Pedro Zerolo, saber morir

Zerolo, felicitado por su marido en abril del año pasado

Zerolo, felicitado por su marido en abril del año pasado. / ATLAS / EFE

El saber vivir lo ocupa todo. Secciones de periódico, programas de televisión, libros de autoayuda, salas de espera donde anhelamos que alguien nos alivie la ansiedad con algunos consejos certeros sobre cómo disfrutar del mero hecho de estar vivos. Parece que cuánta más información tenemos sobre la paz de espíritu menos sosiego sentimos, tal vez porque deseamos algo que no existe: una existencia sin contratiempos.

El caso es que a menudo sufrimos por tropiezos nimios, que con un poco de fortaleza podríamos sobrellevar sin queja; sólo hacemos un catálogo real de cuáles son los problemas graves y cuáles los superables cuando nos golpea la enfermedad. Habría que observar con más detenimiento la mirada de las personas enfermas. Si uno se fija, se dará cuenta de que miran a los sanos como diciendo, no entendéis nada.

Queremos que nos digan cómo vivir, pero mantenemos la enfermedad y la muerte fuera de nuestra vista. Así que cuando nos llega la hora de padecer pocos sabemos cómo hacerlo. No fue así el caso de Pedro Zerolo que demostró entereza y sabiduría para vivir y para morir. La suya era una personalidad alegre, tenía la fuerza de la dulzura y eso no se ha apagado hasta el último suspiro. Lo encontré estas pasadas navidades por el viejo Madrid y ahí estaban, a pesar de la delgadez y de la debilidad, la sonrisa de siempre, la educación exquisita, la coquetería en la indumentaria. Habría que aprender tanto de quien muere con la misma elegancia con la que ha vivido. De buenas maneras defendió aquello en lo que creía y amplió el marco de derechos de muchos ciudadanos; sin estridencias se ha despedido, rodeado de su marido Jesús, su familia, y del cariño de tanta gente que le apreciábamos a distancia. Estoy segura de que descansa en paz. Se lo merece.