Eisenstein, homosexual y libre
Peter Greenaway fantasea en ‘Eisenstein en Guanajuato’ con el supuesto segundo nacimiento del cineasta ruso durante el rodaje de ‘¡Viva México!’. Entonces, en 1931, liberado y lejos del poder soviético, Eisenstein, imagina el director británico, se enamoró violenta y carnalmente de Palomino Cañedo hasta transformar de raíz su cine
Toda revolución tiene sus víctimas. La que el cineasta Sergei Eisenstein vivió personalmente en México se cobró, en opinión de Peter Greenaway, su tributo en carne. Libre y febril. Fue allí donde, emancipado de la obligación de levantar entera la iconografía de una nueva era, a distancia del poder soviético estalinista, el director de El acarozado Potemkim se atrevió, por fin, a vivir su homosexualidad de forma, ya sí, plena. De otro modo infinitamente más trivial, salió del armario. Y su vida y, lo más relevante para el mundo, su cine cambió. Ésta, básicamente, es la tesis de la película Eisenstein en Guanajuato que se estrena hoy. Sin miramientos, sin ocultar nada, con el culo de la gloria del cine al aire y perfectamente desvirgado. Es así. Pero, un momento, ¿todo es esto es acaso verdad?
Responde el interpelado: «Digamos que la homosexualidad del director está suficientemente documentada. Varios biógrafos señalan que su boda con la secretaria Pera Atasheva fue de conveniencia y se produjo justo después de que Stalin promulgara una ley contra la homosexualidad. No es difícil seguir el rastro a la imagineria fálica que preside buena parte de su filmografía. ¿Ha visto recientemente El acorazado Potemkim? ¿Qué cree que significan los cañones eyaculando bombas? Por supuesto, todo es una interpretación subjetiva, pero con sentido. ¿A quién le importa la verdad histórica?». Irrefutablemente Greenaway, sin duda.
Sea como sea, lo cierto es que durante su estancia en México subvencionado por el escritor Upton Sinclair y su mujer en 1931, Eisenstein conoció a Palomino Cañedo, quizá su guía por el país, como dice la película, o simplemente uno más entre la agitada vanguardia mexicana. Lo documentado es que justo antes de partir a la costa de Colima, donde filmaría parte de las imágenes que compondrían el universo paradisíaco de Sandunga (es decir, el primer episodio de ¡Viva México!), el cineasta envió una carta (el 28 de septiembre) y una serie de dibujos firmados por él mismo a ¿su amante? La misiva en francés se limitaba a pedir contactos para su próximo viaje y entre las líneas, una frase, quizá definitiva: «Estoy desesperado de no haberle encontrado en casa». Los dibujos, que permanecieron casi en secreto hasta finales de los 80, ya sí, admiten pocos ripios. Cuesta hacer una descripción detallada sin traicionar la contundencia a la vez bufa, salvaje y sangrante de cada trazo. Basta ver la página anterior. Se trata, para evitar malentendidos, de un autorretrato. La figura enorme es él. El resto, en efecto, es literatura.
«A mi juicio, ese tiempo que pasó en México [es más que discutible, por cierto, que fuera en Guanajuato] equivalieron a los 10 días que conmovieron el mundo. Fue su mundo el que cambió», afirma Greenaway desde la más rendida de las admiraciones. Y sigue: «La última producción de Eisenstein es completamente diferente a sus primeros trabajos. Y eso sólo puede tener una explicación. Sólo cuando se viaja uno puede llegar a ser una persona diferente. Alexander Nevsky o Iván el Terrible son películas más preocupadas por el hombre más que por el destino de la masa revolucionaria porque quizá Eisenstein se encontraba más cerca de sí mismo». Y ahí lo deja.
La película, obviamente, ya ha sido debidamente condenada en Rusia. Lo fue justo después del estreno en el pasado Festival de Berlín. Con los primeros rumores sobre la cinta hubo bastante. «Sé a ciencia cierta que el pueblo ruso no es homófobo. Eso es una invención de Putin para justificar su alejamiento de Europa», comenta Greenaway sin que en su cara aparezca un amago de preocupación.
Sea como sea, Eisenstein en Guanajuato es un abigarrado, jovial y estridente tratado de la sensación, carnal y violenta, de libertad. De eso trata una película que se presenta al espectador como un complejo laberinto metafísico cuyo centro exacto vive presidido por una escena; una escena de sexo frontal, explícito y, ya que estamos, irónico. Toda la película gira en torno a la bandera soviética en el culo del mito justo después de su sodomización. Es así. Pero no sólo eso, también es antes que un simple homenaje al cine una reflexión sobre el momento en el que el cine adquirió la edad adulta de la mano de uno de su mayores visionarios. «Eisenstein vivió su arte y su vida como una revolución. No puede ser de otra manera».