Lo que el reino animal nos enseña sobre el sexo
Sexo en la Tierra se titula un apasionante viaje al reino animal lleno de sorpresas y descubrimientos.
Sexo en la Tierra se titula un apasionante viaje al reino animal lleno de sorpresas y descubrimientos. Son muchas las enseñanzas de este ensayo del zoólogo británico Jules Howard que nos demuestra hasta qué punto nos dominan los prejuicios, las falacias y las verdades asumidas, de qué modo los seres humanos somos tan egocéntricos que apenas nos interesamos por lo que sucede en la naturaleza ni queremos ser conscientes de nuestra necesaria y saludable comunicación con ella.
El autor nos dice que el verdadero interés de la ciencia por el comportamiento sexual de los animales se ha activado en los últimos cincuenta años. Estudiosos de todo el mundo se han decidido a retomar las célebres ideas de Darwin sobre el origen de las especies, sobre la selección natural y la lucha por la vida, poniendo en cuestión algunos de sus principios básicos, por ejemplo el de que la reproducción es, en el reino animal, la única finalidad del sexo. ¿Por qué este retraso? Jules Howard nos da una pista muy al principio del recorrido: la falta de prestigio, de respetabilidad, que durante mucho tiempo rodearon a este tipo de investigaciones.
Para que lo comprendamos mejor nos cuenta la historia del explorador George Murray Levick, quien, hace más de un siglo, quedó atrapado en un lugar gélido del interior de la Antártida, a la espera de ser rescatado por la expedición Terra Nova, de la que formaba parte. Fueron largos meses esperando la llegada de la primavera y el consiguiente deshielo, meses en los que se dedicó a observar a los pingüinos. El autor nos cuenta que más allá de las emociones de las que dejó constancia en sus notas, de la comprobación del cultivo de la intimidad, la monogamia o la ternura, que siempre han acompañado a estos simpáticos animales, a los que tanto hemos admirado a través de películas como El viaje del emperador, Levick fue testigo, particularmente entre los conocidos como pingüinos de Adelia, de una amplia lista de perversiones que incluían coacción sexual, abusos a los más jóvenes, “asesinato” y necrofilia.
Esta entrega, subtitulada Un homenaje a la reproducción animal y escrita desde el registro del humor, con un estilo sencillo a la hora de exponer lo más complejo y el uso de una terminología accesible a todo tipo de públicos, es capaz de mantenernos en vilo, pero también de hacernos reflexionar sobre las conductas más íntimas de otras especies y también sobre nuestros comportamientos y pudores. Como el episodio de Levick, hay en el ensayo, publicado en España por Blackie Books, infinidad de historias, observaciones y hallazgos sorprendentes que nos llevan a pensar que en la naturaleza todo es posible, que las distintas conductas sexuales –homosexualidad, heterosexualidad, monogamia, sexo grupal, masturbación– se combinan sin tapujos y que, la mayor parte de las veces, todo juega a favor de la supervivencia.
El asombro nos acompaña mientras avanzamos en la lectura de este ensayo tan especial. ¿Sabíais, por ejemplo, que los promiscuos bonobos utilizan el sexo para rebajar las tensiones y que los machos pueden jugar a la esgrima con sus penes, subidos a las ramas de los árboles? ¿Sabíais que una anémona es capaz de seducir hasta a una docena de machos a la vez; que las libélulas masculinas se confunden con las luces de las farolas, creyendo que son el reclamo de las féminas, o que los peces payaso, inmortalizados en la película Buscando a Nemo, pueden cambiar de sexo?
Hay ocasiones en las que no podemos dejar de percibir una cierta identificación, por ejemplo cuando comprobamos que aquí, en este otro territorio, también abundan los relatos de superioridad masculina. El macho es el protagonista de muchas historias en las que la hembra se queda en segundo plano. Sucede, por ejemplo, con la delespinocho, un humilde pececillo que ha hecho avanzar a la ciencia a largas zancadas. Él es el gran protagonista, el que, en el momento del apareamiento, atrae a la hembra con su coloración carmín; combate frente a los adversarios; prepara el nido con diligencia y acaba cuidando de las crías una vez que ella suelta los huevos y desaparece de escena. Así suele interpretarse el proceso. Pero, en realidad, matiza Howard, las que eligen y deciden, optando por el candidato más sano para la procreación, son las espinocho.
“El mundo necesita más historias sobre vaginas”, proclama el autor, quien nos ofrece otros ejemplos, así el de las ranas, algunas de las cuales llegan a morir debido a la potencia con que son abrazadas por detrás por el macho, al que han elegido precisamente por su mayor fuerza, o el de las patas azulonas, que han desarrollado unos complejos genitales para bloquear los avances indeseados de los machos y tener el control. “De pasivas nada. También ellas toman decisiones. Tienen todas las cartas (huevos) en su mano”, señala el científico…