesta. “Desde ese momento empezó a tratarme en masculino y por mi nombre: Ares”.

UN FINAL FELIZ A día de hoy, cuando Ares viaja con su padre a su Galicia natal le lleva con orgullo y va presentando a su hijo a todos los que se encuentra por el camino. “La gente le mira como si estuviera loco, pero él sigue”. Y desde la confesión de Ares nunca se ha equivocado tratándole por el sexo equivocado, no como su esposa, a la que a veces corrige cuando “se le va la olla”. “Le admiro muchísimo, porque la capacidad que ha tenido para gestionar la situación con las creencias con las que venía marcado significa que ha tenido que hacer un enorme trabajo en su interior”.

Si bien en el aspecto familiar la historia de Ares ha tenido un final feliz, sí que ha habido más de un altibajo en otros aspectos de su vida, como en el ámbito laboral. Primero en el ayuntamiento de Santurtzi y después como conductor de autobús, trabajo no le faltó hasta que empecé su proceso de transición. “Cuando veían que mi imagen no coincidía con mi DNI quedaba descartado automáticamente”.

En cuanto a su proceso de transición, tampoco fue sencillo, ya que hace diez años no existía la Unidad de Género en el hospital de Cruces. Primero acudió al médico de cabecera, que a su vez le mandó al psiquiatra y este último le comentó que él no peritaba ese tipo de asuntos. “Yo le contesté que no era una vehículo para que me peritasen y que necesitaba ayuda”. Y continuó dando tumbos sin saber dónde acudir hasta que encontró un sexólogo que le asesorase. Al final, tuvo que operarse el cambio de genitales por lo privado, aunque con las hormonas tuvo “más suerte”, ya que le explicó su caso al endocrino y éste le apoyó.

Ahora Ares es sexólogo y su trabajo en Errespetuz consiste en ayudar a otras personas que estén viviendo en una situación similar a la suya. “Cuando empecé yo no había dónde ir, pero ahora gracias a esta y otras iniciativas sí que hay”. El objetivo: evitar en la medida de lo posible que las personas en situación de transexualidad sufran por su identidad sexual a través del asesoramiento, el apoyo y la sensibilización de la sociedad.

OTRO CASO Por otra parte, Xabier Lozano es un joven azkoitiarra que vive en Azpeitia y estudia Antropología Social en Donostia. Al igual que Ares, siempre ha sabido que era un hombre y desde niño lo ha reivindicado en la familia, en el colegio y en todos los lados, pese a que todos le clasificasen como mujer en base a sus genitales. Aun así, no fue hasta hace tres años, cuando cumplió los 18, cuando se decidió a sincerarse completamente con su cuadrilla y su familia. “Por suerte, la mayoría se lo tomaron mejor de lo que me esperaba y me apoyaron mucho”.

Sin embargo, Xabier lo pasó “bastante mal” durante su primera etapa escolar. “Se mezclaron muchas cosas: ser de Azkoitia viviendo en Azpeitia, ser el diferente, ser transexual, etc.”. Pese a todo, explica que nada más cambió a un instituto de Azkoitia se convirtió en uno más y en la universidad, como desde el primer momento le conocieron como Xabi, tampoco hubo ningún problema.

Tanto Ares como Xabier coinciden en que la vida de una persona en situación de transexualidad es complicada y que todavía queda mucho trabajo por hacer para evitar tanto la discriminación como con la transexomisia. “La sociedad ha mejorado mucho, pero la transexualidad a día de hoy todavía continúa muy estigmatizada”.