DEIA: Jason Collins derriba un nuevo muro
PARA que un tema, sea cual sea, deje de ser tabú y pueda adquirir rango de normalidad debe haber antes un pionero, un valiente que desafíe el orden establecido y se atreva a dar el primer paso, a imprimir su huella en territorio desconocido, allá donde nadie ha pisado jamás. Eso fue lo que hizo Jason Collins el 29 de abril del año pasado al convertirse en el primer deportista de la historia de las cuatro grandes Ligas estadounidenses (NBA, NFL, MLB y NHL) en reconocer abiertamente su homosexualidad estando aún en activo. “Soy un pívot de 34 años de la NBA; soy negro y soy gay”, escribió de su puño y letra en una carta publicada en la web de Sports Illustrated un jugador que ni siquiera había rozado jamás la condición de estrella pero que se había ganado honrada e ininterrumpidamente el pan en esta Liga durante doce temporadas.
Es por ello por lo que a no pocos analistas de medios estadounidenses les sorprendió que Collins, jugador esforzado y bien valorado en todos los vestuarios por los que ha pasado, no encontrara equipo para el presente curso. Algunos lo achacaron al declive del jugador, a aspectos meramente deportivos, pero no faltaron las voces que temieron que su atrevido anuncio le hubiera pasado factura. Collins, por su parte, jamás cejó en su empeño de volver a la NBA. Convertido en un icono de la lucha contra la homofobia en el deporte -fue uno de los invitados de Michelle Obama en su discurso sobre el Estado de la Unión del pasado enero en Washington- siguió entrenando por su cuenta y su esfuerzo por fin ha tenido premio: los Brooklyn Nets le firmaron un contrato de diez días el domingo y esa misma noche acaparó los focos del Staples Center al vestirse de corto en la victoria de su nuevo equipo ante Los Angeles Lakers. Sumó dos rebotes, un robo, dos pérdidas y cinco faltas en once minutos y, pese a tratarse de un rival, el público le recibió con una sonora ovación en el momento en el que ingresó en cancha por primera vez. Había derribado un nuevo muro, pues nadie había disputado jamás un encuentro de las cuatro grandes Ligas yanquis después de salir del armario.
Tras la firma del contrato, los Nets, por boca de su mánager general, Billy King, aseguraron que la decisión nada tenía que ver con el marketing y que se había tomado atendiendo exclusivamente “a parámetros que tienen que ver con el baloncesto”, lo que, sin embargo, no resta ni un ápice de trascendencia a un hito que, por el mero hecho de merecer esa denominación, deja claro que los recelos que tienen que ver con la sexualidad siguen aún instalados en el mundo del deporte en pleno siglo XXI. Son escasísimos los casos de deportistas de élite que han salido del armario, sobre todo en las modalidades de equipo, y casi todos los que se han atrevido lo han hecho una vez colgadas las botas, alejados ya de los recelos de vestuario y del posible rechazo de compañeros, rivales y opinión pública. John Amaechi, otro pívot de larga trayectoria en la NBA, y Thomas Hitzlsperger, futbolista alemán con 52 internacionalidades entre 2004 y 2010, son dos ejemplos.
Collins, por contra, fue más allá y se atrevió a dar el paso estando en activo, decisión que ha ayudado a otros deportistas como Michael Sam, una notable promesa del fútbol americano que hace un par de semanas anunció abiertamente su homosexualidad y que en mayo aspira a ocupar un buen puesto en el draft de la NFL. “Quiero dar las gracias a toda la gente que me ha apoyado en este viaje”, ha señalado Jason Collins en su cuenta de Twitter, al tiempo que compañeros de profesión como Kobe Bryant no han dudado en saltar a la palestra para admirar su arrojo. “Su impacto es mayor de lo que la gente cree por el efecto dominó que puede tener en el mundo del deporte. Dará coraje y fuerza a muchos niños para que se acepten como son”, declaró a Yahoo Sports. Es lo que tienen los pioneros, los que imprimen huella en lo desconocido, que gracias a que ellos fueron noticia un día los que vengan por detrás no tendrán que serlo.