EL PAIS: Entre el orgullo y la pesadilla gay
“No quiero ir al colegio, me duele la tripa”. Huelga poner en contexto la frase, casi susurrada por la boca de un niño de mirada somnolienta, pelo revuelto y almohada arrugada. Pocos padres hacen caso a esos lamentos -a ningún niño, o a casi ninguno mejor dicho, le gusta ir al colegio-, pero para algunos adolescentes ese gesto teatral es la única alternativa para escapar de su infierno particular: abucheos, insultos, incluso palizas… Ir a clase puede convertirse en una verdadera tortura. No por la disciplina y el nivel de exigencia propios de cualquier sistema educativo, sino por lo que le rodea en algunos casos. El acoso escolar es una estremecedora realidad en las aulas vascas, donde entre un 20% y un 30% de los estudiantes se han visto envueltos alguna vez en situaciones de maltrato, ya sea verbal o físico. Sin embargo, entre estas cifras otro tipo de bullying empieza a crecer de forma preocupante: el ligado a la homofobia y al sexismo.
“A los 12 años me eché novia. ¡Yo, que siempre he sabido que no me gustaban las chicas…! Hice un esfuerzo por encajar, para que el resto de chicos dejasen de pensar que era un raro”, recuerda Jesús de sus primeros años de la ESO. Él no sufrió agresiones, pero sí el rechazo de sus compañeros de clase. “Los adolescentes pueden ser muy crueles… Al final encontré mi hueco: me sentía más a gusto con las chicas y los chicos pasaron a tratarme con indiferencia”, revela.
A Jesús, que ahora cuenta 27 años, le costó expresar con naturalidad sus sentimientos, ‘salir del armario’, dejar de esconder su realidad. A sus padres no les confesó que era homosexual hasta que ya estaba en la Universidad. Tampoco a sus amigos y a algunas de las personas con las que se relacionaba de forma habitual. Al final ha sabido sobrellevar una situación que para muchos jóvenes acaba marcando su vida.
“Son muy contados los casos en los que los adolescentes cuentan a sus padres o a su entorno más cercano que son víctimas de acoso escolar. Suelen denunciarlo pasadas las vejaciones”, explica la psicóloga clínica Norma Larrea. “Durante las terapias hemos encontrado adultos que expresaban estos episodios de su pasado por primera vez, y en muchos casos lo recuerdan de forma traumática”. Una situación que se intensifica en el caso del bullying a gais y lesbianas, ya que para ellos reconocer el acoso supone ‘salir del armario’ en su entorno familiar.
Los episodios reiterados de bullying pueden derivar en trastornos más severos. “El acoso no sólo conlleva el miedo a hablar de su inclinación sexual. Ese temor se extiende a otras áreas: son personas más retraídas y en su paso por la Universidad pueden no relacionarse con nadie por miedo al rechazo que han sufrido en el colegio”, asegura la psicóloga, quien destaca que la autoestima es la base fundamental para hacer que estos jóvenes adquieran el valor suficiente para denunciar los casos de abusos. “La adolescencia es el momento en que piensas que tus padres están contra ti, que son el enemigo. La mayoría de jóvenes no recurre a ellos por miedo a no ser comprendidos, por eso hay que hablar abiertamente en el seno familiar sobre la homosexualidad y dar la confianza suficiente a los adolescentes para expresarse abiertamente y sin ser juzgados”, apunta.
Hace apenas un mes, un juzgado Cerdanyola del Vallès (Barcelona) condenó a una escuela de la misma localidad a indemnizar con 51.000 euros a un alumno que recibió palizas y vejaciones durante cuatro años entre las paredes del centro. Insultos como “maricón”, “marginado” o “todos los maricones tienen que morir”, dejaban patente una escena clara de homofobia en el entorno educativo. En alguno de los episodios, el joven de 19 años llegó a ingresar en el hospital con un cuadro de ansiedad y pasó más de dos años bajo tratamiento psicológico.
Esta condena es la primera en España que evidencia, a nivel legislativo, la existencia del buylling derivado de la homofobia y el sexismo. Un fallo que invoca a la necesidad de educar en valores y de apostar por la igualdad y la convivencia para no volver a escuchar un “maricón” despectivo en ningún aula.