El reto de envejecer con VIH
Quienes no combatieron el virus en las primeras fases han sometido a su sistema inmune a un estrés que se acaba pagando con los años
A Bill O’Loughlin le ha vuelto a entrar el miedo a morir por culpa del VIH. Seropositivo desde 1982, este australiano de 59 años compara el presente con los escalofriantes años ochenta y principios de los noventa para los portadores del virus, cuando la muerte les acechaba a la vuelta de la esquina: “No digo que sea exactamente igual, pero vuelvo a ver a amigos enfermando y muriendo; me recuerda a aquellos tiempos”.
Desde principios de este siglo, el VIH es una enfermedad crónica que se trata con antirretrovirales (ARV). Con ellos, los pacientes pueden hacer una vida normal. Al menos en teoría. Con las terapias modernas aplicadas desde las primeras etapas de la infección, tal y como recomiendan los estándares de la Organización Mundial de la Salud, es probable que los enfermos tengan una vejez relativamente plácida a pesar de tomar una pastilla diaria durante décadas. Pero el panorama suele ser bien distinto para aquellos que portan el virus desde hace muchos años, que comenzaron a recibir la medicación cuando el virus ya se había multiplicado de manera masiva o que tomaban los primeros fármacos, más agresivos y menos eficaces.
En estos casos, el sistema inmunitario ha estado sometido a un tremendo estrés durante mucho tiempo y, más allá de las enfermedades relacionadas directamente con el VIH, como la tuberculosis, otras comienzan a aparecer de forma más temprana y agresiva que para las personas seronegativas. “No sabemos las causas exactas, pero el virus parece acelerar el proceso de envejecimiento”, explica Sharon Lewin, directora del Instituto Peter Dotherty de Melbourne en el Congreso Internacional de Inmunología que se está celebrando esta semana en la ciudad australiana.
Existe suficiente evidencia que demuestra el envejecimiento prematuro, pese a que queda mucha investigación para conocer por qué sucede y dar soluciones adecuadas. Varios estudios muestran un deterioro celular entre 10 y 14 años más temprano en mujeres que han sufrido a lo largo de sus vidas una gran activación del sistema inmunitario. Tony Kelleher director de inmunovirología y patogénesis del Instituto Kirby, explica que las enfermedades de riñón, los infartos y ciertos tipos de cáncer aparecen como promedio entre 5 y 10 años antes en estos pacientes.
La activación del sistema inmune, el estrés constante, es algo que no solo les ocurre a las personas con VIH. Es frecuente en las poblaciones de los países pobres, donde son comunes los parásitos, como el que causa la malaria. El organismo tiene una sobrecarga de trabajo para luchar contra estos y otros microorganismos que suelen estar presentes en lugares con falta de higiene, y más aún en personas sin una alimentación adecuada. Esto, a la larga, conduce a un considerable empeoramiento en la calidad de vida y se ha observado que las afecciones cardiovasculares son más recurrentes en estos entornos.
Por eso, cuando oye que el sida (en realidad es el VIH) se ha convertido “simplemente” en una enfermedad crónica, O’Loughlin salta como un resorte. “Se está presentando como que es una situación simple, que se solventa con tomar una pastilla al día, pero hay mucho alrededor. Más allá de los problemas de salud por otras enfermedades que vienen con el virus, a menudo quienes lo portan sufren problemas psicológicos, soledad, estrés, alcoholismo y adicciones a estupefacientes”, relata.
Clovis Palmer, director de inmunometabolismo del Burnet Institute de Melbourne, reclama especial cuidado para los pacientes que viven durante largo tiempo con el virus, así como herramientas para tratar de detectar de forma temprana otras enfermedades que pueden venir asociadas.
Varias investigaciones en curso tratan de lograr estos objetivos y retrasar el envejecimiento prematuro que provoca el estrés de las defensas del cuerpo. Una de las dolencias más comunes asociadas al virus es el daño al tracto gastrointestinal, donde el sistema inmunitario al que ataca el VIH no es completamente normalizado con los tratamientos antirretrovirales. Un estudio de intervención en 20 pacientes mostró el año pasado que la toma de probióticos mejoraba su salud gastrointestinal.
Una de las ventajas de este experimento es que la administración de probióticos está prácticamente exenta de efectos secundarios, ya que otro de los grandes problemas de los portadores del virus es la gran cantidad de pastillas que a menudo han de ingerir. Más allá del ARV diario para mantener al virus a raya, es frecuente que se necesiten otros fármacos para aminorar sus consecuencias adversas y luchar contra otras dolencias que suelen aparecer, como altos niveles de colesterol, estreñimiento y osteoporosis.
“Es un problema tratar los efectos de los medicamentos con más medicamentos. Esto es algo que, esperamos, no sucederá con quienes están tomando los ARV más modernos. Pero hay que permanecer alerta, nada sale gratis cuando hablamos de fármacos”, advierte Kelleher.