EL PAIS:La niña que tenía mala letra
En una de las primeras escenas del documental El viaje de Carla,la diputada autonómica por el PSOE en Madrid Carla Delgado —conocida como artista y activista como Carla Antonelli— visita a su maestro en Güímar, el pueblo de Tenerife en el que nació hace 55 años. Después de saludarse, el profesor, Félix José Castro, lo primero que le pregunta es: “¿Sigues teniendo tan mala letra?”. Desde el sillón de su casa donde está ofreciendo este pase privado de la película, Antonelli contesta: “No, ahora la tengo mucho peor”. Con un mínimo retraso, su imagen en la televisión dice la misma frase.
Esa vuelta a su pueblo fue el origen del documental que el periodista Fernando Olmeda ha rodado sobre Antonelli, y que se pudo ver ayer en la Complutense de Madrid y esta noche, a las 22.30, en El Matadero, dentro del festival Lesgaicinemad. El rodaje empezó hace cuatro años, cuando a Antonelli le dieron el Premio Cardón, el galardón que concede el Ayuntamiento de Güímar a sus vecinos más destacados. “Llevaba 32 años sin ir oficialmente. Había hecho visitas clandestinas, casi de noche, a ver a mi madre, pero no así, a la luz del día y con todos los honores”. Aquel reconocimiento se repitió cuatro años después, cuando fue nombrada pregonera de las fiestas de su localidad.
“Ha sido un exorcismo de mis demonios, me había creado mis propios prejuicios. Y también es un ejercicio de resiliencia, esa capacidad para sacar algo bueno de todo lo malo”, dice Antonelli —después de tantos años cuesta llamarla Delgado—. Pero no todo ha sido tan fácil. No hay testimonios críticos en el documental, pero la ausencia de su madre —ya mayor— y sus hermanos —“con alguno ni me hablo”, admite ella— son suplidos por las declaraciones de la hija de su hermana y una foto de Antonelli con todos los sobrinos. Olmeda disculpa estas ausencias. “No iban a aportar mucho, y nos interesaba mucho más la visión de la gente joven”, dice.
Quienes sí figuran son sus compañeros de clase. Dos fotos antiguas —una de Antonelli de niño, otra de los cinco amigos de la pandilla— sirven para que uno de sus vecinos reflexione sobre cómo, con el tiempo, ella “se fue alejando”. “A los 15 años aquello se me quedaba pequeño. No sabía qué era, si era gay o qué”, recuerda Antonelli. Por fin, el 17 de enero de 1977, con 17 años, tomó el barco hasta Las Palmas. “Creí que era un viaje sin retorno. Acabé en una esquina del Parque de Santa Catalina, pasé mucha hambre”, afirma. No se fue del todo. Sus amigos cuentan cómo en el pueblo iban siguiendo sus pasos y se enviaban ocultas en bolsas de pan las revistas —Interviú, Lib— en las que salía. “En la Transición desnudarse fue parte de la libertad”, dice. No se arrepiente ni se avergüenza. “Todo el que ha querido ya me ha visto, y esto forma parte de mí. Es mi pasado, y, por tanto, mi presente”. Defiende así aquellos topless.
La historia se acelera. El cabaré —desde el Gracias por venir de Lina Morgan a una imitación de Charlot— se mezcla con la militancia. Los testimonios de los líderes del movimiento LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) de los últimos 20 años acreditan su papel. “Nunca dejaré atrás esa T”, dice en el documental cuando ya es diputada.
Solo hay una recreación en toda la película. La del hombre que hace una jaula para un jilguero. “En el pueblo, cuando un chico salía raro, rebelde, se decía que había salido pájaro”. Antonelli tardó 32 años en volver a la jaula de su pueblo. Pero ya no es una prisión para ella. Es la última barrera que ha roto. Por ahora.