España se despierta a los asistentes sexuales para personas con discapacidad

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Fotograma de ‘The Sessions’ (Ben Lewis, 2012). / Red Camera Pulls – Fox Searchlight

El tópico de que las personas con discapacidad no tienen vida sexual se desmonta poco a poco. Algunas iniciativas pioneras, todas surgidas en Barcelona, tiran por tierra la engañosa asociación de diversidad funcional con asexualidad. Sexo sí, pero también afectividad –e incluso terapia– es lo dicen ofrecer los asistentes que, por intermediación de la asociación Tandem Team, tienen encuentros con los usuarios que así lo solicitan. Pagando o no, y apartados de la heteronormatividad y de la concepción más clásica del sexo.

A Raquel (nombre ficticio) no le gusta hablar de asistencia sexual. “No estoy de todo conforme con la palabra. Yo intento enseñar a las personas a vivir la sexualidad desde su situación, una sexualidad diferente, no necesariamente genital, como está establecido”, señala esta mujer de 39 años, que realiza esta actividad “como un complemento” a su trabajo habitual. Tiene pareja y muy claro que no quiere esconderse. “Mi entorno más cercano sabe lo que hago y lo respetan. Es una satisfacción personal poder abrir ventanas. El sexo no es cómo nos lo han vendido”, admite.

Aquello que se concibe como “erótico” –es decir, lo que se inserta dentro del imaginario colectivo, marcado entre otros por el sistema patriarcal– es cultural y político, explica la antropóloga Andrea García-Santesmases. “Los cuerpos con diversidad funcional no son deseables ni deseantes, además de no capaces y no reproductivos”. Salvo contadas excepciones (‘ The Sessions‘, de Ben Lewin, es una de ellas), no existen en el cine, ni tampoco en la literatura, por lo que no forman parte de ningún imaginario. Y eso provoca, asegura García-Santesmases, que se “queden fuera de las categorías de género hegemónicas”.

Esta exclusión conduce casi de forma unívoca a la estigmatización. “Tener una diversidad funcional –especialmente si ha sido adquirida a lo largo de la vida– cambia tu autoconcepto corporal, tu forma de relacionarte, tus prácticas afectivo-sexuales y tus imaginarios”, señala la antropóloga. Durante varios años, ha trabajado mano a mano con Antonio Centeno en el documental ‘Yes, we fuck’, un proyecto que busca “hackear esa realidad” que percibe a las personas con diversidad funcional como seres no sexuales ni sexuados. “Se trata de que la relación con nuestro cuerpo no sea fuente de problemas, sino de bienestar, también en este ámbito. El deseo y el placer nos atraviesa a todos”, apunta el codirector.

María Clemente, psicóloga especializada en neurorehabilitación y encargada de intermediar entre asistente y usuario en Tandem Team, sabe mucho de los miedos, los tabús y la vergüenza de las personas que acuden a la asociación. “Aquí se quitan una mochila que les pesa mucho, y en muchos casos durante muchos años. Hablan del silencio, de la soledad, de esas murallas invisibles… el resultado es un sufrimiento muy intenso. Esa faceta sexoafectiva está guardada en un cajón”, asegura Clemente.

“Planteo dónde fijo mis límites y el usuario los suyos”

Algunos usuarios y usuarias reconocen que han recurrido a la prostitución para llenar esas carencias. “Muchas veces se quedan más vacíos de lo que llegaban porque implícitamente sienten que deben dar una talla, alcanzar algún objetivo”, indica Raquel. Pero esto es algo más para ella. “La gente que piensa que esto es prostitución lo seguirá pensando porque cuando aparece un concepto nuevo, siempre buscamos la relación con alguno ya asimilado. El elemento transformador de las asistencias sexuales es el hecho de que las personas se sientan deseadas. Eso permite reesctructurar aspectos de la personalidad que estaban bloqueados. El placer puramente sexual es positivo, pero no es restaurador porque es solo físico, sin afecto”, argumenta Clemente tratando de marcar una línea divisoria con el trabajo sexual.

El año pasado, 150 personas con diversidad funcional se pusieron en contacto con Tandem Team. La asociación solo trabaja en la ciudad de Barcelona, aunque suelen recibir llamadas para solicitar información y asistencia de otros lugares. Es la única iniciativa de este calado que existe en España, donde la figura del asistente sexual se mueve en la alegalidad.

A nivel interno, la propia organización tiene un protocolo de actuación, que pasa por una primera reunión entre usuario y asistente en un lugar público. En ese encuentro, cuyo objetivo es crear un ambiente de confianza y bienestar, también se ponen sobre la mesa los límites que ponen cada una de las partes. “Planteo donde fijo mis límites y cuáles son los suyos, qué esperan, si tienen pareja o no y cómo les condiciona… y a partir de ahí enfocamos la sesión”, cuenta Raquel mientras conduce de camino a una de esas reuniones.

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Reunión en la asociación barcelonesa Tandem Team. / Tandem Teamm

En ocasiones el usuario plantea la necesidad de un acompañamiento en el proceso, más allá de los pactos privados. Además, la organización tiene una misión pre y post: al comienzo del proceso realiza entrevistas en profundidad para encajar perfiles -el del asistente es el de una persona con cierta experiencia sociosantiaria, sin motivaciones económicas y con una concepción no genital del sexo- y después entra a recoger el feedback para verificar que todo se ha hecho de forma regular y sin abusos de poder. “A veces hay contraprestación y a veces no, algunas asistencias son totalmente voluntarias. Cuando se recibe dinero a cambio no es por el acto íntimo, sino por la parte más logística (transporte, higiene, movilización si es necesaria…).

Las aristas del debate en España

La defensa de los derechos sexuales de las personas con diversidad funcional ha provocado cambios en las políticas sanitarias de algunos países. El que ha llegado más lejos es Suiza, que cuenta con un modelo que muchos consideran intervencionista y que pasa por encuentros mensuales y asistentes con una formación reglada. El esquema de Bélgica es el que toma como referencia Tandem Team. Allí, esta asistencia se mueve en el vacío legal. En Dinamarca, Suecia, Alemania y Holanda también existen estos servicios, con unos u otros matices. Y en Francia, el debate continúa abierto, marcado por una recomendación del Comité Nacional de Ética, que aconsejó al Gobierno que no legalizara la asistencia sexual a personas con diversidad funcional. Aquí, ese intercambio de ideas -y discrepancias-, propio de un tema con tantas aristas, no es más que un recién nacido.

La única referencia sobre el tema se encuentra en el código ético elaborado conjuntamente por Sex Assistant –la organización pionera en la reflexión teórica en este ámbito– junto a la Asociación Nacional de Salud Sexual y Discapacidad (ANSSYD). El documento incide en la necesidad de un cambio de enfoque: de un modelo meramente asistencial a otro basado en los derechos humanos que reconozca a la persona con diversidad funcional como sujeto titular de derechos y “no solo como objeto de tratamiento y protección social”.

Por el camino se han quedado intentos de formación y desarrollo de asociaciones por los derechos sexuales de las personas con discapacidad. Los contemplaba la conocida como ley Aído de 2010 (Ley Orgánica de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazos), barrida por la crisis y enterrada por un cambio de Gobierno cuya primera promesa electoral fue cortar de raíz la principal novedad de la norma: eliminar los supuestos para abortar en favor de una ley de plazos.

El asistente tipo: una mujer

Pero a pesar del estancamiento en el ámbito más institucional, el debate da sus primeros coletazos en la sociedad civil. ¿El derecho al cuidado de la salud sexual de las personas con diversidad funcional, reconocido por una convención de la ONU (2006), debe ser satisfecho a cambio de una contraprestación económica? Desde la Federación de Mujeres Progresistas no tienen una posición fundada sobre la asistencia a estas personas. “Es un tema que no hemos tocado”, reconoce su presidenta, Yolanda Besteiro. Otras agrupaciones feministas, como la de Mujeres Juristas Themis,  tampoco entran a valorar la cuestión por “falta de conocimiento”.

“El asistente tipo no deja de ser una mujer y el usuario un hombre. Lo demás parece que se sale de lo esperable”, sostiene Dyon (nombre ficticio), asistente sexual en Tandem Team. Él se considera “un trabajador sexual” y recalca que presta sus servicios “sin caer en el paternalismo ni en la compasión”. En la asociación, de las 12 personas que realizan asistencias de forma regular hay 9 mujeres y 3 hombres. De ellos, un chico y una chica son asistentes homosexuales.

“El enfoque en este ámbito está inclinado hacia lo androcéntrico porque muchas de las personas que hacen activismo son hombres. Para las mujeres, el deseo para con una misma, más allá del enfoque reproductivo, sigue siendo tabú. Un tema que encierra todavía más a las mujeres con discapacidad, cuyo derecho social a una sexualidad no reproductiva está más cuestionado”, concluye la antropóloga Andrea García-Santesmases.