EL CORREO: ISLA MUJERES La mujer en tiempos de Franco
La mujer durante la época franquista era un ser considerado menor de edad que pasaba de la tutela del padre a la de su esposo. Su papel en esta sociedad era la de madre abnegada y obediente esposa. Un texto de la época refleja esa mentalidad oficial así: “El organismo de una mujer está dispuesto al servicio de una matriz, mientras que el organismo de un hombre se dispone para el servicio de un cerebro”. Procede del libro ‘La virilidad y sus fundamentos sexuales’, del médico y jesuita Federico Arvesu. Incluso algunas mujeres, como Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, se atrevían con perlas como ésta: “Todos los días deberíamos dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos, quién sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas. Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles. La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular -o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse2.
Siguiendo este hilo, una compañera de trabajo con la que comparto nombre me ha hecho llegar dos ensayos, ‘La española cuando besa’ y ‘Mi mamá me mima’, donde Luis de Otero recoge otras pinceladas del pensamiento nacional católico español en relación a la mujer durante el franquismo. Una época en la que las mujeres vivían mal. Tenían que ser el reposo del guerrero, las perfectas casadas. Las rebeldes eran minoría y lo pagaban caro. No hay que olvidar que el adulterio estaba penado con la cárcel. En suma, dos libros con historias salpicadas de humor y peripecias donde se intercalan textos de la época escritos por médicos, sacerdotes, maestros, Sección Femenina, etcétera, que sirven para conocer cómo fue la educación de la mujer española en tiempos de Franco. Dos libros para quienes quieran recordar que no todo el tiempo pasado fue mejor. Veamos más perlas que se decían en la época.
El doctor Botella Llusiá, que incluso llegó a ser presidente de la Real Academia Nacional de Medicina, afirmaba que había “muchas mujeres, madres de hijos numerosos, que confiesan no haber notado más que muy raramente, y algunas no haber llegado a notar nunca placer sexual, y esto sin embargo no las frustra, porque la mujer, aunque diga lo contrario, lo que busca detrás del hombre es la maternidad”. Quién se iba a atrever a decir lo contrario cuando ahí estaban los resultados de estudios médicos recopilados en el Tratado de Ginecología y de Técnica Terapéutica ginecológica, que aseguraban que el 75% de las mujeres eran frígidas “sin otro propósito en su vida íntima que el de complacer”. De ahí que las conclusiones de los doctores Cónill Montobbio y Cónill Serra en ese Tratado fuera que “el 90% de las mujeres bendecirían tener hijos sin la áspera servidumbre que ello exige”.
El Fuero del Trabajo señalaba por entonces que “el Estado liberará a la mujer casada del taller y la fábrica”. “Cuántas mujeres médico, cuántas abogado, cuántas licenciadas en ciencias químicas ejercen con provecho su profesión? La misión de la mujer no es ésta. La mujer ha sido creada para madre de familia, y bastante y mucho tiene que aprender para cumplir debidamente tan alta misión”, recogía el doctor Corominas en ‘Vida conyugal y sexual’. El bombardeo ideológico era apabullante. “Si el hombre es un sexo, un músculo y una inteligencia, la mujer es un sexo, un vientre y un corazón”, advertía el médico Granda en ‘Barro humano’. La inteligencia, por supuesto, no era una cualidad que por entonces se atribuyera a la mujer, ni mucho menos. Delgado Capéans, lo decía alto y claro en ‘La mujer en la vida moderna’: “Es verdad que hay gobernadoras, diputadas, alcaldesas; podemos afirmar que esas alcaldes y gobernadoras no son más que figuras decorativas; los discursos, los proyectos de ley, las hondas resoluciones, los estudios profundos de alta economía son obra de sus esposos, si son casadas, y si solteras, de sus secretarios o consejeros. La oratoria de las senadoras, diputadas, etc., es casi siempre sencilla. Les falta nervio, fuerza, robustez de pensamiento, dominio del auditorio y hasta voz varonil”.
Adolfo Maíllo, inspector de Primera Enseñanza, dejó escrito en ‘Educación y revolución’ lo siguiente: “Mucho más provechoso y práctico que saber demostrar que los tres ángulos de un triángulo valen dos rectos es para la mujer guisar un plato de patatas de seis maneras distintas. Aquel teorema no ha de resolverle en la vida ninguna dificultad; en cambio, la preparación de esos modestos manjares puede contribuir a aumentar la estima de su esposo, la gratitud de sus hijos y la paz de su hogar”. Benditas amas de casa, lo que tenían que aguantar. “Ella adquiere los alimentos, repone la vajilla, compra telas y administra el sobrante previsoramente para que no falte el sustento en las horas difíciles. Posee la madre tal espíritu de economía que permite al jornal del obrero o al sueldo del funcionario subvenir a las necesidades y es capaz de imponerse verdaderos sacrificios para que no falte lo indispensable al resto de la familia”, recogía la ‘Enciclopedia escolar de dibujos’ editada por Ediciones Afrodisio Aguado. Y nada de desfogarse con un cigarrillo, qué barbaridad, porque “¿puede haber algo más inmoralmente antiestético que una mujer sosteniendo en sus labios, rojos por el carmín, un cigarrillo oriental? ¿Puede darse algo más ridículo que una mujer cuando sacude ligeramente con el dedo meñique la ceniza del egipcio que tiene entre el pulgar y el índice y arroja, satisfecha, nubes de negro humo?”. Qué ignominia, qué afrenta, qué deshonra. ¡Qué mujer!