EL MUNDO: Ni soy hombre, ni soy mujer: «Soy ‘Queer’»

Un movimiento defiende en Lavapiés a las minorías no heterosexuales y las clasificaciones fijas entre hombre y mujer

coño

Miembro del movimiento ‘queer’, con el atuendo de su cofradía y una gran vagina. SERGIO ENRÍQUEZ

Qué somos? ¿Quiénes somos? ¿Alguna vez se lo ha preguntado?

Lo que conocemos, a priori, es que el ser humano nace, en función de sus genitales se le atribuye un género y, con él, unos patrones específicos de educación y comportamiento. La impronta del género lo marca todo: cómo identificarse, cómo actuar socialmente, cómo sentir, cómo vestirse, qué casilla marcar en los formularios o a qué baño entrar en los bares. Algo aparentemente normal para la mayoría de la población, pero bastante complejo para una facción de la sociedad que no encaja en un posicionamiento específico.

Extraño, raro, excéntrico, de carácter cuestionable. Así define el Oxford English Dictionary al vocablo queer, un término acuñado a finales del siglo XX, en EEUU, para designar a las minorías no heterosexuales o de género binario y que rechaza todo tipo de clasificaciones fijas entre el hombre y la mujer, afirmando que los géneros, las identidades y las orientaciones sexuales, son el resultado de una construcción social y no biológica. «Este movimiento trata de expandir la propia identidad, eliminar etiquetas y visibilizar otras realidades», asegura Marian Yélamos, creadora de Dramafree Madrid, una iniciativa para el encuentro y el debate queer.

Chicas varoniles, hombres femeninos, lesbianas con look de chico, transexuales, operados, hormonados, drag kings, o lo que es lo mismo, mujeres pertrechadas con barba, bigote, pelo en el pecho y prótesis de penes para sentir la impronta masculina, aquí no hay barreras. «Yo soy una mujer que lleva maquillaje y se arregla, pero no me identifico como femenina completamente, ni como lesbiana, ni como heterosexual, ni como bisexual tampoco. Busco hacer lo que quiero en cada momento, empujar los límites de la sociedad, de mí misma y experimentar, ya sea teniendo sexo con un hombre, con una mujer, con una persona intersexual, de forma monógama o polígama, sin tener etiquetas ni limitaciones externas», apunta Emma G., profesora de inglés.

Ser queer supone el activismo de vivir con conciencia permanente en un entorno hostil a lo que se considera alejado de lo costumbrista o normal. Para Julia H., también profesora, «más que una corriente es una filosofía vital. Hay que negociar a diario para conseguir la aceptación de lo diferente, de lo fuera de la normativa y no es sencillo». Rendon, una estudiante americana prosigue, «es una aspiración ideológica, la esperanza de vivir en un mundo más libre, sin estereotipos, en el que no todos los príncipes y princesas sean como nos muestran en las películas y se desmonten los prejuicios de esta cultura sexista».

El movimiento llegó a Madrid en los 90 y se instaló en centros sociales del poliédrico Lavapiés, barrio de pacífica convivencia entre dispares culturas, corrientes, tribus urbanas y tipos. Allí se reúne La Cofradía del Santísimo Coño de Todos los Orgasmos, un nutrido grupo de feministas que realizan manifestaciones reivindicativas de los derechos de las mujeres. Vestidas con un hábito morado, sobre el que yace impreso el símbolo de su organización, pasean portando una vagina gigante.

«No pretendemos faltar el respeto a nadie, simplemente queremos llamar la atención sobre un tema que consideramos importante», expone Vanessa P., cofrade de la organización y de aspecto absolutamente masculino. «No me importa que me llamen chaval por la calle, ya lo he superado, de hecho, yo creo que me beneficia parecer un tío, ellos disponen de muchos privilegios sociales. Así me siento más seguro, no me miran y no tengo que aguantar que me estén silbando y acosando por la calle».

En el barrio encontramos otras iniciativas como el Tango Queer de Olaya Aramo, cuyo objetivo es el de olvidarse de los códigos tradicionales de lo femenino y lo masculino, a través de la danza argentina, creando un espacio para parejas gays, lesbianas, transexuales o intersexuales. «Creo que el enfoque binario es una mentira. Por medio del tango se olvidan los códigos establecidos y se experimenta la posibilidad de elegir libremente el rol que cada cual desea ocupar y el sexo de la pareja del baile».

En constante progreso, el movimiento no ha dejado de evolucionar y extenderse. Actualmente es sencillo encontrar todo tipo de información al respecto en internet, talleres, performances, encuentros o conferencias, y ya existen seminarios en la universidad, cursos de posgrado y tesis doctorales sobre culturas queer, impartidos por abanderadas de la causa como Beatriz Preciado, Raquel (Lucas) Platero, Carmen Romero o Esther Ortega.

¿Y el amor queer?, pregunto a Marian. «Ufff, infinito, con una gran cantidad de combinaciones posibles y una sexualidad abierta, sin límites, de personas con identidades dispares, operadas, no operadas, con pene, sin pene, hormonadas… Todo lo que existe entre medias del no-hombre y la no-mujer».