EL CORREO: ABLACIÓN GENITAL MASCULINA. Los últimos eunucos
‘M’ de male (masculino), ‘F’ de female (femenino) y ‘E’ de eunuch (eunuco). India es el único país del mundo que reconoce en un documento oficial el género de los castrados y lo incorporara como una tercera opción en la casilla del pasaporte. Es una prueba de la influencia que en el país tienen los llamados ‘hijras’, un colectivo que nadie sabe cuantificar con exactitud, pero que estaría formado por entre uno y tres millones de individuos. “No es un grupo homogéneo, hay unos que se someten voluntariamente a la castración por razones culturales o religiosas, otros que son castrados a la fuerza por las mafias que se dedican a la prostitución homosexual y los hay también que simplemente son transexuales”, explica José Antonio Díaz Sáez, un periodista que ha llevado a cabo un trabajo de investigación de cuatro años para escribir ‘Eunucos’, un libro que ha visto la luz hace un par de semanas.
Aunque en la cultura occidental prevalezca la sensación de que los eunucos pertenecen a un pasado bastante remoto, la ablación de los genitales masculinos sigue formando parte de algunas culturas contemporáneas. Es el caso de India y de Pakistán, país al fin y al cabo deudor de su cultura, pero también de muchas comunidades africanas impregnadas de tradiciones y supersticiones que hunden sus raíces en la noche de los tiempos. “En zonas de Tanzania, Malí o Camerún se sigue practicando la castración porque está asociada a prácticas de brujería para la preparación de filtros afrodisiacos. Se utilizan los genitales masculinos para elaborar bebedizos y los que más se cotizan son los que están recién amputados, se pagan grandes fortunas”.
Díaz recuerda que uno de los líderes de la guerrilla Unita que operaba en Angola hace un par de décadas se hacía rodear por una compañía de guardaespaldas integrada exclusivamente por castrados. “Estamos hablando de una cosa que ocurrió en 1992 y que está perfectamente documentada, no de los tiempos de los emperadores persas”, apostilla para refrendar la vigencia de las prácticas de amputación. Otro de los lugares donde aún es posible encontrar eunucos, añade el autor del libro, es La Meca, donde durante siglos hubo un cuerpo de vigilancia que desempeñaba funciones de policía sexual para evitar las relaciones entre peregrinos de ambos sexos. “Se llamaban los agás y aún quedan algunos en activo aunque parece que con los nuevos tiempos es una práctica en desuso”.
En Almería y Córdoba
La castración se remonta prácticamente al origen de las civilizaciones. Se empezó a aplicar a los animales para amansarlos y luego a los esclavos y prisioneros de guerra. España, que formó parte del mundo musulmán durante siglos, no quedó al margen de la práctica. “Los mayores centros de castración de Europa en la Edad Media estuvieron en Pechina, en Almería; y en Lucena, en Córdoba. Había una comunidad judía que monopolizaba todo el tráfico de eunucos. Compraban esclavos de piel blanca procedentes del norte, los castraban y luego los vendían por todo oriente”. Hubo castrados, añade el escritor, en todas las cortes de los reinos cristianos de la península por influencia de los vecinos monarcas musulmanes.
Fue también en España donde se practicó por primera vez la ablación de los genitales en los niños para que conservasen la pureza de sus voces. “Se cree que los ‘castrati’ empezaron en Italia, pero antes que ellos ya había en España maestros de capilla que daban lecciones de canto y mantenían a sus pupilos. Como no querían echar a perder su inversión, antes de que les llegase el cambio de voz los castraban”. El más famoso de los ‘castratis’ fue Farinelli, un italiano dotado de una voz prodigiosa que encandiló a todos los grandes de su época y que llegó a ser nombrado primer ministro de Felipe V, el primer Borbón que reinó en España. Se decía que oírle cantar era lo único que le sacaba de sus depresiones melancólicas.
Los eunucos no solo destacaron en el canto. Cuenta Díaz que durante una época todos los diplomáticos de Bizancio carecían de atributos masculinos. ¿La razón? Que la ausencia de hormonas suavizaba el perfil de sus rostros y daba a sus gestos y su voz un aire entre infantil y femenino que engatusaba a sus interlocutores con mucha más eficacia que la firmeza masculina. Eran la seda delicada bajo la que se ocultaba el puño de acero.