“He descubierto que soy un hombre y eso me hace feliz”

Este es Dan. Su historia es un viaje desde el caos que te abrirá los ojos.

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Conocemos a Dan, un joven de 22 años que acaba de empezar un tratamiento hormonal para masculinizar su cuerpo.

La historia de Dan es como una explosión cósmica, como un Big Bang. Nació en Terrassa, Barcelona, hace 22 años. Sus padres le pusieron de nombre Marina. De muy pequeño, Dan notaba que en su cuerpo había caos, partículas desordenadas. Hace tan sólo dos meses surgió la explicación a todos los fenómenos extraños que tienen lugar en su interior: Marina es Dan. Ella siempre fue un hombre.

Todo encaja de pronto, pero no es tan fácil deshacerse de toda una vida de tristeza inexplicabe y complejos: “He tenido depresión toda mi vida, pero no sabía por qué. Me llevaba mejor con los chicos que con las chicas, pero no encajaba ni en un lado ni en el otro. Siempre fui el raro de la clase. Una vez una niña me preguntó: ‘¿quieres ser un niño?’ Yo respondí que para qué iba a querer eso”.

La lucha de Dan por comprenderse es tan temprana que el día que le vino la primera regla se sintió pletórico: “Pensaba que lo raro que había en mí podía deberse algún problema biológico, que eso explicaba mis gustos y comportamiento. Ese día estaba jugando a baloncesto con mi padre. Fui al lavabo, me dolía mucho. Cuando vi la sangre me puse feliz: si tengo la regla significa que tengo ovarios, y eso significa que soy una mujer. No soy un bicho raro”. La menstruación, sin embargo, fue un alivio momentáneo.

Más tarde descubrió que, además de los chicos, también le gustaban las chicas, pero para ello Dan necesitó conocer a alguien en su misma situación. Saber que esa posibilidad, simplemente, existía: “Había una niña en mi clase, éramos muy amigas y siempre íbamos juntas. Una mañana, mientras me vestía, estaba pensando en ella. De pronto me pregunté por qué lo hacía. ‘Yo no soy lesbiana’, me dije. Pensaba que era algo raro, malo. Así que lo olvidé”.

Hasta que una chica mayor que él le contó que le gustaba otra chica, y que le ocurría por primera vez. Dan tardó tres horas en confesarle que a él le pasaba lo mismo. Días más tarde inició una relación, pero él y su pareja pasaron desapercibidas: “En el patio las chicas tenían mucho contacto físico, era algo normal. La gente pensaba que éramos amigas. Para los chicos es mucho más difícil, no se pueden tocar, y si lo hacen es para bromear llamándose maricones los unos a los otros”. Al final todo el instituto supo que estaban “liadas de verdad”, pero eso no le causó bienestar: “Nunca he escondido mi orientación sexual y en casa no me hizo falta explicarlo. Ese no era el problema”.

Avatar

Dan no recuerda cuándo empezó a competir en natación, pero sí cuándo lo dejó porque un montón de preocupaciones empezaron a asaltarle: “Necesitaba tiempo para mí. La gente de mi edad pensaba siempre en las mismas cosas, a mí me interesaba leer, buscar música diferente, creo que era más maduro para mi edad”. Probablemente, se estuviera buscando a sí mismo. Años después, cuando dudaba entre la carrera de Física y la de Filosofía, su madre falleció y la vida de Dan se detuvo oficialmente durante año y medio. Sin embargo, fue a partir de ese momento cuando empezó a explorar su identidad.

o primero fue abrazar la estética gótica: “Siempre me he preguntado por qué unas cosas me apasionan y otras no. Lo gótico, pienso ahora, me atraía por el tema andrógino. De muy pequeño veía la MTV y me encantaban Placebo y Marilyn Manson, y no era atracción sexual. Me gustaba la imagen de los hombres maquillados”.

Dan ya era abiertamente bisexual, así que empezó a maquillarse y a salir por sitios de ambiente dark: “Allí no me sentía tan raro como en mi colegio de pijos”. Fue entonces cuando tuvo uno de los primeros conflictos reales con su cuerpo: “La ropa de chico gótico me gustaba, pero no tenían mi talla. Acabé llevando corpiños, faldas, escotes, que paradójicamente marcaban mis formas femeninas.”.

Como muchos adolescentes, se sumergió en internet, “el mejor refugio para los tímidos”: “Me pasaba horas. Estás detrás de una pantalla pero te expresas al máximo”. Navegando descubrió dos de sus grandes pasiones, los videojuegos y las series manga; también empezó a escuchar grupos oscuros como Malice Mizer. Y llegó, claro, el momento de hacerse un avatar: “Ponía fotos de personajes masculinos de manga, ellos molaban más que yo”.

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Tampoco es coincidencia, dice, que estos héroes que tanto le apasionan sean poco viriles, “muy pocos tienen barba”. Dan se identifica con muchos de ellos, pero sobre todo con el protagonista de Evangelion: “Me suelen gustar los que tienen pinta de malotes y en realidad son buenos, pero soy el que es bueno pero está mentalmente tocado. Como Shinji Ikari. La gente dice que es un rallado de la cabeza, que no hace nada. A mí me encanta, soy yo”.

Los estudios que finalmente eligió Dan también se ajustan al puzzle. Durante dos años, se formó en peluquería y ahora estudia estética. De algún modo, quiso ayudar a los demás a transformarse: “Si no puedes cambiar radicalmente tu físico, hay herramientas para diseñar tu expresión”.

¿Trans…qué?

“Hace dos años no sabía lo que era un transexual”. Dan encontró información en internet y empezó a ver vídeos de testimonios que publica la organización barcelonesa CulturaTrans. También se interesó por la teoría queer: “Yo sólo era una chica masculina, no era nada o lo era todo. Compré un libro de Beatriz Preciado y pensé: ‘mola, pero no me entero de nada’. Tenía un lío muy grande”.

Había una parte de su físico que Dan no soportaba: sus pechos. “Me compré un binder para comprimirlo y me dije que con eso bastaba. Creí que mi problema de identidad se solucionaría con una faja”. Un día, Dan visitó al equipo de Transit (la agencia para la promoción de la salud de las personas trans), y la psicóloga le hizo una pregunta que le impactó: “Si pudieras tener una varita mágica, ¿cómo te gustaría ser?” Describí atributos masculinos: más alto, sin pecho, la cara masculina, más músculo… los genitales me daban igual, no me gustaba ni una cosa ni la otra, pero por primera vez pensé que mi baja autoestima podía deberse a un problema de identidad de género”.

El empujón definitivo se lo dio, de nuevo, una persona cercana. En este caso, un ex novio, que también es un hombre trans: “Un día me dijo que quería hormonarse. Yo no podía creerlo. Pero me contestó que yo acabaría igual, y me conoce bastante. Creo que sembró una semilla en mi cabeza”.  Resultó que Dan es un “transexual de manual”, y tras un período de rechazo, tuvo una revelación: “Hace dos meses salí del armario: soy un chico”.

Empezó entonces una carrera desesperada, la impaciencia por transformarse y ser feliz: “Sé que mi entorno me acepta como chico pero me siguen viendo como una chica”. Dan lleva poco más de mes y medio hormonándose a través de la sanidad pública. Para operarse los pechos, acudirá a una clínica privada. “Al principio tenía miedo, quería ponerle solución pero no quería tener barba, ni alopecia, ni que me aumentara la libido. Una trasformación a la carta”. Sus ideas también están cambiando: “Me hace ilusión cada pelito que me sale, ¡y me da igual quedarme calvo!”. Dan tiene prisa y no le importan los efectos secundarios.

Universo queer

Cuando hablamos de los genitales, aparece la cuestión de la teoría de género: “Estoy notando el crecimiento del clítoris, es uno de los efectos del tratamiento con testosterona. Claro que tengo curiosidad por saber cómo es tener pene, pero no me interesan tanto las sensaciones físicas como sentirme un hombre, porque el sexo tiene mucha psicología”.

Cuando a alguien se le escapa y se dirige a Dan en femenino, él se tranquiliza: “Pienso que pronto tendré barba. Pero me entristecen todas las trans mujeres que no pueden cambiarse una cara muy masculina o reducir su estatura. No se debería necesitar un cambio físico para ser reconocido como lo que eres, peroque cada día te confundan con una mujer es una mierda”.

Dan espera desarrollar una masculinidad que antes consideraba innecesaria, pues creía que el género era algo superficial e injusto: “No me cabía en la cabeza que cambiar mi cuerpo me podía aportar esta felicidad. Sin embargo,haberme entendido ya es mucho. Aunque no existiesen tratamientos ni operaciones sería feliz por el hecho haber puesto nombre a un problema que no sabía que tenía”.

La transexualidad, así lo ha entendido Dan, no es una cuestión estética, sino de identidad, y no reconocerla le ha afectado en todas las facetas de su vida. Aun así, él cree en la teoría queer y visualiza un futuro lleno de gente sin un género definido: “Cada vez hay más gays, lesbianas y trans porque hay más información. No es que estemos de moda, es que cuantos más somos menos nos cuesta salir del armario. No somos tan minoritarios, es algo viral”.

En opinión de este joven millenial, la necesidad social de clasificar a las personas según su género irá desapareciendo. Eso nos conducirá a un mundo más real: “Que sólo existan dos opciones es artificial. Lo andrógino es la diversidad, lo real es lo infinito”.