“La violencia cotidiana contra niños trans como mi hijo machaca más que el autobús de HazteOir”

Pau, haciéndose una foto con sus hermanas y sus padres.

En casa de Pau se está hablando mucho de la campaña tránsfoba de HazteOir. Pau tiene 15 años y es un chico transexual muy “cabreado” con los mensajes que está lanzando la organización ultracatólica, pero también muy consciente de que esta violencia pública no es la única ni la más agresiva que sufren las personas cuyo sexo asignado al nacer no coincide con su identidad sexual.

“Desde que vas a la primera ecografía en función del sexo que te dicen te creas una serie de expectativas, construyes el mundo de esa futura persona”, explica su padre, Fernando Ramón. La familia al completo –formada por un matrimonio, dos hermanas y Pau– ha tenido que deconstruir lo que les inocularon desde pequeños: “que el género está entre las piernas”. “Las violencias cotidianas machacan más que una campaña de HazteOir, aunque estén menos publicitadas”, dice.

“El proceso con Pau fue complejo y largo y los mecanismos sociales tampoco ayudan. Nosotros íbamos a salud mental del centro de especialidades a un lugar que está apartado de los demás lugares. No me digas si eso ya no estigmatiza. Son los cauces, pero ya estás mandando un mensaje”, sostiene Fernando.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) menciona expresamente a los niños y niñas trans en la actualización de su manual de enfermedades, prevista para 2018 y donde la transexualidad pasa de trastorno a “incongruencia de género”. La organización marca, ante el escepticismo de las familias que lo viven y que defienden su salida definitiva del manual, “que la incongruencia debe haber persistido durante dos años y no se puede diagnosticar antes de los cinco”.

Pau ha cambiado su nombre y espera poder hacer una rectificación registral del sexo, aunque a los menores no les está permitido hasta cumplir los 18 años. “Ligar la transexualidad a la mayoría de edad está relacionado con una cultura adultocéntrica donde los niños no tienen derechos y no se les respeta. Cuando los niños viven con su identidad real, su identidad legal no coincide. Conseguir que un niño utilice el baño que quiera puede ser un mundo y las familias tenemos que estar peleando todos los días: que le admitan en fútbol, en judo, en ballet…”, explica Natalia Aventín, madre de un niño trans y presidenta de la Asociación de Familias de Menores Transexuales Chrysallis, en esta entrevista.

Estas son solo las barreras administrativas, pero hay más. Para Fernando, una campaña como la de HazteOir ahonda con su repercusión puntual pero notoria en la discriminación cotidiana que ya existe. “Es como cuando clavas una punta en una madera y la sacas después. Le das masilla, sí, pero ahí queda. Imagina que este autobús se pone en la puerta de un instituto con alumnos y alumnas trans, ¿cómo se sentirían?”, abunda.

Dice que su hijo ha “tenido mucha suerte” en su centro escolar porque la educadora social enseguida detectó que se aislaba y que tenía dificultades para relacionarse. El encierro de Pau en sí mismo les puso alerta a tiempo, antes de que pudiera haber acoso escolar. La LGTBfobia es una de las causas, avisan las expertas.

“Solo hace falta mirar los libros de texto de los coles. ¿Qué estamos enseñando a nuestros hijos? Les enseñamos desde pequeños que los niños tienen pene y las niñas vulva, como dice HazteOir”, recuerda Natalia, que lo ha vivido con su hijo en primera persona.

Pau recuerda un episodio “incómodo”, según su padre, cuando una especialista fue a hablar a su clase sobre igualdad de género. “En el aula se cuestionó si entre las personas trans se producía violencia machista y ella dijo que un chico era un chico, y una chica, una chica. Después pidió disculpas”.

“Pago con mis impuestos lo que nos daña”

Cuando este padre reconoció, con apoyo y formación, lo que sentía su hijo pensó en su contexto: un pequeño pueblo de Extremadura que ha terminado contra todo prejuicio generando una red de apoyo para Pau. “Aquí hemos hecho talleres, Pau ha intervenido en la Asamblea. Ha sido un proceso largo pero hemos intentado socializarlo en todos los espacios”, dice su padre.

Si Pau, socializado y aceptado como chico, frena y mira hacia atrás se pregunta sobre el “porqué de la persistencia” en dañar, cuenta Fernando. “No lo entiende y a mí me parece anecdótico que con mis impuestos esté pagando subvenciones a organizaciones que nos hacen daño, a Pau, a mi familia y a toda la sociedad”, argumenta Fernando.

Considera que la “sociedad se ha polarizado con esta campaña”, aunque no de forma simétrica en dos bloques parejos. “Una mayoría ha reconocido esta realidad y nos está sirviendo para hablar de ello. Porque de lo que no hablamos no existe. Es triste que se llegue a esto. También es triste que tengamos que justificar que lo que sienten nuestros hijos e hijas no es un capricho. Duele mucho”, añade.

HazteOir es una organización que cuenta con el título de “utilidad pública”, lo que revierte en cuantiosas ventajas. El exministro del Interior Jorge Fernández Díaz firmó la disposición del BOE donde está la orden que concede a los ultracatólicos esta distinción. PSOE y Unidos Podemos ya han exigido al Gobierno que revoque esa declaración, aunque de momento el Ejecutivo se mantiene en silencio.