El mensaje de móvil decía lo siguiente: “Estoy muy enamorado de ti”. Salió del teléfono de Roger Jean Claude Mbede, joven camerunés muerto el pasado 10 de enero, a la edad de 34 años. El receptor del sms era un amigo al que conoció a finales de 2010, mientras cursaba un máster en filosofía de la educación en la Universidad de Centroáfrica, en Yaundé, capital de Camerún. El individuo del que Roger se había enamorado trabajaba en la administración de la Presidencia de la república, ocupada desde hace más de 30 años por Paul Biya. El 2 de marzo de 2011, este joven telefoneó a Mbede para invitarle a su casa tras llegar a su buzón telefónico la declaración de amor. Allí aguardaban al invitado por sorpresa dos policías en lo que, según llegó a concluir Mbede posteriormente, era una emboscada orquestada por su anfitrión y supuesto amigo. Siete días después entraba en la prisión de Kondengui con una condena de tres años y un estigma que le llevarían a la muerte: era homosexual.
“Sus últimos días fueron un infierno”, admite en un intercambio de correos uno de los abogados de Mbede, el también camerunés Michel Togué, acosado y amenazado en su tierra por defender en los tribunales a un homosexual —se ha visto incluso obligado a enviar fuera del país a su familia. “La mediatización de su caso le ha expuesto a la homofobia de la sociedad camerunesa y de su familia”, continúa el letrado que junto a Alice Nkom y Saskia Ditisheim trataron de sacar del penal al joven camerunés. Ni los suyos pudieron resistirse a condenar a Mbede por su orientación sexual. “Le veían como un servidor del diablo”, señala Togué. Y por eso, como apuntan activistas que han seguido el caso hasta el triste final, le dejaron morir muy enfermo en su localidad natal, Ngoumou, cerca de Yaundé.
Pero no siempre fue así. “Antes de que se revelase que era homosexual”, recuerda Togué, “Roger tenía una vida normal con su entorno, pero tras su condena, esa armonía se convirtió en una discriminación salvaje y una estigmatización total”.
Mbede no es un caso excepcional, aunque por llegar su pena al Tribunal Supremo de Camerún se convirtiera en un símbolo, un ejemplo del maltrato, sentencia y marginalización de los homosexuales en ese país, que ha traspasado fronteras. La muerte de Mbede coincide con la reciente aprobación en dos países africanos de leyes que encierran a los gais entre rejas por serlo, mostrarlo o unirse en pareja; dos polémicas normas que persiguen a cualquiera que anime la homosexualidad —se haga como se haga eso— o participe en organizaciones o forme parte de clubes gais.
Primero llegó Uganda, en diciembre, con el visto bueno parlamentario de un paquete legislativo que prevé incluso la cadena perpetua por actos homosexuales. El presidente ugandés, Yoweri Museveni, bien por la fuerte presión internacional —azotada por organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch— o bien porque no aceptaba alguna coma del texto, se negó a firmarlo en primera instancia y la ley está por el momento bloqueada. Un portavoz de Museveni admitió no obstante a la agencia de noticias AFP que el mandatario mantenía que los homosexuales están enfermos, pero que no por eso había que matarles o condenarles de por vida.
Eso habrá que verlo porque el pasado viernes, el presidente ugandés comunicó a miembros de su partido, el Movimiento de Resistencia Nacional, que firmará. Y lo hará avalado por el trabajo presentado por un grupo de científicos convocados por el Ministerio de Sanidad para resolver el siguiente dilema: el homosexual nace o se hace. La conclusión a la que han llegado apunta a que no existe “responsabilidad genética” en la homosexualidad, esto es, que no es una enfermedad, sino un comportamiento “anormal” que surge en la vida. Y visto así, hay que regularlo, han aconsejado a Museveni sus expertos.
“La homosexualidad”, le comunicó al presidente el asesor científico Richard Tushemereirwe, según recoge Reuters, “tiene consecuencias serias para la salud pública y, por lo tanto, no debe ser tolerada”.
Tras Uganda llegó Nigeria a mediados de enero, que si bien evitó la posibilidad de mandar a alguien a prisión a perpetuidad, sí marcó grosso modo dos caminos posibles: 14 años en el penal para los que, siendo del mismo sexo, osen celebrar su unión, y 10 años para aquellos que alienten la homosexualidad, participen en asociaciones gais, actos homosexuales… Aquí no hubo forma de bloquear nada. El presidente nigeriano, Goodluck Jonathan, firmó la norma —conocida como la ley “Encarcela a los gais”— y en prácticamente 24 horas empezaron los arrestos.
Pero ni la ley viene de nuevas —fue aprobada ya en el Senado en 2011— ni la homofobia pilla por sorpresa a los nigerianos. Según pudo saber la ONG Amnistía Internacional, las autoridades del Estado de Bauchi, uno de los 36 que forman Nigeria, contaban ya con una lista de 168 personas sospechosas de ser homosexuales. Bauchi es, en cualquier caso, uno de los nueve Estados en los que rige la sharía (ley que aplica con rigor los dictados del islam) y juzga por tanto ilegal la homosexualidad —el pasado 17 de enero, la cadena BBC informaba de la condena en este Estado a 20 latigazos a un joven, Mubarak Ibrahim, por haber mantenido relaciones sexuales hace siete años.
“[Desde la aprobación de la ley] ha habido muchas detenciones, pero también han puesto a muchos en libertad posteriormente”, relata en conversación telefónica Makmid Kamara, investigador para Nigeria de Amnistía, organización que tilda esta norma, como lo ha hecho Naciones Unidas, de “draconiana”.
Los arrestos, sirva de ejemplo Bauchi, no provienen solo de las fuerzas de seguridad del Estado o de la policía de la sharía. “Mucha gente se ha visto forzada a abandonar su casa por los ataques de grupos de ciudadanos”, apunta Kamara. “Hay muchos que se han tenido que ir a dormir con amigos para evitar a los asaltantes”, prosigue. ¿Por qué cebarse ahora contra los homosexuales? “No es nuevo, antes teníamos casos aislados de agresiones, pero ha habido una escalada de la violencia con esta ley”, responde el investigador de Amnistía. Preocupan las agresiones a esta organización, pero también la marginalización a la que los legisladores nigerianos han querido someter al colectivo gay, a los activistas que luchan por sus derechos, a sus organizaciones, a la libre asociación de personas…
¿Qué será, por ejemplo, de las ONG que tratan de prevenir el contagio del VIH y a las que acuden sin duda ciudadanos homosexuales? “Cualquiera puede caer en las manos de esta ley”, advierte Kamara, “y como ejemplo están las tomboys [mujeres con apariencia y comportamientos masculinos]”. También están en la mirilla de las masas que azuzan la homofobia.
Camerún, Nigeria, Uganda, Ghana, Senegal, Gambia… Según las cifras de Amnistía, 38 de los 54 países del continente africano, un 70%, criminalizan la homosexualidad. En algunos, como Mauritania, Somalia o Sudán, ese delito puede llevar a una sentencia de muerte. ¿A qué se debe tan vasto rechazo a la homosexualidad en África? Motivos sociopolíticos hay muchos, pero hay uno que se repite más que otros: la religión.
El think tank estadounidense Pew Research Center trató de analizar en un informe datado el pasado mes de junio la aceptación que la homosexualidad tiene en el mapa del mundo. En bruto, el estudio concluía que allí donde la religión no tenía presencia en la vida de la gente, la homosexualidad contaba con mayor aceptación en la sociedad. También coincidía esta tendencia con aquellos países en los que la hucha anda algo más llena a final de mes. En los que caen del lado del globo más pobre y con una influencia de la religión notable —con excepciones, una cosa lleva a la otra—, pocos creen que la homosexualidad deba ser aceptada.
Las cifras asustan, pero explican: en el África subsahariana, el 98% de los nigerianos consultados, el 96% de los senegaleses, ghaneses y ugandeses, y el 90% de los kenianos consideran que la homosexualidad es inaceptable. Dando la vuelta a los porcentajes, el exiguo visto bueno al colectivo gay resulta escalofriante: dos de cada diez en Nigeria, cuatro de cada diez en Senegal… Tampoco resulta muy diferente en el norte africano arabo-musulmán, y tan solo es algo menos inquietante en el sur, en uno de los países más desarrollados del continente, bandera de la lucha contra el racismo: Sudáfrica. Según el Pew Research Center, el 61% de los preguntados para el estudio rechazan la homosexualidad. Y eso que es legal y su discriminación pasa por ser inconstitucional.
El empuje de la religión, de las religiones, iglesias, confesiones, etc. es también uno de los argumentos que el escritor keniano Binyavanga Wainaina, de 43 años y bien conocido en su país, trae a la charla cuando es preguntado por qué tantos africanos dan la espalda a los gais. Él es homosexual. Lo hizo público en su último cumpleaños, el pasado 18 de enero, en un texto personal y demoledor que ha sacudido el país y el continente bajo el título “Mamá, soy un homosexual”. Wainaina lo escribió como un capítulo perdido de su libro Un día escribiré sobre este lugar. Y lo escribió para afirmar que era gay ahora que sus padres, fallecidos, ya no podían escucharle.
“Lo hice justo el día de mi cumpleaños”, relata en conversación telefónica y a ritmo acelerado el autor keniano, “para provocar una discusión entre los africanos y ver qué pasaba”. Admite que no sabía cómo explicarse, pero que la muerte de un amigo con sida hace ocho meses y las leyes aprobadas en Uganda y Nigeria dieron la puntilla a sus ganas de contarlo.
“Nadie, nadie en mi vida ha escuchado esto antes. Nunca, mamá”, dice el texto publicado por el escritor en la Red (webs Africa is a country y Chimurenga Chronic). “No me fiaba de ti, mamá. Y. Yo. Cogí aire con fuerza y lo llevé hasta mi ombligo para dejarlo salir lento y firme, limpio y sin golpes, alto y claro por encima del hombro y hacia tu oído. Soy un homosexual, mamá”. Ya en Internet su canto de libertad, el perfil del escritor en Twitter empezó a recibir decenas de mensajes de agradecimiento y coraje, aunque también alguna salida de tono.
Porque no todo en el vasto continente se tiñe de homofobia. El propio Wainaina rompe una lanza por una de las tierras que él más quiere, Nigeria. “Es un país que amo, precioso, con gente adorable y de mucho talento”, dice el autor keniano. Y dicho esto, al grano: según el autor de Cómo escribir sobre África, el “poder, dinero y apoyo” de esos que él llama “elementos conservadores y reaccionarios”, en otras palabras, las diferentes ramas religiosas que vertebran las creencias africanas, tiene mucho que ver en la homofobia que recorre su tierra. “Manipulan a la población”, sentencia. Wainaina recuerda, no obstante, que en los años sesenta y setenta, la tolerancia hacia la homosexualidad era mayor en África. Llegó la descolonización y nuevas iglesias, como el pentecostalismo o el evangelismo, se hicieron fuertes ante la incapacidad del cristianismo, llevado al continente por el hombre blanco, para afrontar los nuevos retos, para servir al ciudadano de esa experiencia espiritual que entonces necesitaba. Y de la calle, con un tufillo muy conservador, llegó a los Gobiernos.
“Nuestra libertad ha crecido”, reconoce Wainaina, “pero muchos Gobiernos quieren mantener el control; es importante que el mundo escuche las voces de libertad que vienen de África, de sus intelectuales, escritores, artistas… Necesitamos libertad para discutir”. Pero las voces se topan con la ley. Kenia también criminaliza los actos homosexuales. ¿Tiene miedo a las repercusiones de hacer pública su orientación sexual? “No, en absoluto”, se ríe con cierta sorpresa el autor keniano, “mi gente no es así”.
La gente que se encontró Roger Jean Claude Mbede en la prisión de Kondengui sí era de la que hace imposible la vida a un homosexual. Las agresiones y malos tratos, de reclusos y funcionarios, acompañaron a Mbede en un penal en el que la falta de salubridad deja libres a las enfermedades. La hernia empezó entonces a hacer la vida imposible al joven camerunés. Tras varios recursos y por su enfermedad, Mbede obtuvo a los 16 meses de entrar en la cárcel la libertad provisional. Ingresó en un hospital, pero su familia decidió que no era lugar para él, que esa maldición debía morir en casa. Y así fue. Lo sacaron y se lo llevaron a Ngoumou.
¿Por qué tanto odio? “Creo que tiene que ver con ideas ya recibidas”, contesta Togué, el letrado de Mbede. “Porque esas personas que ven en el homosexual al diablo ignoran lo que es en realidad tener una orientación sexual diferente a la de la mayoría”.