EL PAIS: Brasil después de aquel beso
Nunca un beso tuvo tanta resonancia nacional en Brasil como el de los dos gais de la novela Amor à vida de TV Globo. Lo importante es que la resonancia fue notoriamente positiva, casi una fiesta. ¿Significa eso que la sociedad brasileña está madurando en su grado de aceptación de los diferentes? ¿Brasil es otro después del viernes 31 de enero de 2014 cuando, a las 23.08, dos homosexuales se besaron ante millones de personas sin que nadie se escandalizara?
He leído críticas desde Argentina por Internet de personas que critican a Brasil por la “absurda resonancia” despertada por un simple beso gay. Y critican a este país de ser un país “socialmete atrasado”.
Se equivocan esos nuestros hermanos argentinos. Quizás Brasil proceda más lento que otros en su conquista de las igualdades sociales, de la defensa de los derechos humanos y de la aceptación de los diferentes, pero tiene una cualidad: cuando lo hace no vuelve atrás. En los últimos 20 años, a pesar de los graves retrasos en algunos temas de derechos sociales, Brasil ha avanzado de manera significativa.
Hoy la mayoría (54%) de los brasileños acepta el matrimonio entre personas del mismo género y ha subido de un 40% a un 54% el porcentaje de los que ven con buenos ojos que una pareja de gais o lesbianas adopten hijos, algo impensable hace solo algunos años.
Suele también decirse que la sociedad brasileña es más atrasada, más conservadora y de derechas que el Congreso. El beso de TV Globo y la simpatía despertada en todo el país por aquella escena revela que no siempre es así. Hoy por ejemplo, está parada en el Congreso una ley que considera crimen la homofobia. Los ilustres y progresistas congresistas no son capaces de aprobarla a pesar de haber habido en 2012 la cifra espantosa de 338 asesinatos homofóbicos o transfóbicos, un 27% más que en 2011 como recordó en este diario Talita Bedinelli en su preciosa crónica. Todo ello porque el grupo de diputados evangélicos impide su aprobación. Un grupo que es más conservador e intransigente que su mismo público religioso ya que no cabe duda, que entre los millones de telespectadores que vieron con simpatía quebrarse el tabú del beso gay, una buena parte (quizás una mayoría) era de evangélicos. Y no parece que se hayan escandalizado. En estos tiempos de manifestaciones callejeras no ha habido ni un pequeño grupo que haya salido a protestar contra aquel beso.
En Brasil -como en general en los países latinoamericanos- la aceptación de los diferentes y el respeto a que cada uno use con libertad su propio cuerpo y pueda vivir sin ser discriminado por su sexualidad ha avanzado en los últimos tiempos.
A todos los verdaderamente demócratas les gustaría que ese proceso fuera más rápido, pero en realidad hoy las cosas avanzan en pocos años más que antes en siglos. Hace solo 70 años (no siglos) en la hoy moderna y secularizada España, los sacerdotes y obispos lanzaban desde los púlpitos de las Iglesias anatemas contra los católicos que frecuentaban las playas y contra las mujeres que osasen aparecer en ellas en biquini, una prenda de la que se decía que era “objeto de pecado” e “inventada por el demonio”.
Las autoridades franquistas, obedientes con la Iglesia, prohibieron el uso del biquini, lo que provocó escenas grotescas como la de los guardias civiles vigilando en las playas para llevarse a la comisaría a las mujeres “indecentes” que seguían usándolo. Se cuenta que una mañana un guardia se encontró con una turista en una playa del sur y le preguntó si no sabía que estaba prohibido estar allí con un traje de baño de “dos piezas”, es decir, en biquini. La turista- debía ser británica por su humor- le respondió: “Entonces, señor guardia, dígame cual de las dos piezas me quito”. Y eso fue prácticamente ayer.
¿Y los gais? A ellos se les llamaba despreciativamente maricas, un apelativo que constituía la mayor afrenta, el mayor insulto capaz de hacerse a un hombre, que debía ser “cuanto más macho mejor”. Los diferentes eran mariquitas y el dictador Franco los odiaba y perseguía.
Que las cosas han cambiado es innegable; que Brasil después del beso gay será más abierto a las diferencias también es muy posible. Nadie, es verdad, va a pensar que a partir de hoy se acabarán las agresiones y asesinatos de homosexuales, pero es muy posible que esa cifra que avergonzaba a esta sociedad de 338 asesinatos homofóbicos pueda disminuir a partir de ahora. Con que un solo homosexual menos fuera asesinado ya valdría la pena aquel beso de la televisión.
Los analistas sociales están convencidos de que el avance que Brasil ha hecho en estos años en la batalla a favor del respeto a las diferencias se ha debido en buena parte a una sociedad más consciente y abierta que, junto con los grandes medios de comunicación y las redes sociales, ha criticando machaconamente los intentos de las fuerzas más reaccionarias contra los homosexuales.
Hubo gais que hasta lloraron de alegría y emoción viendo caer aquel tabú caer en TV Globo. Lo entiendo. Esos millones de diferentes han sufrido ya demasiadas humillaciones y hasta el papa Francisco tuvo que salir en su defensa. Ha llegado la hora de que puedan vivir en paz como los demás ciudadanos.
Lo que sería positivo es que, ya que la sociedad se está acercando a ellos para comprenderles y defenderles, también ellos hicieran un esfuerzo para reconocerlo. Existe. por ejemplo, una expresión usada por los gais que quizás debería desaparecer de su diccionario ya que al haber cambiado la sociedad podría carecer de interés. Me refiero al orgullo gay. Es cierto que era una provocación a los que nos creíamos superiores por no serlo. Hoy, que empezamos a aceptarnos todos como iguales, esos orgullos deberían desaparecer para enarbolar juntos, gais y no gais, la misma bandera de la libertad para vivir la propia sexualidad.
Deberíamos sentirnos felices y orgullosos, todos, de haber avanzado en la aceptación de los que hasta ayer considerábamos diferentes de forma negativa. Sentirse todos iguales respetando nuestras diferencias es la mejor conquista civilizatoria. Brasil se ha puesto en camino. Y con un beso. En la filosofía gnóstica, que estuvo a punto de convertirse en la primera teología del cristianismo, el beso significaba además de un símbolo de afecto sexual, “trasmisión de sabiduría”, algo que no entendió la Iglesia cuando se escandalizó de que en los evangelios gnósticos se leyera que Jesús “besaba en la boca” a María Magdalena. De eso hace más de dos mil años.