Consenso sin rupturas en el Sínodo de la familia

No hay vencedores ni vencidos. Ni la tesis de los principios innegociables ni la antítesis de ‘hay que cambiarlo todo’, sino la síntesis entre ambas sensibilidades. La doctrina se puede y se debe ‘aggiornar’, para que la Iglesia pueda seguir siendo lo que quiso su fundador: casa de la misericordia y hospital de campaña. “Porque no necesitan médico los sanos, sino los enfermos” (Lc. 5,31). Pero, paso a paso y gradualmente.

Por eso, los padre sinodales han entregado a Francisco un documento integrador, donde se sentirán reflejadas las diversas tendencias. Porque es un documento de consenso y sin rupturas. Un documento orientador para que el Papa, con él en la mano, vaya decidiendo poco a poco los pasos concretos a seguir dando.

De ahí que, tras meces de deliberaciones y debates duros entre moderados y conservadores, la Iglesia haya buscado, como hace siempre, la comunión. Y para eso, el documento no baja ni puede bajar a lo concreto. Se mantiene en criterios generales y en orientaciones genéricas. Criterios para discernir cada situación, no soluciones ni recetas generales. Eso sí, criterios con visión de futuro y cargados de esperanza.

No hay morbo en el documento. Los temas más polémicos, como el de la homosexualidad o el del acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar,se tratan, pero no se zanjan. Sobre los gays, la Iglesia sigue remitiéndose al Catecismo: respeto y misericordia con el pecador, pero sin absolver su pecado.

Y, en el tema de la comunión de los divorciados, es la propuesta del cardenal Schonborn la que sale victoriosa del Sínodo. Una propuesta que, como buen dominico, el purpurado de Viena, buscó en Santo Tomás de Aquino. Se trata de la doctrina del “fuero interno”, es decir que cada persona decida en función de su conciencia bien formada y que el obispo, tras escuchar a cada persona, tome las oportunas decisiones. Sin juicios, sin tener que recurrir a Roma y sin miedo a la misericordia.

Sigue igual la doctrina, pero cambian los acentos y se abren caminos de futuro. La mayoría moderada de los padres sinodales es consciente de que “lo mejor es enemigo de lo posible”. En estos momentos, concretar la misericordia que quiere el Papa con los gays y con los divorciados podía romper la Iglesia y llevar al cisma. Por eso han optado por pacificar y poner las bases para que se puedan ir abriendo pequeñas grietas en el hormigón armado de la doctrina.

Saber esperar es un arte y la Iglesia, sabia de sus dos mil años de Historia, lo practica. Esperar para que la fruta madure, para que el consenso se amplíe y fragüe sin rupturas. La institución sólo dará pasos en los campos delicados de la moral sexual y familiar, cuando se lo permita el ‘sensus fidelium’. Es decir, cuando sea la opinión muy mayoritaria entre sus fieles. Es la ley de la ‘salus animarum’.

Resultados escasos, dirán muchos. Y es que los medios habían creado excesivas expectativas. El ‘Sínodo mediático’ esperaba una revolución. Y el ‘Sínodo real’ le ha servido las bases de una reforma que puede cuajar en le futuro. Las luces cortas de los medios contra las largas de la Iglesia, que se mueve en el tiempo teológico de la eternidad. La revolución eclesial es para mañana.

En todo caso, la misericordia actuante con gays y divorciados tendrá que esperar. A no ser que el Papa (que tiene la última palabra en esto y en todo lo demás) crea que la prudencia de sus sinodales es excesiva y que, para que la Iglesia sea realmente “un hospital de campaña”, hay que “hacer lío” y dar salida ya a estos “descartados” de la institución. Si la ley del descarte no vale en la sociedad civil, menos aún en la eclesial. Tras escuchar a su ‘Senado’, el Papa puede decidir.Tiene margen para ello. Y es, sin duda, capaz de hacerlo. Por algo es el Papa de la esperanza.