Juan A. Alcalá: “En este club no hay maricones”

Hay momentos que marcan una vida.

Juan Antonio Alcalá en el estadio Santiago Bernabeú

Juan Antonio Alcalá en el estadio Santiago Bernabeú. OLMO CALVO

Hay decisiones que suponen un punto de inflexión entre vivir a medias con tus demonios o atreverte a ser tú mismo, sean cuales sean las consecuencias que ello pueda acarrear. Hace exactamente un año, EL MUNDO publicó un reportaje en el que yo contaba aspectos de mi vida que quizá una mayoría de personas -no exactamente de mi entorno más cercano- podía desconocer. Aquella noche del 26 de junio, en ese Diario de un periodista que un día se transformará en libro, escribí que no estaba seguro de cuál sería el peaje a pagar, pero que lo hacía guiado por la máxima que rige mi vida: escuchar a mi corazón, decir siempre la verdad, no hacer daño a nadie y actuar en consecuencia.

Desperté en una mañana radiante de verano en Londres con el sonido tan familiar de los mil whatsapp, mensajes, correos, llamadas y notas de audio que no tardaron en colapsar mi iPhone, y que me hicieron reflexionar sobre la fuerza y la implantación que este suplemento LOC ha alcanzado en la sociedad española. Todavía hoy emociona recordar la avalancha de cariño recibida aquél día, y la primera llamada de todas, y las noches de responder entre lágrimas a todos y cada uno de los mensajes.

No todo ha sido de color de rosa en este año.

Mi vida profesional ha transcurrido siempre en el ámbito cerrado, a veces irrespirable, del periodismo radiofónico deportivo. Mil millones de veces, durante mi otra vida en Gran Vía, pensé en traspasar las puertas de aquél despacho y contar que había otra explicación -además del talento natural para la radio- para aquella manera de despedir programas y trazar fotografías en el aire que lanzaron mi carrera en las ondas en los primeros años.

Pero aquel muro de silencio en la década de los 80 y los 90 fue infranqueable, y el miedo a ser diferente y quedar señalado pudo más que el anhelo de libertad. Sé que fue un error, pero no supe hacerlo de otra manera, y sólo espero que quiénes compartieron conmigo aquella vida me lo sepan perdonar…

En el mundo del fútbol, que ya no ocupa el centro de mi vida, casi todo sigue igual. Llevo años observando que hay una estrella mundial del fútbol que, a su manera, paso a paso, lentamente, con sus dudas, con sus miedos, intenta saltar ese muro que yo superé. Y en colaboración con la revista norteamericana OUT Magazine he intentado un acercamiento a ese chaval, convencido como estoy de que en el año 2016 se dan ya las circunstancias para que la salida del armario de un futbolista de élite sea recibida con absoluta normalidad por la sociedad y por las empresas del marketing global.

Supongo que estoy equivocado en esa certeza porque, ante mi amable insistencia, el último email remitido desde su club no pudo destrozarme más: “Deja ya de insistir, Alcalá. No es posible lo que pides. En este club no hay maricones”(sic). Guardo el email, fechado el lunes 25 de abril, por si pudiera interesarle a algún juez experto en delitos de odio.

He tirado la toalla con el fútbol profesional. El fútbol, como los toros, ha decidido que quiere seguir instalado en el siglo XIX, y pasarán décadas hasta que alguien se atreva a dar un paso hacia la modernidad, y yo no estaré aquí para verlo. Los gritos homófobos a un árbitro de 22 años que no pudo cumplir su sueño; las hordas de bárbaros sin civilizar que estos días han invadido Francia; o los aficionados del Betis que jalean a un jugador condenado en firme por maltrato, son ejemplos de lo que expongo. Al lado de estas líneas tienen el ránking anual que publica LOC: encontrarán representantes de todos los sectores de una sociedad diversa y tolerante. Y no encontrarán a nadie de un mundo que ha elegido vivir en la oscuridad.

Un año después… Un año para expresar mi agradecimiento a Iñaki Gabilondo por aquélla llamada (la primera de todas) rebosante de cariño y de recuerdos; a Carlos Herrera por hacerme un sitio a su lado en cada amanecer y dejarme aprender con él; y a David Eugenia y por su emocionante reacción, y por ser mi inspiración de cada día y el motivo para seguir.

Mi abrazo final es para mis compañeros de EL MUNDO. Un gran diario se hace con grandes periodistas. Me gustaría saber cómo puedo ayudar porque realmente me siento en deuda, y espero que estos tiempos de tribulación sean sólo el preludio del futuro mejor que siempre está por llegar.