PUBLICO:Menores transexuales, el sexo sentido
A paso lento comienza a existir en la consciencia social la realidad de los niños y niñas transexuales. En este camino, la cruzada es conseguir que estos menores puedan vivir sin desigualdades, traumas y con naturalidad. Meses después del éxito en el Parlamento andaluz de la Ley Integral de Transexualidad, continúa la controversia a nivel nacional ya que no llegan los cambios en el resto de comunidades, no así las demandas por parte del colectivo para mejorar su situación.
África Pastor es madre de Daniela, una niña transexual de ocho años. A raíz de sumergirse en el universo de la transexualidad infantil decidió crear la Fundación Daniela, con el objetivo de “mejorar el conocimiento que la sociedad tiene sobre la realidad de los menores y adolescentes transexuales y transgénero”. Para ello, su lucha se centra en conseguir fondos para mejorar la formación de los profesionales de la medicina y la psicología infantil, potenciar la creación de redes de asesoría y apoyo para ellos y financiar nuevas investigaciones para la erradicación del estigma y la discriminación. “El único problema que hay es que la sociedad no conoce estos casos, no caen en los difíciles que son los años de infancia por los que necesariamente pasa una persona transexual”. “Cuando hablamos con jóvenes trans que no pudieron acceder a los bloqueadores de pubertad y ven la lucha que hacemos para que los niños de hoy no sufran el trauma que ellos vivieron se emocionan y quedan profundamente agradecidos”, explica África Pastor.
Existen una serie de comportamientos característicos en los niños y niñas transexuales como la selección, en la mayoría de los casos, de un nombre para el sexo que manifiestan que no corresponde con su apariencia y genitalidad. Además se sienten incómodos en situaciones como tener que utilizar baños públicos que no corresponden a su sexo sentido. La pubertad es otro de los momentos críticos, según declaran mujeres y hombres transexuales. Les supone angustia, aislamiento y hasta depresión, al ver de cerca el desarrollo de su cuerpo en el sentido contrario a sus deseos.
Aún siendo así, explica la doctora y psicoanalista Alejandra Menassa, “cualquier comportamiento sexual en la infancia es posible y no es indicador definitivo de ninguna conducta futura. Una niña puede decir que quiere ser un niño, y eso es sólo un momento de su constitución como mujer futura. Nada es definitivo en el niño. Todo es puro cambio, puro movimiento. Es conveniente que hable con un especialista para aclararse antes de hacer nada a nivel biológico”.
La calculadora de Tanner es una herramienta a la que recurren los médicos para designar la etapa concreta de desarrollo. Se obtiene en torno a variables como el vello público, el incremento de la altura, el crecimiento de genitales, la masa muscular, el acné o las variaciones en la voz. Una vez determinada la fase de maduración sexual, y llegada a la segunda (10-12 años), los profesionales podrán proveer al niño o niña de unos fármacos llamados bloqueadores de pubertad.
El objetivo de estos medicamentos, también llamados inhibidores hormonales y usados hasta hace años sólo para tratar la pubertad precoz, es que el cuerpo paralice su desarrollo. Dar tiempo al menor para madurar y decidir, ya en la edad adulta, si recurrir a una reasignación definitiva con hormonas cruzadas y cirugía, o dejar que su cuerpo recupere su proceso original biológico. Esta supresión hormonal, a base de inyecciones, envía una señal al cerebro para que no produzca más hormonas sexuales. Estos medicamentos tienen efectos reversibles ya que en el momento que se dejaran de tomar el cuerpo volvería a generar los caracteres sexuales originales.
Frente a la aún extendida idea entre muchos profesionales de la medicina de que dichos fármacos podrían ser perjudiciales para la salud —argumentando que podrían variar la altura y el desarrollo corporal y hasta generar esterilidad— un estudio de la holandesaHenriette A. Delemarre-Van de Waal, profesora de endocrinología pediátrica de la Universidad de Leiden, afirma que con una trayectoria de más de diez años con bloqueadores hormonales para adolescentes con una edad comprendida entre 12-16 años, queda demostrado que es un tratamiento seguro y sin efectos secundarios, dejando también patente que la experiencia, en los casos analizados, es muy satisfactoria para los pacientes, sus padres y el entorno.
También la revista Pediatrics se suma a este campo de investigación con un informe basado en el análisis de 55 personas transexuales (22 mujeres y 33 hombres) que fueron tratados con bloqueadores siendo adolescentes. Concluye que estos jóvenes disfrutan ya en su edad adulta de una situación emocional equivalente, si no mejor, a la de otros jóvenes no transexuales de su misma edad. También expone que el uso de inhibidores hormonales eximió a los menores transexuales de la experiencia de observar el desarrollo de su cuerpo en una dirección contraria a la de su identidad de género.
“La supresión de la pubertad es una intervención médica completamente reversible, lo que permite tanto a los adolescentes como a sus familias disponer de tiempo para explorar sus sentimientos relativos a la disforia de género y tomar una decisión definitiva sobre el tratamiento de reasignación de sexo”, expresa Annelou de Vries, psiquiatra infantil de la Unidad de Disforia de Género de la Universidad Libre de Amsterdam.
De cara a la suministración de los inhibidores hormonales, en España existen grandes desigualdades entre comunidades autónomas, que suponen un agravio comparativo entre niños españoles en la misma situación. Andalucía es la única autonomía que permite el acceso a los bloqueadores, sólo con la decisión del adolescente y sin necesidad de diagnóstico. Canarias también apoya estos casos y financia los costes, pero con la exigencia de supervisión y aprobación de al menos dos médicos (psiquiatra y endocrino), explica Isidro García Nieto, trabajador Social del Programa de Atención a Homosexuales y Transexuales de la Comunidad de Madrid, con más de 15 años de experiencia en el sector. “En el resto de autonomías la sanidad pública no se hace cargo de la problemática de los menores, en algún caso se limitan a enviarlos a las unidades de apoyo a transexuales (dirigidas exclusivamente a adultos) y en otras, estas organizaciones ni siquiera existen”.
Los costes de estos tratamientos para una familia que no viva en las comunidades donde estos fármacos se suministran de forma gratuita, pueden llegar a suponer un desembolso de 32.000 euros. “Lo que me parece flagrante es que no haya un marco legal común para todos los niños una vez publicados numerosos estudios internacionales al respecto, que avalan la idea de que es beneficioso evitar temporalmente el desarrollo puberal”, opina García Nieto.
Natalia Aventín, presidenta de Chrysallis Asociación de Familias de Menores Transexuales, explica que en menos de dos años de trayectoria ya han dado apoyo a más de 200 familias, un número en permanente ascenso. Cubren todo el territorio nacional con asociados en casi todas las comunidades. Su labor es asesorar, escuchar y ayudar activamente en los tres grandes campos de acción que conlleva el asunto: sanidad, educación y legislación. Contactan a las familias con profesionales formados de su confianza, asesoran en los trámites de cambio de nombre, aún muy difíciles de resolver, y les ayudan en las problemáticas con los colegios. “Es verdad que la realidad para los niños trans está mejorando en los colegios, conocemos más de 60 centros trans-friendly”
Otro de los grandes obstáculos con los que se cruza un niño transexual es el del nombre. Existen varías vías legales para poder cambiarlo en el Registro Civil, con la consiguiente variación en toda la documentación oficial, pero hasta hoy, en España, sólo existen ocho casos que lo hayan conseguido. Algunos de los jueces se apoyan en que puede ser conflictivo para las administraciones o en que no será beneficioso para el menor, despreocupándose de los deseos de éste.
“Hoy por hoy, todavía es una cuestión de voluntad de la persona con la que te cruzas que quiera respetar los intereses de nuestros hijos. No existe una legislación que obligue a las instituciones y colectivos a proteger y cuidar el bienestar de los niños según obliga la Carta de Derechos Humanos o la propia Constitución. No actuar con contundencia al respecto es dañarles”, expone Natalia Aventín, madre de un niño transexual.
La educación flojea en este terreno social tabú por excelencia. En los colegios no se estudia y en las carreras más significativas relacionadas con el tema, como Medicina, tampoco se trata la temática de cara a formar a los profesionales.