Desmontando el amor romántico por San Valentín

El feminismo recuerda hoy a las mujeres que el amor no es para siempre, dura lo que dura, que no lo puede todo -la violencia y los malos tratos, por ejemplo-, que no se exige ni se mendiga y que no tener pareja no es estar sola

El amor romántico ha sido y es uno de los temas de los que más hablan y escriben feministas de todos los continentes, conscientes de la importancia de romper con ciertos mitos a la hora de eliminar la violencia de género. Recuerdan, entre otras cosas, que los dos principales mitos del amor romántico son el príncipe azul y la princesa maravillosa, basados en una rígida división de roles sexuales -él es el salvador, ella es el descanso del guerrero– y estereotipos de género mitificados –él es valiente, ella miedosa, él es fuerte, ella vulnerable, él es varonil, ella es dulce, él es dominador, ella es sumisa-. «Estos modelos de feminidad y masculinidad patriarcal son la base de gran parte del dolor que experimentamos al enamorarnos y desenamorarnos, porque se nos vende un ideal que luego no se corresponde con la realidad», apunta Coral Herrera Gómez, Doctora en Humanidades y Comunicación, consultora y docente especialista en este asunto. «Nos pasamos la vida sufriendo decepciones precisamente por estas ilusiones que nos invaden en forma de espejismo. Es cierto que nos ayudan a evadirnos, pero quizás estamos en un momento en el que deberíamos dejar de entretenernos y de escaparnos tanto de la realidad que no nos gusta. La desigualdad, la pobreza, el hambre, las guerras, el engaño de políticos y empresarios a las comunidades, el destrozo medioambiental y la sensación de que nada es lo que parece (ni la democracia, ni la paz) invaden los telediarios. Y mientras, las mujeres siguen esperando a su príncipe azul y los hombres a sus princesas virginales en un círculo vicioso que no se completa jamás, porque no existen y porque las personas somos infinitamente más complejas y contradictorias que los personajes planos de los cuentos patriarcales», argumenta.

La antropóloga Marcela Lagarde sostiene que las mujeres «en el amor seguimos siendo muy idealistas. Somos supermodernas, con todos los elementos de la modernidad -pensamiento crítico, principio de realidad, análisis concreto-, pero en el amor nos perdemos, y seguimos queriendo amar y que nos amen según los mitos tradicionales, universales y eternos que han alimentado nuestras fantasías». Por su parte, Chimamanda Ngozi Adichie, escritora de novelas y autora del libro de 45 páginas ‘Todos deberíamos ser feministas’, que en Suecia se regala en los colegios a los alumnos de 16 años, señala que «como soy una mujer, se espera que yo quiera casarme, se espera que en todas las decisiones de mi vida siempre tenga en mente que el matrimonio es lo más importante. El matrimonio puede ser una fuente de alegría, amor y apoyo mutuo pero ¿por qué se enseña a las chicas a que deseen casarse y no se enseña lo mismo a los chicos?». Otra escritora afroamericana que escribió sobre temas relacionados con los derechos civiles, el feminismo y la exploración de la indentidad femenina, Audre Lore, fallecida en 1992 (su obra más conocida fue el ensayo ‘La hermana, la extranjera’), solía decir al respecto que «cada una de nosotras ha estado tan hambrienta de amor por tanto tiempo que queremos creer que el amor, una vez que lo hayamos encontrado, será todopoderoso». Mientras, Alice Walker, autora de ‘El color púrpura’ (que en el cine protagonizó Whoopi Goldberg), advierte a las mujeres: «Nunca ofrezcas tu corazón a alguien que come corazones, alguien que cree que la carne de corazón es deliciosa y no rara, alguien que succiona los líquidos gota a gota y que, con el mentón ensangrentado, te sonríe».

Mari Luz Esteban, antropóloga en la UPV y referente en el área de la investigación de las emociones, opina que «no es que haya que suprimir el amor de nuestra vida, sino que hay que introducir otras cosas en ella, para equilibrarlo. La gente dice que el amor es lo más importante de la vida, pero yo no estoy de acuerdo. Creo que la libertad es muy importante, así como la justicia, la solidaridad… Puede que el amor sea una de las cosas más importantes, pero no la única, ni la principal». En su opinión, el amor a convertirse en un mecanismo para la dependencia desde el momento en que «se piensa que quien ama no puede pedir nada a cambio; además, esa idea no se les aplica de la misma manera a mujeres y a hombres. A las mujeres se nos dice que somos nosotras las que tenemos que cuidar de las emociones y del amor; nos vemos obligadas a estar pendientes de los demás. Eso, en sí, no es algo malo, pero ¿qué es lo que pasa? Que nosotras tenemos que dar todo ese amor, pero no podemos pedir nada a cambio; es decir, se rompe la reciprocidad en perjuicio de la mujer. Al fin y al cabo, si no se te permite pedir nada, tampoco estás a un mismo nivel de poder». Otra forma de dependencia, añade, «consiste en convencer a las mujeres de que tienen que hacer lo que deben a cambio de amor, y no a cambio de dinero; por tanto, lo que hace una mujer no es un trabajo, no tiene valor. Existen muchas maneras de arrebatarnos la capacidad para exigir lo que nos corresponde, lo cual nos relega a una posición de dependencia del poder».

En resumen, el mito del amor romántico, o al menos lo más perjudicial de la idea, está detrás de consentir a la pareja que restrinja las libertades de la persona. «Esa idea de que por amor hay que estar dispuesto a darlo todo, que los celos forman parte de él y que formar una pareja conlleva anular la individualidad de la persona», subraya María José Díaz-Aguado Jalón, catedrática en Psicología de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid.