Lecciones de una dominatriz

Cuando el dolor y la sumisión producen placer…

  • Las parejas que practican el fetichismo comparten códigos y ganas de experimentación con los del ‘bondage’

  • La disciplina y el sometimiento son dos buenos estímulos contra el sexo rutinario en pareja

 

¿Piedad Dómina? Soy periodista de ZEN y quiero saberlo todo sobre fetichismo y BDSM (Bondage, Dominación, Sumisión y Masoquismo) como nuevos estímulos de la vida en pareja y del sexo en general”. Así arrancó esta aventura.

El contacto de esta profesional del BDSM me lo dio un compañero de profesión, que no de juergas, y cerramos la cita para el lunes por la tarde. Por suerte para mí, la dominatriz me citó en territorio neutral. Mi alma de reportero viejo me pedía que me llevara a su mazmorra, bautizada como Cueva Fetish, pero mi razón me decía: “¡Ojito, dónde te estás metiendo!”.

La dominatrix, de físico abundante, melena rubia y escote belicoso, me llevó a la mesa apartada de un pub británico del madrileño barrio de Hortaleza. Acababa de salir de una sesión de dominación. Había sometido a un sumiso recién llegado de Inglaterra y se había aplicado con ganas para no defraudarlo. El tributo: 150 euros por 45 minutos de castigo.

Su trabajo arranca con una llamada al móvil o un correo electrónico. El fetichista marca su objeto de deseo (tacones, sandalias, botas altas, corpiños, medias…) y le concreta cuál es su sueño sexual a realizar.

De rodillas

Cuando el esclavo/a -a veces van en pareja- baja a la mazmorra, la dómina lo pone de rodillas y exige que se quede en ropa interior y confiese por qué está ahí. Ante todo, máximo respeto y obediencia, que la fusta va que vuela. Esa vulnerabilidad es motivo de excitación para la ama, incluso cuando me lo recuerda.

Mi sesión imaginaria avanza, con mucho escepticismo, en busca de aplicaciones para la vida sexual de las parejas que se aburren porque su cuadrilátero entre las sábanas lo marcan el misionero, el 69 y alguna posturilla del Kamasutra.

La experta me muestra fotos de su atuendo de faena. Moño alto, corsé negro, camisa blanca y ceñida y taconazo infinito. Los zapatos son clave y el esclavo debe lamerlos. Tanto el cuero como los dedos de los pies. De rodillas para abajo, ahí se acaba el contacto físico. No estamos hablando de una prostituta al uso. Ni la tocan ni la ven desnuda y de penetración ni soñarlo. Al esclavo no se le permite ni la eyaculación, excepto si es involuntaria. Es lo que tiene la dominación.

De los taconazos pasamos a las botas larguísimas, a los corpiños y al látex. Piedad Dómina los recomienda a las parejas para que se adentren en otras sexualidades, para que experimenten y no caigan en la rutina. Así empezó ella. Tenía un novio que vestía uniforme -hasta aquí puedo contar- y del coito al cachete, pasando por el fetichismo, se fueron adentrando en el BDSM. Se enganchó y acabó tocando la puerta de una reputada dómina y pagándole por convertirse en su alumna.

Antes de que Piedad me vuelva a arrastrar a su sala de torturas sexuales, me recomienda que las parejas con ganas de experimentar prueben a disfrutar con la cera caliente (wax) sobre el cuerpo, las pinzas japonesas, la fusta, las cuerdas y las esposas. Eso sí, advierte de que no se deben “correr riesgos” y que el juego es cosa de dos. Que si se quiere ir más allá, deben acudir a un amo o a una ama profesional.

Para darle más realce a sus palabras, me muestra imágenes que ha subido aFetLife.com, algo así como el Facebook del BDSM y el fetichismo.

Martirio genital

Ahí me topo con penes maltratados por el trampling (pisotear el cuerpo y, cómo no, los genitales, con unos afilados stilettos) o por las cuerdas apretadas del llamado bondage. Tampoco falta una muestra de los Sissi, esclavos que son vestidos como camareras y que luego son sodomizados por dildos o arneses con largos penes fabricados en látex.

El collar de perro con el que se maneja al esclavo me arrastra a otra práctica que me deja noqueado: el smoking fetish. Piedad Dómina se fuma un cigarrillo y lanza la bocanada de humo a la garganta del cliente. Como cenicero, usa su palma de la mano y su lengua. De postre: le exige que se trague la colilla.

Mi estómago se revela ante tales prácticas, mientras que ella se deleita y lo vive como un sexo “muy sensual y bonito”. Pongo fin a nuestra charla porque no tengo cuerpo para más castigo, pero quien quiera probar, que pruebe.