EL PAIS:La lucha de géneros llega a Polonia

mani feminista en polonia

Manifestación feminista en favor del derecho al aborto y el matrimonio gay en Gdansk, el pasado 8 de marzo. / M. F. (Citizenside)

Anna Grodzka atrae las miradas de los transeúntes que pasan a su lado mientras toma una limonada en una terraza de Varsovia. Su físico la hace inconfundible. Es la única transexual que se sienta en el Parlamento de Polonia y una de las pocas que pueblan la esfera pública en Europa. Dos señoras se aproximan de manera espontánea para animarla. No siempre es así. “Recibo muchas palabras de afecto. Pero hay algunos que insultan… a veces tengo miedo de que me peguen”, confiesa esta parlamentaria. Para muchos, Grodzka encarna la esencia de un concepto que está revolucionando el país, la llamada ideología de género, a la que sus defensores le atribuyen bondades como la igualdad entre sexos y la aceptación de la diversidad y sus detractores le achacan contravenir el modelo tradicional de familia, muy arraigado en Polonia.

El centro de Varsovia destila estos días fervor a Juan Pablo II. Los principales monumentos de la ciudad están precedidos de un cartel rojo que rememora el paso del Papa polaco, recién canonizado. El catolicismo está profundamente enraizado en esta sociedad, que aún respira por la herida del comunismo y que agradece a la Iglesia haberse opuesto al régimen. Pero una nueva Polonia trata de abrirse paso para equipararse a los estándares europeos en asuntos como la conciliación familiar, la lucha contra la violencia de género, los derechos de los homosexuales o las cuotas de mujeres en la política. “La ideología de género es una de las mayores amenazas del siglo XXI; es contraria a la vivencia cristiana. Quiero tener derecho a decir no y a educar a mis hijos con mis propias creencias”, enfatiza ante un mural colorista de Jesucristo Tomasz Terlikowski, uno de los activistas más beligerantes con las cuestiones de género.

El problema reside en el carácter equívoco de ese concepto, que se suele presentar en inglés (gender ideology, sin traducción clara en polaco) y que incluye, además, una palabra maldita para este país: la ideología, muy asociada al régimen soviético. Polonia iba avanzando, con mayor o menor ritmo, hacia medidas que favorecieran la igualdad de sexos y el respeto a las minorías. Pero hace unos meses la Iglesia católica censuró algunas de ellas y las etiquetó como ideología de género, un concepto que radicaliza el debate. Hasta el punto de que en el seno del Parlamento se ha creado un movimiento denominado Paren la Ideología de Género.

“Los malentendidos habrían acabado pronto si hubiéramos podido explicarlo. Pero entonces intervino la jerarquía eclesiástica. Ellos tienen todo el derecho a tener sus posturas y yo, todo el derecho a discrepar”, desafía la secretaria de Estado para la Igualdad, Agnieszka Kozlowska-Rajewicz, empeñada en desterrar los mitos asociados a las políticas que ella promueve. Kozlowska es la cara más liberal de un Gobierno de centro-derecha, el de la Plataforma Cívica de Donald Tusk, que aúna a otros miembros más apegados al discurso tradicional.

Desde su puesto, esta dirigente ha promovido medidas que soliviantan a algunos sectores de la población: una cuota mínima de representación del 35% para mujeres en las listas electorales, un permiso de paternidad independiente, una ley de conciliación laboral y familiar, una norma que penaliza las manifestaciones de odio contra homosexuales… Aunque la responsable de Igualdad asegura contar con el respaldo mayoritario de la sociedad, su labor se enfrenta también al rechazo que crea para los polacos la palabra igualdad, asociada, de nuevo, al régimen comunista.

La oposición al dominio soviético —ahora muy viva en la ciudadanía por el conflicto de Ucrania— modela la retórica de muchos discursos. “Lo que se entendía como lucha de clases ahora se ve suplantado por una lucha de géneros. Y es la mujer la que ejerce la violencia, la que se comporta como un hombre. Hay colectivos feministas que desdeñan al hombre”, enfatiza en los pasillos del Parlamento Krystyna Pawlowicz, diputada del partido Ley y Justicia (el de los gemelos Kaczynski, de convicciones muy conservadoras). Con el tratado europeo en la mano, Pawlowicz sostiene que el Gobierno vulnera las reglas al trasladar a la legislación nacional normas europeas contrarias a la Constitución, “que dice que Polonia tiene sus raíces en el legado cristiano y que otorga protección a la familia”.

Los líderes europeos miman al primer ministro polaco porque le atribuyen dos grandes méritos: haber alejado a Polonia de ese extremismo nacionalista —que llevó durante años a Varsovia a bloquear proyectos comunitarios— y haberla convertido en el único país ajeno a la recesión que ha sufrido la UE. Desde la caída del muro de Berlín, en 1989, Polonia es el país del antiguo bloque soviético que más claramente se ha acercado a los cánones comunitarios, especialmente tras su adhesión a la UE, en 2004. Pese a todo, las creencias religiosas frenan algunos de esos avances.

El último intento de la Iglesia para tratar de conservar su influencia en las aulas bordea la ilegalidad. Los párrocos están emitiendo unos certificados de idoneidad para las escuelas que avalan esos centros como amigos de la familia (es decir, que no imparten contenidos relativos a la igualdad de género). “Muchas veces estos documentos se expiden también a centros públicos. En las aldeas, ningún director de escuela se negará a aceptarlo porque el catequista y el cura del pueblo son figuras equiparables al secretario del partido del régimen anterior”, explica en su sobrio despacho Magdalena Sroda, profesora de Ética en la Universidad de Varsovia y una de las líderes del movimiento feminista Congreso de Mujeres.

Esta académica ironiza sobre la repentina popularidad del debate de género en Polonia: “Hemos tenido que esperar 15 años para que entrara en la esfera pública y finalmente lo hace por la Iglesia”. Sroda, como otros expertos, vincula el auge de este concepto con la aparición, hace un año, de casos de pedofilia en el seno de la Iglesia católica y el intento de la jerarquía por situar el foco en otra parte.

Por encima de las opiniones, los datos sugieren que la situación de la mujer en Polonia es algo más desfavorable que la media europea. “Solo el 23% de las parejas comparte las tareas en el hogar. El modelo más popular es el de la llamada madre polaca, que tiene la doble ocupación del trabajo y la casa. Falta apoyo institucional al cuidado de niños y mayores, la ley del aborto es muy restrictiva, los anticonceptivos no están financiados por el sistema público… Y solo el 10% de los padres disfruta la baja de paternidad. Aún queda mucho por hacer, pero al menos es bueno que hablemos de ello”, detalla Aleksandra Nizynska, investigadora del Instytut Spraw Publicznych —un think tank polaco— y entusiasta defensora de la igualdad de géneros.

A Polonia le quedan algunos retos por delante. La aprobación de un convenio contra la violencia machista que despierta controversia, la normalización de los contenidos de igualdad en las escuelas o la norma que permite a los transexuales cambiar legalmente de género son solo algunos de ellos. Pese a todas las dificultades, Anna Grodzka apenas podía imaginar hace años, cuando era un pequeño empresario, que acabaría en el Parlamento con su nueva identidad femenina. “Mi misión es que la gente entienda que la diversidad va a ser mejor porque le da fuerza a la sociedad y al individuo”, cierra.

Despegue desigual

En los años noventa, Polonia, el gigante del Este, tenía un nivel de prosperidad similar al de Ucrania. Hoy es tres veces superior, con un PIB no dejó de crecer, ni en 2009, año de la recesión.

Pese a la convergencia económica, en la sociedad persisten grupos conservadores —de fuerte influencia católica— que se resisten a avanzar en cuestiones como el aborto o la homosexualidad.