LA TRONERA: Día del Sida
ANTONIO GALA
El Sida es una enfermedad social y antisocial a un tiempo: delata y descubre una postura ante la vida que se suele ocultar. Es, en consecuencia, una enfermedad definitiva: en la acepción de última, y en la acepción de definidora y debeladora de quien la padece. Al fin y al cabo, ésta es la finalidad última de todas las terribles ortodoxias tribales: proteger a sus miembros (en todos los sentidos de la palabra) de cualquier poder enemigo al que se expondrían si las abandonasen. El castigo mayor del paciente de Sida es la angustia ancestral de enfrentarse a la renuncia a la identidad individual y social, y la expulsión en vida de la comunidad humana a que pertenece. Si en las enfermedades que consideramos, ay, modernas se usa una terminología de agresión militar (invasiones, colonizaciones, reconocimientos, defensas químicas, aniquilamientos de células, bombardeos con rayos) en el Sida la guerra es más sutil: un adversario infiltrado deja sin recursos al organismo, inerme ante cualquier ataque de los enemigos exteriores, y provoca una muerte que se solapa -como un espía homicida- bajo nombres plurales. Por eso el Sida, mucho más que una enfermedad sólo, es una prueba: mucho más que un síndrome, es un símbolo. Si no lo combatimos y lo superamos entre todos, habremos fracasado. El instante de la Humanidad que se nos encomendó no habrá cumplido su tarea.