Machismo y violencia: misoginia, homofobia y transfobia
Violencia contra las mujeres, violencia contra homosexuales, violencia contra transexuales, violencia contra extranjeros, violencia contra personas de otras razas o grupos étnicos, violencia contra quienes tienen otras ideas y creencias… Da igual el adjetivo, el nombre siempre es “violencia”, y el “hombre” casi siempre su autor. Y no es casualidad.
La cultura es el machismo disimulado, la presentación de una serie de valores e ideas impuestas desde la visión masculina de la realidad que son tomadas como referencia común y universal en a cada contexto social. No se trata sólo de una serie de pautas y normas para convivir, sino de la creación de una identidad que decide los estrechos márgenes de lo que es “ser hombre” y lo que significa “ser mujer”, la cual lleva a actuar de una determinada manera sin necesidad de que existan normas o pautas explícitas para comportarse de ese modo. La cultura “obliga” a esas conductas y el tiempo las consolida y refuerza a través de la normalidad, la costumbre, la tradición, el “qué dirán”… Y cuando a pesar de todo hay comportamientos que no se controlan o se escapan a ese control, la violencia normalizada por la propia cultura actúa para restablecer el “orden perdido” y para castigar.
Por eso el machismo utiliza de forma directa la violencia contra todo aquello que cuestiona la identidad impuesta en cada contexto social, no es tanto el castigo individual lo que busca, aunque es uno de los objetivos, sino la lección general para la sociedad. El machismo y los hombres violentos que siguen sus dictados actúan, sobre todo, contra quienes cuestionan la referencia de la identidad masculina y los valores asociados a ella. Una identidad que es representada en el hombre heterosexual, de raza predominante en esa sociedad, status reconocido, por supuesto original del país, y con unas ideas y creencias sintónicas, o al menos armónicas, con las existentes en el lugar. Por eso ven al extranjero, al homosexual, a la mujer que rompe con los roles otorgados, al transexual, al de otra raza, a la persona de otras creencias… como un ataque al modelo de identidad y a todos los valores asociados a él que la cultura, o sea, el machismo, ha impuesto como referencia. De ahí la discriminación y la violencia que desarrollan contra cada una de las personas del grupo, y contra lo que representan como crítica al patrón masculino considerado, puesto que su mera presencia ya indica que otros modelos y referencias son posibles. Y eso es lo que les duele, puesto que la historia ha sido construida sobre la falacia de que sólo un modelo es válido y debería ser aceptado: el suyo.
Una de las trampas del machismo ha sido hacer creer que su influencia y expresión se reducía a las cuestiones entre “hombres y mujeres”, para luego cuestionar sólo el exceso en su manifestación según se considere en cada momento la sociedad. Para la mayoría de la gente, por tanto, el machismo es una actitud discriminatoria hacia las mujeres que sólo se cuestiona cuando sobrepasa ciertos límites en su expresión, por ejemplo, un piropo especialmente borde, un chiste claramente obsceno, un golpe fuera de lugar… Pero esta actitud al mismo tiempo permite que dentro de la normalidad se produzcan otros piropos, se cuenten chistes “no tan fuertes”, o se den golpes en privado y bajo “determinadas razones”; y sobre todo, sitúa fuera del machismo el resto de violencias que se ejercen desde el poder de la referencia masculina, con el objeto de defender la identidad de los hombres que el machismo impone.
Por eso todas estas violencias, cada una con sus características y circunstancias, tienen en común el actuar desde el odio contra el diferente, y buscan el objetivo de restablecer el orden alterado que las personas que las sufren han “provocado”.
Lo vemos y lo hemos hablado en multitud de ocasiones en la violencia de género, ejercida contra las mujeres, y lo vemos también en la violencia homofóbica y transfóbica, como ha ocurrido con el acoso sufrido por Alan hasta llevarlo al suicidio. La mayoría de estas violencias son llevadas a cabo por hombres, o son incitadas por ellos o en nombre de las ideas predominantes en la sociedad bajo el manto de la cultura androcéntrica.
Por eso, la mayor parte de la violencia homofóbica se desarrolla por hombres contra otros hombres homosexuales, a diferencia de las mujeres, que en general no ejercen una actitud de acoso y derribo contra mujeres lesbianas. Y por ello la violencia transfóbica también es protagonizada fundamentalmente por los hombres.
Los hombres ven al hombre homosexual como una persona que ataca la referencia identitaria de los hombres, esa masculinidad hegemónica situada en el lado opuesto a la homosexualidad, de ahí que respondan con violencia homofóbica. Del mismo modo que hacen contra las personas transgénero, bien por la misma razón de ver a un hombre que renuncia a su identidad masculina cuestionando el modelo, o bien porque una mujer intenta presentarse “como hombre” cuando para el machismo nunca puede serlo, entendiendo que “desnaturaliza” su construcción.
Las violencias machistas son las violencias que se desarrollan desde las ideas y valores de la cultura patriarcal para alcanzar los objetivos de castigar a quien se aparte del modelo, y para aleccionar a la sociedad con su mensaje lleno de violencia. De ahí que la violencia sea contra la persona considerada como “diferente”, y que sea tanto más intensa cuanto más amenazada vea la identidad y el status masculino.
El hecho de que mayoritariamente sean violencias ejercidas por hombres no quiere decir que sea una violencia “de los hombres”, como tantas veces se ha dicho al intentar diluir la responsabilidad de cada uno de los hombres violentos en la condición natural de ser hombre. Esa ha sido otra trampa del machismo, intentar hacer pasar que los hombres son violentos por naturaleza y no por cultura para “echarle la culpa” a la testosterona o al estrés, y así ocultar sus ideas y voluntad en la planificación y desarrollo de las violencias, cada una bajo sus razones y para alcanzar sus objetivos, pero todas ellas enraizadas en las referencias que impone la cultura sobre las identidades de hombres y mujeres.
El machismo no soporta al diferente, entendiendo por tal a aquella persona que siendo distinta se sale del lugar diseñado para ella por la cultura, por eso se ha encargado de que siempre hayan existido hogares, “armarios” y fronteras para que mujeres, homosexuales, transexuales, extranjeros, personas de otras razas y creencias… se mantuvieran lejos de sus calles.
Estamos cuestionando los resultados sin abordar las causas, y eso no acabará con las violencias enraizadas en la cultura machista. Erradicar el machismo y traer la Igualdad es la única forma de instaurar la Paz y la convivencia para todas las personas, con independencia de lo que decidan desde su libertad a la hora de desarrollar su identidad y elegir sus espacios y relaciones.