Osakidetza ha operado de cambio de sexo a 39 vascos desde el año pasado

Ares y Sarai cuentan experiencias dispares sobre cómo vivieron con unos genitales con los que no se identificaban y cómo es ahora su día a día

Ares y Sarai, la primera persona que fue operada en Osakidetza para la reasignación de sexo, fue un 8 de diciembre de 2009

Ares y Sarai, la primera persona que fue operada en Osakidetza para la reasignación de sexo, fue un 8 de diciembre de 2009. / Fernando Gómez

Desde el año 2009 está en marcha la Unidad de Identidad de Género de Osakidetza en el Hospital de Cruces. Un equipo multidisciplinar que agrupa a psiquiatras, endocrinos y cirujanos se encarga de que personas como Ares o Sarai consigan ser ellas mismas con una reasignación de sexo. Y no son las únicas. Entre el año pasado y lo que va de este, 39 vascos se han sometido a una operación de cambio de sexo. Durante los últimos 22 meses, son datos oficiales del consejero vasco de Salud, Jon Darpón, en respuesta a una pregunta parlamentaria del PSE, se ha operado a 25 personas de Bizkaia, a nueve de Gipuzkoa y a cinco de Álava.

Todos buscaban una reasignación de sexo, que sus genitales se adaptaran a su verdadera identidad personal después de un largo proceso médico y psicológico de por medio. Deberán seguir pasando de por vida por esta unidad para distintos controles sanitarios, para la dilatación de la vulva o para seguir con la hormonación que necesitan para mantener sus cambios.

La primera persona en ser operada por este servicio fue Sarai, una bilbaína de 37 años, un 8 de diciembre de 2009. Repite eso que cuesta tanto entender como explicar. «Es que por mucho que el médico dijera que era un chico en el momento de nacer, yo me sentía chica en todo momento. Siempre he sido Sarai por mucho que llevara otro nombre. Lo malo es que he tenido que ocultar a Sarai y por tanto a mí misma durante 30 años. Todo eso supuso fracaso escolar, la autoestima por los suelos, una gran infelicidad que todavía no sé cómo pude soportar durante tantos años. Llega un punto en el que te planteas que, o revientas o que así no merece la pena vivir. A mí me pasó». En estos momentos Sarai no tiene pareja, pero lo que lamenta es no haberse atrevido a tomar antes la decisión de ser ella misma.

Cambiar de sexo, más bien cambiar de genitales, no solo acarrea enfrentarse al entorno, a la familia y a la sociedad con un físico diferente. Obliga a intervenciones quirúrgicas, a tratamientos hormonales, a prótesis, a visitas al médico y al psiquiatra. Por eso, el equipo multidisciplinar de Osakidetza cuenta con un protocolo fijado que incluye diferentes especialidades, desde el médico de cabecera que debe ser el primer punto de encuentro al psiquiatra, que evalúa la situación emocional de la persona para llegar después al endocrino y por fin al cirujano. Además, existe una asistencia personalizada para cualquier problema que pueda surgir a través de Berdindu. Esta oficina, que depende del Gobierno vasco, ha prestado 120 atenciones durante este año, menos que el año pasado, que sumaron hasta 400.

Ares es responsable de este servicio de atención a gays, lesbianas y transexuales, y explica que cada vez llegan niños más pequeños a la oficina. «Los padres quieren lo mejor para sus hijos, se preocupan y quieren saber qué les ocurre. Hay más información y eso se nota».

A los niños no se les opera. Lo habitual es que se les aconseje esperar, aunque sí realizar un cambio progresivo en su forma de vestir, que se les deje jugar a lo que quieran y, sobre todo, matiza Ares, «tratarles como a él o como a ella, no dejar que se invisibilicen y reconocer que son así y no de otra manera».

Ares lo sabe bien. Porque nació chica oficial hace 43 años, aunque ahora lleva una prótesis y tiene que hormonarse el resto de su vida. Pero sobre todo, sabe lo que es el rechazo y los insultos en el patio del colegio, en el barrio, que no le dejaran jugar al fútbol, ni apartarse de su papel de niña. «Decimos que el médico se equivoca porque por lo único que se decide qué es una persona es chico o chica es por sus genitales. Y ni una vulva hace a una mujer ni un pene a un hombre».

«Luchas contra ti mismo»

Eran épocas en las que a las personas transexuales se les llamaba travestis, acepción despectiva e insultante, pero sobre todo poco acertada ya que el termino es el de un hombre que se viste de mujer. Eran años en los que era mejor ser invisible. Como le ocurrió a Sarai, el fracaso escolar fue la tónica de la vida académica de Ares y su permanente encierro en casa el reflejo de que no quería que nadie le viera. «Luchas contra ti mismo, sufres, sufres mucho, odias tus genitales, les das incluso excesiva importancia, más que cualquier otra persona. Nos hemos escondido hasta la saciedad. Había veces que no podía seguir adelante».

Un día decidió coger toda esta mochila de dolor, buscó información, encontró a un sexólogo y sobre todo a un endocrino, el mismo que le trataba un problema que tenía en la tiroides y que comenzó a ocuparse de él. Le llevó a Málaga, donde se hacían operaciones privadas. Estudió sexología y ahora pretende ayudar en el camino a quienes tienen un problema como el suyo y para los que no quiere el mismo sufrimiento que padeció. Porque si hay un dato que puede aportar desde su experiencia como asesor y desde Berdindu, es que nadie que ha comenzado esta ruta hacia la reasignación de sexo la ha abandonado por miedo sanitario o social.

Por eso va a los colegios que se lo solicitan, «antes nos hubieran apedreado», y contesta a preguntas como «¿me voy a ver enseguida como mujer?». Otra diferencia es que cuando se abrió el servicio Berdindu, mucha gente buscaba acompañamiento de personas con las que tenía una historia en común porque era difícil encontrar hueco en otros espacios sociales. «Ahora lo que quieren es asesorarse. Sus amigos los buscan ellos».

«Ni suelo contarlo, ni tampoco me importa hacerlo»

Nahia

Nahia

Nahia tiene 21 años, es de Donostia y estudia Interpretación en Madrid, donde se ha adaptado perfectamente. No sabe cuándo se dio cuenta de que, una vez más, el médico se había equivocado al decir a sus padres que era un chaval. Lo que siempre supo es que sus sentimientos y su sensibilidad se asemejaban a los de las mujeres, que el mundo varonil no le atraía.

Tamborrero chico de su ikastola, jugaba siempre con las niñas y con las Barbies. Cuando tenía cinco años se disfrazaba de princesa como sus amigas, le encantaba jugar a ponerse pelucas y maquillajes. Las chicas de la gela la trataron como a una más.

Naia se siente «muy agradecida» hacia su familia, a cómo aceptaron su situación y cómo le prestaron su ayuda. También a la actitud de sus compañeros de ikastola, que no le dieron de lado cuando comenzó a cambiar de imagen a los 13 años.

¿Ha confiado a sus nuevos amigos su condición de transexual? «Ni lo suelo contar ni tampoco me importa contarlo. No creo que haya mayor necesidad de hacerlo, pero si hay que hablar se habla, porque si evitas un tema es porque le das mayor importancia que la que tiene». Nahia no tiene pareja, sus amores, hasta ahora, han durado más bien poco, pero es consciente de que hay chicos a los que les gusta «mucho» y a otros… «Mejor ni recordar la reacción espantosa de un chico, todavía es muy reciente».